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Por Alfredo Grande
(APe).- El periodista John Reed publicó en 1919 su libro testimonial “Diez días que conmovieron al mundo”. Desde su implicación socialista y libertaria, relata a modo de entrevistas la Revolución de Octubre. Si la Revolución Francesa materializó la profecía de la libertad, la igualdad y la fraternidad, la revolución bolchevique derribó el perímetro clasista para que la profecía no quedara como privilegio de la clase dominante.
En la actualidad de nuestra cultura, en parte resignados a la alegría de haber sido y al dolor de ya no ser, vimos la revolución no ya como un sueño eterno sino como un anhelo imposible. La profecía revolucionaria es considerada como la nostalgia del pasado o el delirio del futuro. Es sustituida “Revolución” por “Batalla Cultural”. En forma sutil, y no tanto, sustituye palabras para corromper ideas.
Si bien la Revolución es una Batalla Cultural, no toda Batalla Cultural tiene una dimensión revolucionaria. Incluso hay batallas culturales que son reaccionarias. Y para peor, triunfantes. Algunas llaman a esto neoliberalismo y el tan cacareado fin de la historia. La Revolución es subvertir el nivel fundante de la realidad. Si hace 5 siglos estamos igual, o por lo menos no demasiado diferentes, mucho ha cambiado en el nivel convencional, pero nada en el fundante. Este fundante es la propiedad privada de los medios de producción. No solamente de los bienes, sino también de las artes, del tiempo libre, de la ciencia, de la misma cultura.
El recientemente sobreseído Carlos Saúl Menem por la voladura de Río Tercero, acuño para una sorprendida posteridad una frase: “la Ferrari es mía, mía, mía”. Menem, al que Pino Solanas clasificara como “la comadreja de los llanos”, es el Jaimito del neoliberalismo. La propiedad privada en el capitalismo es sacra. Desde ya, mucho más que la vida, que es apenas un recurso renovable para la reproducción del capital. Ahora mal: ese fundante de dura piedra (la propiedad privada) debe ser encubierto, mistificado, disfrazado, camuflado. La Operación Masacre, como escribiera Rodolfo Walsh, siempre está vigente, aunque siempre parece un accidente. Pero con los vientos de las democracias de la representación, una Operación Maquillaje es imprescindible. El maquillaje es el nivel convencional encubridor. Masacre y Maquillaje son hermanitas encontradas que impiden llegar al fundante y que garantizan el exterminio para quienes, a pesar de vientos y mareas, se asoman a las orillas.
La Operación Masacre es el Terrorismo de Estado y la Operación Maquillaje es el Estado Benefactor. A las dos Operaciones las incluyo en el concepto de Cultura Represora. La
Operación M y M puede ser enfrentada. La Cultura Represora produce una forma de subjetividad que podría denominar Autismo Ciudadano. Muchos libros de auto ayuda, con un suceso de ventas que envidio profundamente, hacen palanca en este Autismo. La dimensión vincular, grupal y colectiva está anulada. Desde ya, miles, cientos de miles, millones, de Autistas Ciudadanos, ni siquiera rozan la dimensión vincular.
Para asomarse al nivel fundante e interpelar la sacra propiedad privada, es necesario construir dispositivos. O sea: un artificio, que no es lo mismo que lo artificial, para que la dura piedra sea diluida. Durante los seis días que participé de las actividades del 28° Seminario de Formación Teológica en el Oratorio Don Bosco en la ciudad de Santiago del Estero, comprobé en forma vivencial que solamente un colectivo, es decir, un grupo con una estrategia de poder, puede derrumbar la Operación Masacre y Maquillaje.
La autogestión de la Fe, (la Fe pensada como otro de los nombres del Deseo), implica mirar a los costados, abrazarse con el que está al lado, cercano, de pie, mirando a los ojos abiertos que nos miran, para sostener asimetrías pero también para derrumbar jerarquías. Lo Jerárquico, sea terrenal o divino, sea individual o partidario, sea masculino o femenino, es el garante de toda dominación. No importa que a lo Jerárquico se llegue por la razón o por la fuerza. Por el voto o por el asesinato. Lo que importa es que cuando se llegan a instituir Jerarquías, éstas son eternas. Y el sujeto degrada a individuo, y el individuo a un autista ciudadano. Proceso similar al que empezó con el orgulloso ciudadano que armaba sus batallones para enfrentar al enemigo impuro(1), pasando por el consumidor serial para terminar en el contribuyente esclavizado (al que también llaman mercado cautivo) La propiedad privada exige la escasez planificada, porque su objetivo no es el “bien común” sino el “lucro individual”. Fundantes incompatibles.
En estos seis días que conmovieron mi mundo, se verificó y ratificó que compartir es multiplicar. Cuando todo se compra, nada alcanza. La parábola de los panes y los peces es apenas el milagro de la cooperación. Sobra cuando todos compartimos. Y no son las sobras del banquete capitalista. No es un sobrante, es un excedente colectivo. Con los proletarios y precarizados del mundo, con los pobres de la tierra, como escribía José Martí, podremos construir otra forma de la riqueza. Riqueza pensada como la propiedad colectiva de todos los excedentes. Del cuerpo y del alma. Confieso que yo disfruté de esa riqueza. Y mi gratitud, que es el envés de la envidia, a quienes lo hicieron posible, en los seis días que conmovieron mi mundo.
(1) Traducción quizá demasiado libre de algunos versos de La Marsellesa.
Edición: 2630
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