Salta y Abu Ghraib, la tortura por TV

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Las leyes te hacen sufrir porque eres culpable,

porque puedes serlo, porque quiero que lo seas…
Césare Beccaria (1764)

Por Claudia Rafael

(APe).- En unos pocos días, Charles Graner podrá levantar su copa en alto y brindar por su primer año de libertad. Fue en los primeros días de agosto de 2011 que dejó atrás y para siempre las Barracas Disciplinarias de Fort Leavenworht, en Kansas (Estados Unidos). Graner fue el último de todos en dejar el encierro a seis escasos años de haber liderado el horror televisado de la prisión de Abu Ghraib, en Irak. El placer mediatizado de ejercer el poder sobre un grupo de prisioneros iraquíes quedó arrinconado al olvido. Abu Ghraib es el espejo de la crueldad. Abu Ghraib es hoy General Güemes, Salta, en ese cuadrilátero que desnuda la comisaría.

El breve patio desviste la humanidad para forjarla de ferocidad. Una bolsa de nylon sobre el rostro del chico. Un nudo que le cancela el aire. La expresión gélida del victimario. Otro adolescente a unos escasos metros con las manos amarradas hacia atrás y en alto. Los dos cuerpos semidesnudos. El agua. El frío. El grito. La certeza de la casi muerte como único destino. La tortura. Una y otra vez la tortura. La humillación. El dolor y el miedo que muta en terror. La certeza de saberse prisioneros del odio y sentir que es el torturador el que decidirá si la moneda deberá caer de un lado o de otro. La sesión de torturas hecha película de carne y hueso que no es ficción edulcorada para conmover. Seis policías imputados que tal vez en poco tiempo dejen de ser ícono y pasen a ser desmemoria: el oficial Matías Eduardo Cruz, el sargento Marcos Gabriel Gordillo y los efectivos Héctor Raúl Ramírez, Leonardo Esteban Serrano, Alberto Antonio Ontiveros y Roberto Augusto Barrionuevo.

La comisaría de General Güemes es tan sólo la punta del iceberg. La gran diferencia radica simplemente en que esta vez irrumpió violentamente en las conciencias desde el monitor de la PC, desde la pantalla de los televisores.

“Lo que ocurrió en Salta muestra en toda su dimensión lo que a diario ocurre en cualquier lugar de detención en Argentina. No se trata, como nos han querido vender los medios, de un hecho aislado, de un desborde o de una manga de psicópatas que escapó a la policía salteña. Es, por el contrario, una clara política de Estado. La necesidad de control social, que se descarga sobre los sectores más vulnerables de la sociedad. Y tiene dos características bien diferenciadas: la invisibilidad hacia afuera y la naturalización hacia adentro de la clase que padece estas prácticas. Cuando aparece, los sectores medios, los progresistas, los periodistas se rasgan las vestiduras y dicen `cómo puede suceder después de 30 años de vigencia del estado de derecho`. Nosotros, por el contrario, señalamos que es la más sofisticada manera que los regímenes democráticos han podido idear para la dominación y que todos tienen que usar en mayor o menor medida, de acuerdo a la necesidad represiva de cada etapa que está directamente relacionada con el crecimiento del conflicto social”, definió para APe María del Carmen Verdú, abogada de la Correpi. “Ubicar esto en la tesis del resabio de la dictadura implica negar que existió la tortura antes”, siguió.

“¿Saben una cosa? Esto lo inventó mi padre”, dicen que se plantaba una desafiante Pirí Lugones a sus torturadores. Su padre, Polo Lugones había sido el inventor de la picana eléctrica durante la tortura a quienes se oponían al gobierno de Agustín P. Justo en la década del 30.

“La tesis de los resabios de la dictadura ignora que todo gobierno que administra una sociedad dividida en clases va a necesitar reprimir para poder mantener el sistema de explotación. No se inventó otra forma que la represión que incluye la generación de consenso de lograr que una enorme mayoría de la población mantenga con su trabajo a un puñado de parásitos”, insiste Verdú.

En entrevista con APe, la socióloga Alcira Argumedo ubicó las torturas a Miguel Martínez y Mario Rodríguez –los dos jóvenes salteños- “en una política no explícita de disciplinamiento y eliminación de jóvenes sobrantes en esta sociedad que pueden volverse peligrosos. Según datos del ANSES el 75 % de los jóvenes entre 18 y 29 años están desocupados, precarizados o en negro. Esto se está dando a nivel mundial y está en la base de todos estos movimientos de indignados que más allá del específico detonante se produce en el mundo árabe, en Israel, en España, en Grecia, en Inglaterra, en EEUU, en Chile. Es evidente que hay una especie de lógica que condena especialmente a las generaciones más jóvenes que, al no ingresar, se vuelven peligrosas para el sistema. Hoy por hoy, para acceder a un trabajo mínimamente digno se requiere, al menos, el secundario completo. El 50 % de los jóvenes argentinos entre 13 y 18 años o no han ingresado o han desertado de la escuela. Sumado a elementos clave como el paco, que en uno o dos años destroza a los chicos. Se los deja atrapados sin salida. Se los transforma rápidamente en victimarios”.

El concepto del Estado como garante de derechos se ve velozmente destruido cuando la mirada se deposita en la represión y tortura como políticas de Estado. En una suerte de silogismo feroz y cruento, si un chico muere cada día por gatillo fácil, si en estos mismos momentos un joven está siendo torturado dentro del calabozo de una comisaría, si las cárceles están sombríamente pobladas por jóvenes, pobres y semianalfabetos ¿no son acaso también políticas de Estado?

En su libro El estado criminal, el historiador francés Yves Ternon analiza que la matriz común de los genocidios es el exterminio ejercido sobre un grupo previamente desvalorizado, vencido, aislado socialmente y subjetivamente indefenso. Concepto que se podría entremezclar con los pensamientos de Elías Neuman en “El estado penal y la prisión-muerte” al hablar de capacidad política verbomotora llevada a la consecución de un control social para el que golpear, torturar y matar no es ajeno, se logra y sostiene la esclavitud de muchos seres humanos. En ello se apoya la retroalimentación del sistema neoliberal por un lado y, por el otro, la prosperidad de algunos individuos que suelen detentar un turbio subsuelo social.

No hubo cámaras filmadoras ni celulares y menos aún máquinas fotográficas que congelaran el exacto instante en que un grupo de policías de Choele Choel torturaban o asesinaban al joven guaraní Daniel Solano. Tampoco las hubo cuando policías olavarrienses vejaban y arrojaban agua hirviendo sobre el cuerpo de Diego González en la cocina de la comisaría. Tampoco las hubo al momento de destruir la vida de Luciano Arruga o de Miguel Bru.

Por eso General Güemes es Abu Ghraib pero sólo por eso. Las políticas de Estado se derraman en las barriadas con sus brazos más severos. Las políticas de Estado arrojan bestias al vacío para derrotar toda esperanza y abatir con la fuerza huracanada de las inquisiciones medievales los breves arrestos de rebelión que tímidamente nacen en los márgenes del camino.

Educción: 2264


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