Santa Fe

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Por Carlos del Frade

(APe).- Juan de Garay fundó Santa Fe en el cruce de varios ríos y desde entonces la ciudad fue uno de los pulmones económicos del imperio español todavía poderoso.

Santa Fe de la Vera Cruz fue declarada puerto preciso. Una designación que le trajo beneficios económicos, políticos y sociales. Fue allí donde se produjo el primer levantamiento criollo contra la corona peninsular. Le llamaron la revolución de los siete jefes.

En el siglo diecinueve fue escenario de gobiernos artiguistas y nido del poder de un propietario de grandes extensiones de tierras y líder del partido federal, Estanislao López, famoso por su persecución a los pueblos originarios y porque durante mucho tiempo tuvo sobre su mesa de trabajo la cabeza de su ex aliado y amigo, el entrerriano Francisco “Pancho” Ramírez, hoy desaparecida en algún sitio del mapa del casco céntrico de la ciudad.

Hubo gobernadores que denunciaron la cacería humana que hizo Bartolomé Mitre, el inventor de la historia oficial argentina, cuando invadió media docena de provincias y generó miles de muertos en nombre de su lema “en unión y libertad”. Hubo otros gobernadores que soñaron navegar por el Salado, dominar su cauce para que no se desborde, y hubo otros gobernadores que eligieron hacer negocios sobre obras que nunca se hicieron y por donde las aguas marrones del río entraron y devoraron la tercera parte de la ciudad, el ex puerto preciso de los españoles, la cuna de la rebelión criolla, el lugar donde se abrazó la causa revolucionaria del artiguismo.

Pero desde hace veinte años, Santa Fe de la Vera Cruz siempre aparece en los primeros puestos cuando se construye la triste tabla de las ciudades con mayor desocupación, subocupación, pobreza, violencia cotidiana y desnutrición.

Entre desocupados y subocupados desesperados que buscan encontrar algún trabajo bien paco, Santa Fe supera el 22 por ciento de su población con problemas de empleo. Cifras que siempre la ubican entre las capitales más estragadas del país que se dice federal de palabra pero que resulta imperturbablemente unitario en los hechos.

La ciudad de la sensibilidad de Fernando Birri, la capital que tuvo en un bioquímico la suficiente soberanía y dignidad para prohibir la Coca Cola, la de las letras de Juan José Saer y la belleza y la inteligencia de sus muchachas, parece hoy resignada a la pesadilla alimentada y reciclada de los años noventa.

Ahora hay un intendente que viene del corazón de la presuntuosa Universidad Nacional del Litoral y que aspira a gobernar la provincia, un ingeniero que suele mirar temas ajenos a las urgencias que gritan los barrios que todavía se la ingenian para encontrarle el sabor más rico de la vida a través de la cumbia y las victorias de Colón y Unión, cuando se dan.

Allí está Santa Fe de la Vera Cruz, la verdadera, la que no figura en las postales que prometen la dulzura de sus tradicionales alfajores ni tampoco aparece detrás de las sonrisas de los Midachi.

La Santa Fe verdadera, la que hace dos décadas siempre figura entre las ciudades con mayor índice de desocupación y subocupación, la que espera que alguna vez reaparezca el espíritu rebelde de aquellos siete jefes criollos que sabían que en un determinado día del futuro, los santafesinos se cansarán de tanta resignación y volverán a construir una ciudad más parecida a lo que sueñan.

Fuentes de datos:
INDEC y Gobierno de la provincia de Santa Fe.

 

Edición: 1762


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