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Wawa Huasi (Casa de Niño en quechua) está en La Quiaca. El gobierno de Jujuy quiere cerrarlo para un emprendimiento turístico. Alberga a 150 niños que aprenden y se alimentan allí. 20 docentes están a cargo. La comunidad fundadora participó de la pueblada de 2023. Se sospecha una revancha política contra los pueblos originarios
Por Silvana Melo
(APe).- En la punta norte del país. Allí donde se pisa la frontera. A casi 1800 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que es donde suele tener Dios la oficina central. En esa punta norte funciona desde hace catorce años el jardín intercultural bilingüe Wawa Huasi (Casa de Niño en quechua). En La Quiaca, donde la que atiende en sus sucursales en el medio de la nada es la mismísima Pachamama. La que está cobijando hoy por hoy a los 150 niños y niñas que van todos los días a aprender y a alimentarse a un lugar donde se sostiene la vida y la cultura. Y que desde el gobierno provincial –ya no de Gerardo Morales pero sí de Carlos Sadir, un delegado que sigue sus pasos- están buscando cerrar por diversos argumentos. Que se sospechan desde una revancha política por la actitud de los pueblos originarios en la pueblada del invierno de 2023, hasta la necesidad de contar con terrenos para un emprendimiento turístico ferroviario.
Fue claro y contundente aquel laboratorio represivo que fue Jujuy en 2023, cuando la reforma constitucional de Gerardo Morales amenazó con criminalizar la protesta y desalojar a los pueblos originarios para desarrollar proyectos extractivos, con el estrellato creciente del litio. Hoy el jardín bilingüe Wawa Huasi sigue pagando platos rotos de su historia milenaria, mucho más extensa y rica que la de sus perseguidores. Está instalado en el predio de la vieja estación de trenes y el peligro es que corran la misma suerte que los vecinos que fueron desalojados para el emprendimiento turístico del Tren Solar. Ciento cincuenta niños y niñas que se educan y alimentan allí y un plantel docente de veinte trabajadores quedarían sin espacio y sin empleo. El único jardín bilingüe de la Provincia, que no nació de una inquietud oficial. Sino del esfuerzo de un grupo de docentes desde la comunidad originaria “Natividad Quispe” de La Quiaca.
Lo relata Vilma Llampa, la directora del jardín. Recuerda que “nació como una guardería”, porque las madres tenían que trabajar y los chicos quedaban solos y con frío en sus casas. Entonces empezaron con “quince alumnos y seis docentes en 2010”. Pero “la situación grave de nuestra gente hizo que fuera necesario tener más niños y más salitas para otras edades, entonces depositamos nuestros primeros sueldos como docentes para pagar la mano de obra y construir las salitas nuevas”. El jardín estaba en condiciones de ser de nivel inicial. Pero la “lucha por el reconocimiento fue muy difícil”. Tenían toda la burocracia en contra pero “creíamos mucho en la Pachamama”. La lucha era cultural: no olvidar sus costumbres, su lengua, no perder su identidad. Por eso el nombre del jardín en quechua.
El terreno donde docentes, comuneros y familias construyeron el edificio pertenece al estado nacional: está en el predio del ferrocarril que fue cerrado en 1992. La comunidad Natividad Quispe, fundadora del jardín, fue siempre opositora al gobierno de Morales y a sus acuerdos con el PJ jujeño, que redundaron en la aprobación de la reforma constitucional. Por eso fueron “hostigados y discriminados”. No es gratuito el intento de cierre del jardín: las docentes y la comunidad participaron activamente de aquellos días de lucha.
Como una muestra clara de la amenaza, en los últimos días negaron definitivamente la habilitación oficial del jardín que lleva, no está demás reiterarlo, catorce años de trayecto, 150 niños y 20 docentes de vida diaria.
Mientras sugieren a los padres que reubiquen a sus niños en otros jardines aplican, acorde a los tiempos, un ajuste feroz en la educación. Escuela quiaqueña que no tenga alumnos suficientes, cierra. El camino de la rentabilidad llega hasta la frontera más lejana.
Hoy los docentes y las familias del Wawa Huasi, que quiere seguir siendo la Casa de Niños, continúan dentro de un edificio que ampliaron con sus propios salarios, firmes en su decisión de que siga en pie. Vivo y lleno de niños. Que canten en su lengua, que rieguen a la Pachamama para que dé sus frutos y coman de ellos, que bailen sus músicas, que encuentren sus yuyos, que llamen a sus espíritus. Allí, donde hace bajo cero y la noche es tan poco piadosa como el gobierno de Jujuy, los niños, las niñas y sus maestros seguirán sosteniendo la wiphala al ladito de la celeste y blanca. Bilingüe como su cultura. En resistencia, como hace siglos.
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