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Por Alfredo Grande
(APe).- La cultura de la anestesia tiene como uno de sus efectos, lo que se denomina “naturalización”. En honor a una verdad, ya que tantos honores les hacemos a las falsedades, la naturalización es una culturalización burocratizada. Repetida, rutinaria, ritualizada. De ese sopor, de esa anestesia cotidiana, de ese acostumbramiento parásito que tiene su credo en el refrán resignado: “así es la vida”. Y como siempre digo, la derecha siempre tiene razón, pero es una razón represora. “Así es la vida”, cuando la vida es sostenida desde un fundamento represor. La creatividad, la alegría, los vínculos eróticos y deseantes se atrofian. “No hay otra”. Y es cierto: no hay otra, ni otro ni otre.
Pero en tanto y en cuanto el modo de producción de bienes y personas sigue sostenido en la propiedad privada, que de tan privada a veces es solitaria. Concentrada en pocas empresas, personas, círculos rojos y escarlatas de poder. La cultura de la anestesia, del “mal pero acostumbrado” que el gaucho Inodoro Pereyra, la creación del Negro Fontanarrosa, enunciaba como análisis de su propia implicación, es sacudida y conmovida por los denominados analizadores.
Que pueden ser espontáneos, históricos o construidos. Mi trabajo clínico institucional tiene como brújula orientadora propiciar que los analizadores “hablen”. Juan Darthés es un analizador espontáneo. Lo que denominaré el analizador Darthés. Hace más de 25 escribí un texto sobre el analizador Drácula y los ideales del Superyo.
En ese momento el concepto de cultura represora se estaba gestando. O sea: los mandatos destructivos, los mandatos sangrientos, los mandatos de exterminio, también son idealizados. Y hay muertes decretadas desde afuera (la guerra) y hay muertes decretadas desde adentro (la culpa y el autocastigo) En el 2016 publiqué un texto en APE sobre un concepto que desarrollé en el 2008: sexualidad represora.
En el marco del patriarcado, organizado al modo de masa artificial (concepto freudiano que no debemos olvidar) la sexualidad se mantiene como reprimida pero también como represora. O sea: se reprime a la sexualidad con la sexualidad. El modo patriarcal organiza la hegemonía de la sexualidad reprimida en las mujeres, y la hegemonía de la sexualidad represora en los varones.
La sexualidad heterosexual, reproductiva y monogámica, es decir, sacramental, es el huevo de la serpiente de la sexualidad represora. En trazo grueso, la sexualidad represora reprime a todas las formas de sexualidad no reproductiva. Y a la sexualidad reproductiva la ubica en el mandato y la aleja del deseo. Por eso se opone a la legalización del aborto y a la fertilización asistida. El analizador Juan Darthés sacude la modorra y la anestesia cotidiana. Durante un tiempo el cura Grassi fue un analizador privilegiado de la lógica tanática de la pedofilia. Hasta donde yo sé, porque mi relación directa con el estado del vaticano es nula, nunca fue excomulgado.
Y la pedofilia se sostiene al hacer rotar a los curas pedófilos por diferentes diócesis. La sexualidad represora se expresa en: 1) violación 2) prostitución por mandato, denominada la Trata 3) prostitución como estrategia de supervivencia 4) pornografía con niñas y niños 5) pedofilia 6) acoso, maltrato, femicidio. La sexualidad represora impide el debate sobre las libertades sexuales.
La sexualidad, fuente de todo placer y justicia, queda capturada en las redes de la cultura represora. Y sufre una mutación fundante: “donde hubo placer, culpa ha de advenir” “donde hubo deseo, mandato ha de advenir”. El plano jurídico me es ajeno. Me interesa el plano político institucional. Justamente para salir del aplanamiento del pensamiento único.
Las denuncias contra el accionar de Juan Darthés tienen a mi criterio un plano institucional si las pensamos como analizadores. Es la única forma de transformar la subjetividad dominada y sometida en una subjetividad rebelde que subvierta los mandatos represores. Incluso los mandatos de la sexualidad represora. Especialmente esos mandatos, porque siguiendo a Freud y a Wilhem Reich, la represión sexual es la madre (¿y el padre?) de todas las represiones. Muy especialmente, la represión del pensamiento.
Sigo sosteniendo que el escándalo es la cara visible de la hipocresía. El denominado feminismo blanco y burgués invisibiliza ciertas modalidades del patriarcado de clase. Un párrafo de un texto de Claudia Korol, que me permito citar dentro de mi contexto: “Tal vez ése sea uno de los desafíos centrales de los feminismos populares. Que los focos iluminen también las regiones donde ni los taxis, ni los colectivos, ni los servicios urbanos llegan. Que digamos “yo sí te creo” a las mujeres negras e indígenas que interpelan el racismo de un feminismo blanco al que sienten como ajeno”.
De lo contrario, quizá podamos condenar a un perro, pero nunca acabará la rabia. Y la rabia es la condena religiosa y laica a la sexualidad. Incluso la de los adultos, pero también la de los y las adolescentes y niñas y niños. El placer sexual como tal, extirpado de sus condicionantes represores, es una pedagogía de la vida. La resistencia y el sabotaje a la Educación Sexual Integral es una prueba que a la cultura represora sólo le interesa disciplinar la sexualidad. Deja indefensas a las mujeres y a los varones no represores.
Tampoco estimula los mecanismos de autoconservación y defensa personal, de tal modo que las víctimas van sumisas a los diversos mataderos del deseo.
La violación es el paradigma de la sexualidad represora. Por eso es un ejercicio despótico y tiránico del poder que anula el legítimo disfrute de la corporalidad erógena. La sexualidad represora garantiza el sexo fácil del represor. Subvertir sus mandatos es la única forma de curar las más profundas heridas y prevenir nuevas laceraciones. Las tenazas de la sexualidad represora más la sexualidad reprimida seguirán mutilando los destinos deseantes. El sexo fácil para unos deviene en sexo como castigo para otres. Extirpar el delirio del pecado original para ocuparse de extirpar los delitos que no son tan originales, ya que se repiten y multiplican a lo largo de las historias de sometimiento y dominación.
La impunidad cultural y política del sexo fácil será subvertida en tanto los colectivos libertarios de mujeres y de la disidencia sexual impacten en el fundante represor de la cultura. Sin reduccionismos individualistas y siempre con un fundante clasista y revolucionario. La revolución sexual de los 60 necesita su continuidad histórica. Y mi deseo más profundo es, en este espacio tiempo de los 70 años, al menos no impedir que suceda.
Edición: 3774
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