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Por Manuel Vicent
(APe).- He visto de cerca a unos héroes, los médicos sin fronteras, luchar contra el cólera, la malaria y cualquier peste en África con riesgo de la propia vida. He visto a estos héroes de cerca batirse en el infierno del campamento de refugiados hutus después de la matanza de Ruanda. Los he visto actuar entre los campesinos colombianos desplazados bajo la doble violencia y amenaza de la guerrilla y de los paramilitares. También he visto la labor humanitaria de algunos misioneros en la selva. Sin duda es admirable el sacrificio de estos religiosos en favor de los pobres, pero tal vez su principal misión consiste en convertirlos a nuestra religión, en salvar su alma sin dejar de atender su cuerpo y esperar de Dios una recompensa en el cielo. Los otros héroes no esperan nada, salvo la satisfacción de haber cumplido con un deber de humanidad. Me recuerdo de niño con una cabeza de negro, de chino o de piel roja a modo de hucha pidiendo limosnas para las misiones. No seré yo quien deje de valorar esta causa. Solo que ahora viendo crecer el imperio chino, el orgullo de la raza negra y la rebelión de los indígenas americanos la imagen de aquellas cabezas de infieles de porcelana en mis manos con una abertura en el cráneo para las monedas me produce un sentimiento de vergüenza irremediable. Hoy la peste ya no conoce fronteras. Los virus más letales pronto tendrán paso franco por todas las aduanas. Pero existen unos héroes modernos, agnósticos o creyentes, solo movidos por la solidaridad, dispuestos a desafiar el peligro en medio de cualquier tragedia. He visto de cerca a estos médicos sin fronteras, enfermeras y cooperantes arriesgar el pellejo al enfrentarse a la bestia en el corazón de las tinieblas solo en busca de la dignidad humana sin esperar ninguna salvación que no sea aquí en la tierra.
Edición: 2819
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