Posadas

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 Por Carlos del Frade

(APE).- En Misiones hubo una vez un ingeniero que soñaba con encontrar una fórmula que le permitiera a todos aquellos que viven explotados por las empresas celulósicas dejar de ser esclavos y generar sus propias máquinas y ganar lo suficiente para tener el techo propio y que los hijos pudieran estudiar, reír y construir el futuro que quisieran. No lo dejaron vivir al ingeniero misionero y sus proyectos quedaron en algún calabozo sin nombre ni número.

 

En la tierra colorada, mucho antes que el ingeniero, la naturaleza de aguas altas como ningún escritor se animó a imaginar, de colores vívidos y siempre nuevos, existieron pueblos guaraníes dedicados a criar chicos fuertes, poetas, deportistas y cantores.

La miseria vino de la mano del progreso de unos pocos.

La tierra roja fue testigo de varias generaciones de sangre nueva que no pudieron cumplir con aquel proyecto del ingeniero ni tampoco se abrazaron a la tradición de la maloca, la vida comunitaria circular de los abuelos guaraníes.

En Posadas, capital de Misiones, el 53 por ciento de sus 300 mil habitantes es pobre. Creció la exclusión en aquella tierra generosa hasta la exageración en riquezas naturales. También aumentó en otros dos puntos la indigencia.

Y eso se ve en los relatos que aparecen en los grandes medios de comunicación con asiento en la lejana Buenos Aires.

Lucila Miño tiene veintiocho años y ocho hijos que duermen sobre la tierra roja, seca o mojada, porque la cama es un artículo suntuario para muchos condenados como la madre misionera, rehén oculta entre los números de la pobreza y la indigencia que crecen allí, en la geografía misionera.

Su marido gana entre diez o quince pesos diarios cuando consigue alguna changa y reconoce la invicta perversión del sistema que hace pelear a los ninguneados entre si de manera cotidiana. Dice la crónica periodística que llega a pelearse por la luz y el agua con su vecina Liliana que es igual, igual a ella.

Después surgen otros relatos que van poniendo palabras a esos números de la pobreza que crece en la tierra colorada.

Una mujer no quiere que le saquen fotos porque trabaja de prostituta cerca de la terminal, otra mujer, muy joven, Mabel Díaz, mamá también de ocho hijos y que fue abuela cuando apenas cumplió los treinta y dos años y que deben inventar inimaginables caminos existenciales para sobrevivir con ciento cincuenta pesos que provienen del Plan Jefas y Jefes de Hogar.

Según el intendente, de Posadas, Jorge Brignole, estas realidades, las cifras y las historias de la sobrevida, "sorprenden y duelen. Sufrimos mucho acá la inmigración desde el interior provincial y de Paraguay: todos los días llegan a Posadas entre doce y quince familias nuevas que se ubican en las villas de la periferia. Esto requiere políticas que fomenten la permanencia de la gente en las chacras, requiere reorientar los subsidios".

Ni Lucila, ni Liliana ni Mabel saben de los sueños de aquel ingeniero que quería multiplicar el saber para que haya libertad y justicia para todos los habitantes de la tierra roja; tampoco ellas conocen las tradiciones guaraníes de la maloca, la plenitud del aguyje, la igualdad que promete el sueño colectivo de la tierra sin mal.

Apenas viven lo que representan los números del crecimiento de la pobreza en una naturaleza rica y poblada por mujeres, hombres y chicos valientes, resistentes y que merecen una nueva oportunidad sobre la tierra roja.

Detrás del aumento de la pobreza y la indigencia en Misiones, hay una vida que debe ser mirada por los impávidos constructores de cifras oficiales.

Fuente de datos: Diario La Nación 16-04-06

 

 

 


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