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Por Silvana Melo
(APe).- Juzgada y condenada, la Plaza de Mayo verá pasar la historia detrás de sus flamantes rejas permanentes. Verá los tiempos sombríos que fatalmente la instalan, apretada, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Y muy lejos de la gente. Mayo se debate entre la lluvia y el sol. Y es el desacuerdo espasmódico entre la lucha y la resignación. Entre lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no acaba de nacer. Entre los trabajadores apaleados bajo la tierra y los sindicatos que especulan. Entre los que discuten la reapertura de la paritaria impuesta al 15 cuando la inflación será del 30. Entre aquellos a quienes no se les concede caprichosamente la legalidad pero avanzan impulsados por una representatividad que los legitima.
Mayo se desliza en su segunda mitad gloriosa, cuando –dice Carlos Del Frade- los trabajadores estatales French y Berutti repartían dagas y cuchillos para apurar la creación de un nuevo país (la historia oficial prefirió descafeinarlos en un reparto naif de escarapelas).
208 años después los trabajadores que discuten paritarias -o simple sobrevivencia en un mercado laboral cercado como la Plaza de Mayo- aparecen golpeados y esposados en las redes. Demonizados en los medios masivos. Para quienes la lucha en la calle es apenas un problema de tránsito para los porteños. Las vallas provisorias –que llevaban años de provisoriedad- fueron exoneradas ante el sinceramiento de las rejas permanentes. Que es cerrar el espacio vip de la Plaza, aquel resguardado para el acceso simbólico al poder. El acceso para cuestionarlo cuando sea necesario. Es decir, todos los días en la vida de un pueblo. Ese espacio vip donde no son gente muy importante los más de ocho millones de niños con privaciones que fatigan los rincones del país y los gentíos de sus conurbanos.
Un 62,5% de la infancia en peligro. Lo dijo hace pocos días el Observatorio de la Deuda Social de la UCA. Y pasó inadvertido. Hasta hace quince minutos de la historia reciente, los números de la Universidad Católica eran título escandaloso de tapa. Hoy ya no.
A 208 años de la Revolución de Mayo un millón y medio de niños pasa hambre. El 30 por ciento de los 13 millones de chicos condenados irremediablemente a ser el futuro se duermen y se despiertan diariamente en casitas precarias. Tienen frío, no comen verduras y nunca tuvieron zapatos nuevos.
Dice Carlos Del Frade. Llegan Moreno, Castelli y Belgrano. Están enamorados de las palabras revolución, igualdad e independencia. Hablan de un pueblo que no conocen. Están a punto de hablar con la certeza de que a partir de ese momento el mundo conocido dejará de existir. Pero ese 25 no hubo revolución ni independencia. Sus finales, sin Plaza de Mayo, fueron tristes y violentos.
En estos días de sombra, cuando mayo llega con maletas cargadas de despidos, balas de goma, gas pimienta y rejas permanentes, hay una plaza vip y otra concedida generosamente a la multitudinaria gilada. Que deberá arremangarse para copar una vida donde sobran policías y faltan surtidores para la esperanza. Ocho millones de pibes en peligro son 80 Plazas de Mayo con vallas provisorias o rejas permanentes. 80 plazas habilitadas a los anónimos, a los descartados masivos, a los innombrados e innombrables. A las mujeres históricamente anonimadas que hoy se plantan a nombrarse por las calles. A los que murieron en la pobreza, el veneno o el cáncer inducido hace 208 años. A los que pueden empezar a cambiar retazos de la vida en estos días.
A pesar del frío, las balas de goma y el gas pimienta. A pesar de las rejas que les asestan a los sueños.
Y ésas no serán permanentes.
Edición: 3620
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