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Por Carlos Del Frade
(APe).- Una mañana de sol sobre la vieja ruta hacia Cañada de Gómez, allí donde están las fosas clandestinas de los federales que se oponían a los planes de Mitre y compañía, iluminando de un amarillo único a las hojas de los árboles que parecen abrazarse y convierten al lugar en un túnel que parece augurar un destino diferente al frenesí del presente.
Desde Santa Fe capital hasta Santo Domingo, el puente sobre el arroyo Cululú levanta nieblas de leyendas y misterio, cuando el invierno junta su frío con ese costado donde pequeños montes dicen que el mar de soja no ocupa todo el territorio. La postal del humo blanco sobre esas aguas del Cululú bien podría formar parte de una gran película que algún día se hará sobre la historia provincial.
Ver a los pibes con sus cargamentos de caña caminar a la vera de la ruta 11 volviendo hacia Villa Ocampo en un atardecer de primavera tiene belleza y rebeldía. Del otro lado, una escuela de campo, la “Martín Fierro", inventa ternuras para que otros chicos intenten la osadía de pensar un proyecto de vida propio, bien lejos de las distintas explotaciones de las que esa tierra es testigo desde los tiempos de La Forestal.
Cuando se viene la tormenta de viento y agua que aquietará por algunas horas el hastío del verano rosarino, el marrón del Paraná se hace notar más. El azul de témpera cargada que adquiere el cielo disminuye la soberbia de las nuevas torres, hijas directas del desarrollo contradictorio que tuvo la cuna de la bandera en los últimos años. Ese recuerdo de la tormenta de verano en la costa rosarina también forma parte de algo distinto y nuevo que va mucho más allá del paisaje.
Que esos lugares que motivan sueños y sensibilidades sean descubiertos por los que están acostumbrados a los fantásticos fuegos artificiales de un sistema que vende turismo por otros lugares y, al mismo tiempo, consume vidas y paisajes, inmolándolos en el altar del único dios que reconoce, el dinero.
Es necesario empezar a remar contra corriente. Dicen que los únicos peces que nadan a favor de la corriente son los peces muertos. Debe ser así.
El pensamiento crítico, la socialización del arte y la belleza, el protagonismo social y político forman parte del proceso educativo que ayude a disminuir los niveles de desigualdad en la provincia de Santa Fe.
Gracias a las trabajadoras y los trabajadores de la educación conocí la invención de la sonrisa y la fiesta en que son capaces de convertir los actos en medio de una realidad social despiadada donde estudiantes y padres sobreviven de la basura y, sin embargo, allí, en la escuela, las maestras y los maestros hacen posible que los pibes sientan que hay esperanza, futuro, solidaridad y que tiene sentido la libertad y la dignidad.
Es cotidiana la lucha de las maestras y los maestros en contra de los nuevos señores de los barrios, los narcos que manejan los horarios de los centros de salud y hasta los turnos para comer en los salones comunitarios. Fueron maestras y maestros los primeros en denunciar esta realidad.
Vendrán las ferias de libros hechos a mano por chicas y chicos que se animan a interpretar los cuentos que ustedes les estimulaban a escribir, los vi disfrazados de piratas, integrantes de naves espaciales, murguistas y tantas otras cosas que siempre son capaces de hacer en esas horas donde ustedes convierten a las escuelas en un espacio que rema contra la corriente de la resignación y el pesimismo.
Están los recreos donde intentan pisar la pelota de violencias que vienen de otro lado, los vi abrazados a pibes que necesitaban y necesitan afecto, fui testigo de los cambios en las miradas de muchos de las maestras y los maestros cuando la narración de la chicas del chico se metía en territorios de perversidad, injusticia e impotencia. Y nunca los vi abandonar. Los vi allí, sabedores que al otro día volverían a estar. Volverían a recorrer las casillas de las villas para buscar a sus chicos, hablar con los padres, denunciar a la policía y buscar ayuda para vender pastelitos, rifas e intentar nuevas aulas, techos, grabadores, pizarrones, electricidad, alumbrado y hasta el asfalto para el barrio.
Hay maestras y maestros que terminaban su trabajo y aprovechaban alguna casa para enseñar a caminar y hablar a los chiquitos que no podían hacer porque estaban discapacitados por efecto de la mala nutrición.
Conocí la lucha de las maestras y los maestros desaparecidos durante el terrorismo de Estado gracias al rescate histórico que hicieron algunas décadas después. Fui testigo de la dignidad de maestras y maestros que se pararon ante ministras y ministros, gobernadores y otras tantas autoridades, pidiendo respeto por todos los compañeros, por todas las compañeras.
Desde Los Amores a Rufino, desde San Javier a Frontera, en las grandes ciudades y en los pequeños parajes están los hechos cotidianos que encarnan los mejores sueños de la primavera santafesina.
Hechos paridos por chicas, chicos, padres, asistentes escolares, maestras y maestros.
Primavera, escuelas y pibada santafesinas.
Edición: 3712
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