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Por Silvana Melo
Foto: Federico Cosso
(APe).- Más vale que no hablen. Que no mientan, que no vendan humo de campaña, que no se tapen la ruindad con la bandera, que no se laven las manos con la lágrima de los otros. Porque se murió el domingo. Porque tenía frío y se ocultó en un pasillo del Hospital Pirovano. Y se murió el domingo. Pero el fin de semana largo y la independencia berreta de un estado sometido taparon el cuerpo con diarios y su historia con olvido. Hasta hoy.
Porque antes se murió De la Rúa y hay muertes y muertes en esta tierra. Pero De la Rúa se llevó 39 cadáveres encima y él, que no tiene nombre, ni siquiera pudo con el suyo. El propio. Un cuerpo más, un retazo de carne anónima en un pasillo de hospital. Donde dicen que se salvan vidas pero ésa estaba en situación de calle. En situación de condena. En situación de desalojo del mundo. De este mundo falaz escriturado por los miserables. Que hacen discursos desde Puerto Madero y Barrio Parque. A miles de kilómetros de los que pueblan las calles del centro del lado de afuera. De los que conocen la calle y de los que se estrenan, en una flamante caída desde la clase media al pasillo del subte o la entrada del Credicoop.
Más vale que no hablen. Que no mientan. Que no digan lo que saben que no será. Porque le han puesto una soga en el cuello al futuro. Porque han condenado a la calle a los frágiles de estos pies del mundo. Porque se murió en los pasillos del Pirovano, donde se salvan vidas. Porque nadie sabe cómo se llama pero no le cayeron encima las políticas públicas del estado. Le cayó encima el frío como navajas. Le cayó encima el sistema que elige a quién. Y él, sin nombre, sabía que no estaba en ninguna lista.
Y sin nombre se murió. El domingo. Y sólo se supo hoy. Guardada y planchada la independencia, sepultado De la Rúa y con la música de fondo de la miserabilidad vociferante en campaña.
Se murió, otra vez. De soledad, de desamparo. Y, acaso, también de frío.
Edición: 3903
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