Reprimen a la infancia

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Por Claudia Rafael

(APe).- Ya la noche promediaba las 20 del viernes cuando los policías bonaerenses de la UTOI (Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas) irrumpieron pertrechados para la guerra: cascos, chalecos antibalas, escudos, escopetas estruendo, pistolas Bersa, municiones anti-tumulto. Su enemigo feroz, un grupito de cinco chicos y chicas sentados en las puertas del Centro Cultural y Educativo Juanita Ríos, en el corazón de Villa Itatí, Quilmes. Gritos, empujones virulentos, zamarreos a una de las chicas, de 15 años; interrogatorios arbitrarios. “Los pusieron contra la pared, los requisaron en forma violenta y los interrogaron acerca del motivo que tendrían para estar en ese lugar”, dice la denuncia que, este lunes, presentó la Gremial de Abogados con la firma de Laura Taffetani y que recayó en la fiscalía de Ariel Rivas, de Quilmes.

No hay precisiones aún acerca de lo que buscaban los policías –más allá de una clara intimidación- ni de qué hacía la patota uniformada en el lugar. Apenas unos minutos bastaron para que quedara cada vez más al desnudo la ferocidad policial, en algunos casos, en manos de policías que ni siquiera rozaban los 30 años. Indagaron en torno de una moto, que pertenece a la presidenta del Centro Cultural, pero no se interesaron –indica la denuncia- por revisar los papeles de propiedad que estaban en el asiento.

La villa respira historia desde aquellos primeros latidos en los años 50 en que migrantes en busca de un sueño se asentaban, llegados desde Corrientes, Santiago del Estero, Chaco. En tierras que parecían una promesa con sabor a futuro que se terminó diluyendo entre los dedos. Hasta este presente achacoso, en que la vida golpea en cada calle, en cada casa endeble, en cada esquina de olvidos.

En Villa Itatí el hambre duele y son muchos los pibes y pibas a los que las drogas voltean y los hunden en violencias insaciables. Entre medio de esos barros, organizaciones sociales reman contra todas las corrientes, intentan construir sentido en esas vidas que los contextos críticos vuelven endebles.

El viernes no será fácil de hundir en el olvido. El miedo es una enfermedad dura y peligrosa. Que paraliza cuando la piel es muy joven. La reacción colectiva de los vecinos fue casi inmediata. Pero la UTOI redobló la apuesta: arremetió con balas de goma que, en muchos casos, impactaron en los cuerpos de los jóvenes. A uno de ellos –se lee en la denuncia- “lo toma un efectivo por detrás en forma violenta, le hace una llave apretando fuertemente su brazo en el cuello, asfixiándolo y lo detiene junto con otros efectivos”. Lo cargaron en un camión policial y mientras se lo llevaban, lo paseaban durante largo rato y lo liberaban horas después sin registrar ni fundamentar su retención, otros policías “vuelven a reprimir a los vecinos y son heridos con perdigones de goma”. Una nena de apenas 11 años fue una de las víctimas y debieron atenderla en el Hospital de Wilde. En tanto, a la niña de 15 “un efectivo le apoyó su escopeta a quemarropa en su estómago y sólo la intervención de otro oficial hace que baje el arma”.

La UTOI se mueve entre las calles de las villas conurbanas desde que –no azarozamente- un 24 de marzo, aquel de 2017, fue estrenada con la firma de Cristian Ritondo, ministro de Seguridad de María Eugenia Vidal. No tardó en mostrar que la “saturación territorial”, como definió hacia 2018 la Comisión por la Memoria, era la determinación de la provincia que tiene la policía más multitudinaria del país. En una práctica que no ofrece quiebres en la sucesión ministerial, la UTOI –ahora en manos de Sergio Berni- sostiene la misma táctica de saturar las villas con hombres y mujeres de uniforme.

Gritos, empujones virulentos, zamarreos. Tácticas de una saturación en la que el “olfato policial” suele ser el instinto que los guía para saber dónde actuar. “Con la experiencia uno se da cuenta, como miran, como caminan… vos te das cuenta”, “el 80% de los delitos son cometidos por personas que pueden identificarse por determinadas características en la forma de vestir. Por ejemplo: gorra, zapatillas deportivas…”. Ambas definiciones de policías de diferentes territorios sobre el célebre olfato fueron plasmadas en el informe “Hostigados, violencia y arbitrariedad policial en los barrios populares”, del CELS.

En una estrategia donde actúan, balean, golpean, gritan o interrogan pero además de toda esa parafernalia del horror dejan marcas indelebles. “Los niños de cinco años lo tienen que ver como si vivieran dentro de una película de suspenso”, decía el informe 2019 de la Comisión por la Memoria tras relevar actuaciones del UTOI en villas del Conurbano. Huellas que no se borran, que marcan los ritmos de la vida cotidiana, que dibujan los miedos en algunos, la rabia en otros pero que se tatúan en la piel como las prácticas sistémicas dentro de un laboratorio a cielo abierto que las fuerzas policiales perfeccionan sin grietas de mando.

Edición: 4111

 


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