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Por Facundo Barrionuevo
(APe).- Fernando Fernández, conocía bien a Rafael Nahuel, el domingo por la tarde publicó en Facebook unos párrafos a los que tituló “Algunas aclaraciones tristemente necesarias”. Y sí que las aclaraciones son necesarias, y lo son tristemente. Otra vez el periodismo servil a los intereses del poder se encargó de deformar la realidad de una cacería vivida por la comunidad mapuche de Mascardi el sábado 25 de noviembre. En seguida los portales web, rapaces como esparveros comenzaron a titular al vuelo sobre “un enfrentamiento” falso. Reminisencias de otras épocas que no han dejado de utilizarse por ejemplo en las muertes dudosas de pibes en contextos de encierro, ahora son usadas para escudar la represión de la protesta.
Gracias a las redes sociales y los medios de comunicación alternativos e incluso audios de whatsapp, no pocas veces en el último tiempo hemos dado con información que contradice las versiones oficiales o de los medios hegemónicos.
Para que el muerto sea medianamente aceptado tienen que bajarle el precio. Si es mapuche y violento mejor, y si anda cercano a los 30 aún más, ya que todavía algún rincón de la conciencia emponzoñada del medio pelo argentino que defiende la tierra extranjera, parece que todavía tiene cierto pudor si el muerto es joven. En algunos ámbitos sólo si el interlocutor es cristiano, blanco y varón, obliga a los que esperan el relato de siempre a tragarse algunas palabras. Por eso, gracias a la viralización de las palabras de Fernando, supimos que en realidad Rafa tenía 22 años y no 27, que era un orgulloso hijo de su pueblo, que venía pechando la suerte de pibe del Frutillar, ese telón de fondo escondido de la Bariloche de culipatines y nieves negras. Que pasó por los grupos de la capilla de los salesianos, que no le esquivó el esfuerzo al estudio con lo que cuesta cuando uno deja unos años, que se metió con esmero a la formación laboral y participaba del emprendimiento colectivo de construcción que se inventaron los jovenes del Alto para amarrar la dignidad que les niega el equilibrio del sistema. Muchos educadores y educadoras de las experiencias de esa zona de Bariloche pueden dar cuenta del camino de crecimiento que fue haciendo Rafael y como ese camino lo llevó a hacerse cargo de su hermano, amigos y compañeros y organizarse hasta que maduró su compromiso por la causa mapuche.
“A nuestros pibes de los barrios empiezan por quitarles las oportunidades, y después les quitan la capacidad de ser actores de la realidad. Dejar todo lo que les hace mal, rebuscarse el trabajo y comprometerse con alguna causa que encima defienda sus raíces, es todo lo que podemos soñar los que trabajamos en los barrios. Rafita era todo lo que podíamos soñar.” (F.F.)
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“Hoy me enteré de la muerte de Rafa y un gran dolor me invadió...”
Casi cuando terminaba de escribir un primer borrador de esta nota, un compañero me mandó una carta publicada por ANRed. Era una carta a los familiares de Rafael de parte del padre Angel Tisot, un cura joven que había compartido con él la época de los grupos juveniles y campamentos.
A Angelito, como le dicen al cura, lo conocí una noche que andaba de visita por Quilmes, donde ahora vive, el ambiente estaba caldeado en la Villa por la muerte violenta de un pibe ligado al consumo de drogas.
Ángel deja ver en sus líneas, que está acostumbrado y podrido de la muerte joven, que sabe que es el Estado el monstruo de muchas caras que viene a visitarlos cada vez más seguido para llevarse a muchos y de cualquier manera.
“La historia se repite, se agrava y tenemos que cambiarla. Muchos van a hablar, (…) en la mayoría de los casos opinarán por la información de los medios (…) que mal-informan, que tapan, que responden a intereses económicos muy poderosos. Yo simplemente hablo porque conocí a Rafa y me conmovió su historia”. (A.T.)
Hacemos nuestro el deseo de esas palabras esperanzadas de que es posible transformar la realidad y que “tu sangre Rafael, florecerá en lucha por una vida más digna.”
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En esos orígenes que cuentan las leyendas, el hombre de la tierra era amigo del tigre. Un día, después de una batalla contra los soldados blancos un joven guerrero que había quedado perdido lejos de su gente, se encontró al peñi Nahuel, al hermano tigre, que lo protegió en el hueco de un Pehuen hasta ponerlo a salvo. Por la noche el tigre hizo guardia entre las ramas y al amanecer el joven sintiendo el olor de una fogata, vió que Nahuel ya no estaba y fue a reunirse con los suyos.
Rafa fue fiel hijo de su gente y se encontró con el peñi Nahuel. Su vida nos enseña que con la guerrera persistencia, y la promesa de una fogata que se adivina de madrugada, no habrá ejercito huinca que pueda impedir el destino de volver a la tierra, aunque haya que estar mucho tiempo al abrigo del Pehuen.
Edición: 3494
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