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Por Carlos del Frade
(APE).- Hace cincuenta años que Quino dibuja en torno a las miles de máscaras de la realidad argentina e internacional. El mendocino muestra la lógica del mundo hecho a imagen y semejanza de pocos pero también la fuerza de los sueños, la inverosímil resistencia de la ternura, la obstinación del amor y la multiplicación de la amistad como reserva de lo mejor de esta extraña criatura que se asomó a la vida hace más de tres millones de años sobre el tercer planeta de un alejado sistema solar del centro de una de las miles de millones de galaxias.
Quino y sus dibujos muestran los sueños y las pesadillas.
Y hay una imagen que suele repetirse.
El sueño de libertad es capaz de romper todos los muros de todas las prisiones.
Lo sueñan los tipitos de Quino y los chicos de Quino.
El globo que inventa el lápiz alma del mendocino convierte en escombros las paredes toscas y los tipitos vuelan hacia cielos abiertos, soles de esplendor y buscan las caricias y las oportunidades negadas.
Pero la realidad suele esmerarse en contagiar pesimismo.
El sistema produce pesadillas y exilia los sueños.
Las escuelas se vacían de pibes y las cárceles se llenan de ellos.
Es la inversión de Quino.
Las pesadillas rodean a los tipitos y a los chicos de muros cada vez peores.
Las pesadillas invierten las historias y las historietas.
La dulce provincia de Tucumán se ha convertido en territorio amargo para los eternos buscadores de caramelos como son los chicos.
A principios del tercer milenio, la iglesia tucumana denunciaba que la deserción escolar alcanzaba a tres de cada diez pibes en edad de primaria, pero el número llegaba a la mitad de los chicos en las zonas rurales del ex jardín de la república.
Y agregaba que 86 de cada cien chicos no termina la secundaria.
El 86 por ciento de los pibes entre catorce y diecisiete años tucumanos, a principios del siglo veintiuno, no estaba en la escuela.
Pero el paisaje existencial de los chicos tucumanos no terminaba ahí: de esos catorce pibes que llegaban a la secundaria, seis abandonaban.
La iglesia tucumana, concluía que “solamente ocho jóvenes de cada cien terminan el ciclo secundario”.
Los pibes no estaban en las escuelas. Estaban en el territorio gobernado y atravesado por los mandatos de la pesadilla impuesta por unos pocos.
¿Cómo gambetear la pesadilla?
Si los sueños derriban muros, las pesadillas levantan muros.
Quino invertido.
Tipitos de carne y sueños que terminan siendo los blancos móviles de los guardianes pretorianos de los inventores de las pesadillas.
Entonces la noticia suena repetida, ferozmente conocida.
En la alcaidía de la jefatura tucumana hay 58 chicos hacinados. Los motines, como consecuencia de semejante desprecio por esas vidas pequeñas, explotan cada vez con mayor asiduidad.
"Esto no da para más. Si no se hace algo en forma urgente, puede haber consecuencias gravísimas", dijo el juez de menores Raúl Oscar Ruiz, después de una de las tantas revueltas entre los muchachos.
Abunda el juez: “No hay más lugar para nadie, pero la Policía, por los hechos que producen, sigue deteniendo a menores, y la verdad es que ya no sé qué hacer".
En la capital tucumana, hay 79 menores detenidos. “Aunque no hay lugar para alojarlos, la Policía los sigue aprehendiendo por la gran cantidad de delitos que cometen”, dice la crónica periodística.
La pesadilla recluye a los principales demandantes de sueños.
Los pibes tucumanos, exiliados de la escuela, pueblan las cárceles.
Es hora, tal vez, de crear un Quino colectivo, un pueblo que vuelva a soñar con tanta fuerza que sea posible derribar muros y volver a presentarles sueños luminosos para los pibes de Tucumán y otros arrabales de esta tierra.
Fuente de datos: Diario La Gaceta - Tucumán 02-03-05
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