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Por Claudia Rafael
(APe).- ¿Cuál es el sentido filosófico y más medular de la vida? ¿Qué es lo que se está diciendo cuando se posiciona sobre el altar del propio horizonte que “ante el desafío de defender la vida, apelo al esfuerzo conjunto de todos los poderes del Estado”?. ¿Cuáles son los poderes del Estado cuando se habla desde la cima misma del Estado? “Siempre les hablo con franqueza. Nunca prometo fórmulas mágicas”, advirtió Daniel Osvaldo Scioli, desde el estrado de apertura de las legislativas con esa sonrisa tan blanca, tan abierta, tan resplandeciente.
Ese Scioli tan desapasionado. Tan aséptico. Tan desaprensivo y distante (en público, al menos). ¿Cuáles son los poderes del Estado a los que alude desde el vértice mismo del Estado? ¿Cuáles cuando se predica que “como dijo nuestro Papa Francisco, ejemplo de esperanza y de valores para toda la humanidad: ´Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos´”? ¿En qué sillón está sentado cuando pronuncia con grandilocuencia sentencias de las que parece extrañarse?
Daniel Osvaldo Scioli dixit: “Ocuparnos de la niñez es el primer paso para construir un futuro de paz, desarrollo y prosperidad para todo nuestro pueblo” porque –subrayó- “los únicos privilegiados son los niños”. Y agregó, por si a alguien le restaba alguna mínima duda: “Nos lo enseñaron Perón y Evita”.
Mes a mes, desde octubre, se posterga la vida. Esa por la que Scioli apeló a todos los poderes del Estado. Desde octubre –seis meses ya- se vienen sumando, peso sobre peso, los 450 estoicos billetes que la provincia adeuda para los más de 220.000 niños que durante ocho horas diarias juegan, corren, se curan, almuerzan, meriendan, aprenden en los centros de día del programa UDI (Unidad de Desarrollo Infantil). 450 pesos anclados, inmutables, estoicamente inmóviles desde 2009. En una provincia, en un país, en el que “para los poderes del Estado” no hubo inflación. Porque aquello que se niega, no existe. Porque lo que no se ve, no existe. Porque lo que no se pronuncia, no existe. Y los niños, cuando no se los ve, cuando no se los pronuncia desde la palabra hecha acción cotidiana, no existen por más que sean los únicos eternos privilegiados. Por más que en su nombre se advierta que (una vez más Scioli en apelación al eterno General) “se trata de alcanzar la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación”. Y se escriba como escriben los escribas pueblo con mayúsculas. Para darle, aunque más no sea desde el estrado de la palabra escrita, el protagonismo de la historia hecha revolución.
“Los únicos privilegiados son los niños”, dice desde la letanía que persiste como ícono despoblado de carne y de utopía. Como una muletilla vacua lanzada al país que sigue arrojando semillas al mundo mientras sus crías -las más vulneradas, las más frágiles, las más resquebrajadas- se hunden en los barros del desamparo.
El ancho baldío de las infancias vaciadas de ternura no sabe de privilegios. Allí donde el Estado –desde cada uno de sus poderes- enfatiza los infiernos. Donde la inequidad es prerrogativa absoluta y el lodo cubre los abrazos hasta desmembrar la esperanza y destrozarla.
Y la construcción de un “futuro de paz, desarrollo y prosperidad para todo nuestro pueblo” es un discurso vacuo que vendrá históricamente asociado a las migajas, a las microscópicas partículas sobrantes, a la mesa vacía de platos gastados.
Un discurso vacuo tan ajeno a la realidad contundente del Hogar parido por Carlos Cajade cerrando sus puertas, de los comedores escolares al borde del abismo, de cada uno de las organizaciones sociales peligrando sus días por sostener contra viento y marea la cotidianeidad de los pibes del desamparo. Chicos cuyas historias fueron torcidas de ese destino de ternura y abrazo por determinación y esfuerzo conjunto de los poderes del Estado.
Edición: 2648
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