22 muertos en la explosión de Rosario

Salta 2141, diez años después

A 68 años de la bomba que asoló Hiroshima, el 6 de agosto de 2013 una fuga de gas explotó un edificio en Rosario y mató a 22 personas. Aunque las imágenes fueron similares al edificio de la AMIA estragado, no hubo atentado terrorista sino desidia acumulada. Se cumplieron diez años ayer.

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Por Carlos del Frade

(APe).- El 6 de agosto se cumplieron diez años de la explosión del edificio de calle Salta 2141 en la ciudad de Rosario.

Un hecho que sintetiza la acumulación de corrupciones, hipocresías e impunidades empresariales y políticas.

Lo que sigue es una síntesis de aquellas horas que se reviven en el dolor de los seres queridos que recuerdan aquellas muertes.

También hubo gestos solidarios y valientes que pueblan, como siempre, las profundas páginas de las historias de las comunidades.

A 68 años de la bomba que asoló Hiroshima, a las 9.37 del martes 6 de agosto de 2013, en pleno microcentro de Rosario, en Salta al 2100, una fuga de gas generó una explosión que devoró desde abajo un edificio de nueve pisos y dieciocho departamentos. Se cobró la vida de 21 personas.

Hasta ese momento había 21 muertos, la misma cantidad de años que tiene la privatización de Gas del Estado, votada el 26 de marzo de 1992. Litoral Gas, hija directa de aquella sesión de la cámara de Diputados que aprobó la privatización de Gas del Estado con el tristemente célebre diputrucho, parece ser la principal responsable de lo sucedido, según puede leerse en el artículo 52 de aquella ley 24.076.

Con los días, las víctimas fueron 22.

Por eso, desde el primer momento y durante varias horas, su gerente de relaciones institucionales quiso imponer el relato sobre la inexistencia de culpabilidad de parte de este consorcio controlado, mayoritariamente, por la francesa Suez –la misma que durante años se hizo cargo del servicio de cloacas y potabilización de aguas en quince ciudades de la provincia de Santa Fe y cuyo contrato fue rescindido– y el grupo de origen nacional aunque hoy supranacional, Techint.

Como suele suceder con los choques de los trenes, también en este caso se intentó reducir la responsabilidad en un gasista circunstancial, tal como generalmente se presentan a los maquinistas de las unidades ferroviarias.

A pesar de tanto dolor desbocado, miles de personas atiborraron los registros de donantes de sangre, rescatistas, bomberos de toda la región sur de la provincia, pibas y pibes que jamás dejaron de acompañar con café, comida y cualquier tipo de atención a los que siguieron removiendo escombros tratando de inventar un milagro que fuera más allá de un canario y un gato rescatados con vida debajo de las lozas del edificio que ya no estaba. Los primeros en llegar y jugarse literalmente la vida para salvar la de desconocidos fueron trabajadores: taxistas, albañiles, periodistas y los siempre presente ex combatientes de Malvinas.

En esos valores puestos de manifiesto por los sencillos y ninguneados hijos e hijas del pueblo está la certeza de que la vida gambeteará la muerte y que todavía hay posibilidad de una mejor sociedad. Certeza que viene de la mano y el cuerpo de los de abajo, de los que arriesgan todo lo que tienen, su propia vida, en beneficio de los otros sin ninguna mezquindad, a pesar de las impunidades empresariales y políticas que algún día deberán analizarse.

Porque aunque haya similitudes entre las imágenes de la humareda del edificio estragado de Salta al 2100 en Rosario con las nubes que siguieron a la voladura de la AMIA, en este caso allende el Paraná, no hubo atentado terrorista, sino gas acumulado, desidia acumulada como resultados de negocios invictos de los años noventa y ahorros que se hicieron nada menos que en seguridad.

Cuando el edificio explotó, distintos barrios de la región sintieron un cimbronazo.

Mario Paiva, por ejemplo, iba manejando su taxi en la esquina de Alvear y Córdoba y sintió el temblor. Vio, entonces, el hongo blanco.

Todo era grito y pedidos de auxilio. Creo que fui el primero en llegar, incluso antes que los bomberos y ambulancias. Trepé por los fondos del supermercado La Gallega y no se cómo hice para escalar pisando los aires acondicionados. No lo pensé dos veces; sentí que tenía que ayudar. Había una chica embarazada y la pudimos bajar, una mamá me pedía que ayudara a su hijo y también lo socorrimos… muy fuerte todo. Anoche no dormí, esos gritos no me los olvido más –le dijo Paiva a los trabajadores de prensa que tampoco descansaron y nunca cayeron en el morbo habitual que proponen los medios hegemónicos de Buenos Aires.

Los bomberos voluntarios generalmente son noticias porque suelen no tener casi nada para llevar adelante una tarea que tiene mucho de heroica pero sin el dinero de los personajes que las historietas cuentan que son Batman y otros.

–Es durísimo escuchar el sonido de los celulares entre los escombros en medio del silencio de la madrugada –sostiene Norberto Marchesini, del cuerpo de bomberos voluntarios de la ciudad de Firmat, a decenas de kilómetros al sudoeste de la cuna de la bandera.

“Se apagan motores a unos doscientos metros a la redonda, tiene que haber silencio, por eso durante el día no nos sirve la ecosonda. Ahí es cuando tienen más trabajo los perros. El removido de los escombros es prácticamente a mano o con una maquinaria liviana, así pudimos sacar más de cincuenta camiones”, agregó Marchesini.

“Después de la explosión del martes 6, Rosario ya no será la misma pero lo mejor de la vida se impondrá a lo peor de las hipocresías y las impunidades, porque los que hoy sufren el inmenso dolor de sus seres queridos saben que están siendo abrazados por la increíble solidaridad de los más humildes, de los ninguneados, de los albañiles, de los trabajadores, de los ex combatientes de Malvinas, de las pibas y los pibes que con su entrega están diciendo que todavía hay valores y que la esperanza, como siempre, goza de buena salud y crece desde abajo. En esta ciudad conmovida y sacudida, la vida le ganará a la muerte por pura prepotencia de amor y compromiso con el que sufre. Esas cosas que jamás entenderán los que decidieron economizar en válvulas y ajustar en seguridad, los verdaderos responsables de estas muertes y estas ausencias”.

El periodista decía que no quería pronunciar la palabra tragedia, desastre, catástrofe ni tampoco desaparecidos. Las primeras, porque remiten a castigos y destinos impuestos por los dioses griegos y lo sucedido en Rosario, el martes 6 de agosto de 2013 a las 9.37, no tenía nada que ver con decisiones metafísicas, sino con una serie de hechos políticos y económicos que venían desde lugares muy concretos y terrenales. Y porque desaparecidos es una figura claramente vinculada al terrorismo de Estado.

Julio Más, combatiente de Malvinas, estaqueado en las islas por los oficiales del ejército aquel que castigaba a los propios porque estaban desesperados de frío y hambre, escuchaba con atención.

Desde el principio estuvo entre las ruinas y las llamas, entre los gritos y los silencios, entre los escombros y la pasión por salvar la vida de decenas y decenas de anónimos que siguieron buscando la posibilidad de construir un milagro.

Ya que hablás de palabras… te quiero contar que a mí se me apareció otra palabra. La palabra compromiso… Y te lo juro que se me presentaron un montón de imágenes, entre ellas las caras de mis seres queridos, de tantos años de ninguneos… pero se me apareció la palabra compromiso, te lo juro –dijo Julio y empezó a explicar. El combatiente de Malvinas, al que durante años le negaron atención psicológica, pensión y otros tantos reconocimientos, contó que llegó a la zona de la explosión apenas unos minutos después.

–Eran muy pocos los que trataban de ayudar y era mucho el fuego –recordó Julio con ojos cansados pero siempre expresivos.

Alguien dijo que había que pasar por el pasillo para salvar a una señora que pedía auxilio a gritos.

Y él, 51 años, sobreviviente de aquella guerra, ninguneado durante años, papá y abuelo, él que no tiene nada más que demostrar sobre su valentía a favor del pueblo, se metió por ese lugar que en lugar de paredes y techos tenía llamas.

Y allí estaba Julio junto a sus compañeros, todas las noches, dándoles algo calentito de comer a los bomberos, rescatistas y tantos otros que alentaban las esperanzas mientras removían escombros.

Lo mejor de la historia, lo mejor de nuestro pueblo está en tipos como Julio, en los que no teniendo más que sus vidas las ofrecen para que la vida de gente sencilla continúe a pesar de los pesares y las impunidades empresariales.


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