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Por Facundo Barrionuevo
(APe).- Puede que constituya cierto exceso vertir lecturas sobre el campo de las significaciones cuando se trata de situaciones tan concretas en el marco del sufrimiento de una familia, como en el caso de los Maldonado. Lo cierto es que ya Santiago pertenece también al ámbito de lo simbólico colectivo, de manera que corresponde unir el sentir de quienes nos hemos hecho hermanos de Santiago a la familia, y así los Maldonado recuesten la pena familiar en el cuerpo de lo común.
Como símbolo, Santiago Maldonado no es sólo un joven artesano de 28 años solidario con la causa mapuche. Es también, un joven alegre. Un artista sensible. Un hombre solidario. Es también un desaparecido en democracia, un cuerpo nn, un cuerpo identificado. Un símbolo pasible de disputa y de interpretaciones.
Nosotros compartimos nuestra lectura.... Santiago Maldonado es fruto de un accionar acorde a lo que denominamos etno-andro-adultocentrismo. Desaparecido en el marco de una represión ilegal perpetrada por la gendarmería, señala como responsable directo al gobierno nacional y al Estado haciendo uso de una “fuerza” que cierta sociología adjetiva como “legítima”. Esta acción represiva está en el marco de disuadir un programa militante de una comunidad originaria que incluía un corte de ruta, y que tiene por destino histórico el reclamo de la tierra frente a un “dueño” extraño. Es decir, hay una cuestión étnica en el accionar oficial, que pone como valor central la concepción moderna y colonial de la occidentalidad capitalista. Incluso pasando por encima de sus leyes.
También creemos que hay un ejercicio de violencia fruto de lo que solemos denominar como patriarcalidad. Es el disciplinamiento de lo varonil sobre las mujeres y también sobre otros varones que no reúnen las condiciones de linealidad con el poder de los patriarcas.
Claramente Santiago está fuera de esa linealidad y por lo tanto merece el disciplinamiento. Tampoco es casual que en los momentos que se producen los episodios más confusos, la cohorte de gendarmes cual hienas cebadas, intentan mantener en la domesticidad de un rancho a las mujeres que tratan de filmar los hechos.
En su carácter de “joven”, Santiago también es destinatario de un particular trato que denominamos con algunos autores como adultocentrismo. Esto se evidenció en los discursos circulantes en los medios concentrados de comunicación que abundaron en sentencias congruentes con el “algo habrá hecho”. Juzgado por la actividad, por el estilo de vida, la estética y el gusto, es fundamentalmente castigado por el protagonismo transformador y crítico de su estar en medio de una causa política concreta.
Es decir, Santiago Maldonado, es la manifestación extrema del ejercicio de violencia que la cultura de esta modernidad capitalista tardía y periférica empuja en todo momento y todo lugar, tanto por la violencia ejercida por la “fuerza de seguridad”, como por el fenómeno que constituye el discurso mediático y ciudadano en redes sociales, que retroalimenta lo que denominamos con Castoriadis, como imaginario simbólico. Su telón de fondo material, es indudablemente la escandalosa y creciente concentración de la riqueza del capital contemporáneo. Originaríos reclamando habitar un puñado de hectáreas frente a un dueño latifundista extranjero o vernáculo, que puede llamarse Benetton, Lewis, Baez o Rocca.
“El régimen de propiedad de la tierra determina el régimen político y administrativo de toda nación. (…) Sobre una economía semifeudal no pueden prosperar ni funcionar instituciones democráticas y liberales” gritaba Mariátegui en el Perú. Este “señorío paraestatal”, es descripto al detalle por Rita Segato y analizado como “proyecto histórico”. Su modo de transfusión a cualquier estrato social es una pedagogía de la crueldad que cubre todo y despoja al humano de una sensibilidad capaz de sentir al otro como humano-hermano. Cuanto más crece su aislamiento fruto del ritmo de vida actual y de los distractores tecnológicos más crece su incapacidad de empatía.
Nuestras sociedades hace rato que ya perdieron escala humana, solía decir Alberto Morlachetti. Él, junto a ese otro entrañable ser humano que es Alejandro Cussianovich no dejan de señalar el camino de una pedagogía de la ternura como camino ético-político bajo sólo la cual será posible una victoria de transformación de los vínculos humanos, que transgeneracionalmente deben llevarnos hacia un otro mundo posible donde solo la vida pueda ser criterio real de existencia.
Edición: 3469
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