Por mano propia, la injusticia

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Por Alfredo Grande

(APe).- La globalización de una infección viral, de alto contagio y baja letalidad, ha sido bautizada con el nobilísimo rango de Pandemia Covid 19. Ha generado un estado de temor, irritación, culpa, culpabilización, regresión, pánico, en una escala planetaria. En esos estados, el llamado “juicio de realidad” sufre importantes distorsiones.

Con mi adicción a las comparaciones berretas, es lo mismo que conducir por la banquina o por el carril. El auto avanza, pero no es lo mismo. Las distorsiones en el juicio de realidad no excluyen que las ideas de la realidad siempre son diversas.

Lo importante a tener en cuenta es que la forma de titular, de anticipar, de comenzar el desarrollo de una idea es ya una condensación de la idea. Es un punto de partida que no se cuestiona. Y me animo a aplicar la doctrina del fruto del árbol podrido. El árbol prohibido es otra cuestión no menos interesante. Ya que si el árbol del conocimiento (de todo conocimiento) está prohibido, conocer es tabú. La edad media, las mazmorras de la cultura, siguen habitando estos parajes.

Cuando titulamos: “justicia por mano propia” empezamos mal. Pero quien mal empieza, peor continúa. Y muy mal acaba. Decir justicia por mano propia no es un acto de conocimiento. Es un acto condenatorio. No tanto por la justicia, sino por el anatema de la mano propia. Desde la propiedad colectiva de una fábrica abandonada o vaciada, hasta la satisfacción sexual auto erótica. La denominada “expertisse”, es idealizar la mano ajena. La de los expertos que saben. El “dream team”.

Los representantes que se alejan en varias decenas de miles de pesos de sus representados. Dime cuánto ganas y te diré cuanto me representas. No es una observación antipolítica, sino apenas una súplica anti estafa. El chiquitaje siempre es condenado sin piedad.

Saquear un supermercado es mucho más grave que saquear un país, una región, un continente. Inglaterra no piensa devolver el oro robado a Venezuela. España menos que menos, y exhibe orgullosa el oro y la plata robado en una planificada masacre de originarios.

Lo más opuesto a la doctrina de la “expertisse tercerizada” es la autogestión. Y no solamente como dispositivo, sino como estados generalizados de producción de bienes, servicios, cultura, ciencia, arte. Caratular, rotular, titular el asesinato de un ladrón violento como “justicia por mano propia” desconoce uno de los fundantes de la cultura tal como la conocemos en occidente. Lo que denomino el principio general de equivalencia e intercambio. La proporcionalidad entre acto y consecuencia.

En los tiempos del debate sobre el ingeniero Santos proliferaron unas calcomanías que decían: “tengo pasacasetes y soy ingeniero”.
La talentosa periodista Mariló López Garrido en su programa de radio me preguntó sobre qué pensaba sobre ese caso de justicia por mano propia. Siempre le agradecí que partiera de la premisa que yo pensaba. Lo que le contesté es que la situación del ingeniero era un caso de “injusticia por mano propia”. El robo reiterado no habilita la pena de muerte. La defensa propia si, por eso hay que diferenciar entre matar y asesinar.

Con mi inocente adicción a la condensación de ideas, adicción que ahora recibe el noble título de “aforismo implicado”, digo que matar siempre es en defensa propia, y asesinar siempre es en ataque ajeno. Incluso en la guerra, donde el matar es un deber y un derecho, cuando el enemigo está neutralizado en su capacidad de atacar, matarlo es un asesinato.

Algunos recordarán la matanza de My Lai del 16 de marzo 1968. En una guerra donde la crueldad del imperialismo norteamericano no tuvo limitaciones, se pudo hacer la diferencia entre matar y asesinar. De ahí a la consigna “no hubo errores, no hubo excesos, son todos asesinos los milicos del proceso”, tiene total vigencia. La dictadura genocida fue muchas cosas, menos una guerra. Se la calificó como “sucia”. O sea: mugrienta.

El periodista Ernesto Tenembaum sistemáticamente insiste en denominar el asesinato del ladrón como “justicia por mano propia”. Podemos discutir cuáles son los determinantes emocionales por los cuales un jubilado (yo estoy jubilado y, encima con la mínima, así que soy potencialmente peligroso) se convierte en juez y verdugo. Pero llamarlo justicia, es una forma encubridora de analizar la realidad. Y, muy especialmente, descalificar el acto de la mano propia. Tanto individual, vincular, grupal y colectiva.

La resistencia a la autoridad es un delito. La resistencia a la crueldad policial, el gatillo fácil, las causas armadas, las torturas sistemáticas, esa resistencia es delito. La cultura represora convierte en crimen de lesa autoridad, la resistencia a la autoridad de todas las autoridades. O sea: la resistencia al Estado.

El Estado en las democracias de la representación/restitución es el Gran Tercerizador. Administra un pool de funcionarios que se constituyen en una clase social: el funcionariato. Los únicos privilegiados no son los niños. Son los funcionarios. Ante cualquier duda, consulte los sueldos de bolsillo.

Machacar con la justicia por mano propia como un disvalor, anula los postulados esenciales del principio general del intercambio y equivalencia. No es un dato menor, o sea, es un dato mayor, que la injusticia por mano ajena, o sea la impunidad, es el vellocino de oro de los poderes de turno. La prisión preventiva que dura más tiempo de reclusión que si el detenido fuera declarado culpable. Todas esas situaciones se analizan en abstracto. “La Justicia”.

Los que están detenidos en condiciones de extrema vulnerabilidad y desamparo, no tienen nombre. Son los nadies de los nadies. Haber establecido en tiempos cuasi remotos que únicos privilegiados son los niños, es sostener el principio general de equivalencia. A mayores necesidades, más privilegios. En realidad, más y mejores derechos.

La satisfacción de las necesidades básicas y los deseos fundantes no son privilegios. Son los derechos fundantes de la humanidad a construir. Tener derechos es necesario, pero atrozmente insuficiente. El derecho a no tener hambre solamente se combate con el ejercicio cotidiano de comer. Y tener claro que para el hambre también hay pan duro.

El debate no es justicia por mano propia sí o no. El debate fundante es cuando la mano propia o la mano ajena (que alguna llaman poder judicial) es injusta. Y lo es en tanto altera, vulnera, perfora el principio general de intercambio y equivalencias.

Hay muchos ejemplos de esta equivalencia vulnerada pero siempre buscada. El 82% móvil. La convocatoria a paritarias. El Fifty fifty entre capital y trabajo. De cada cual según su trabajo, a cada cual según su necesidad. Al pueblo lo que es del pueblo. El que las hace las paga. El que a hierro mata, a hierro muere. El combate contra todas las formas de interés usurario. Se paga la libra de carne, pero no la libra de sangre. Lamentablemente, el Estado que nos cuida, nos descuida negociando con nuestra sangre el pago de la estafa externa.

Insisto: sostengo la justicia por mano propia.

Una fábrica recuperada es justicia por mano propia. Veremos si la expropiación de Vicentin es justicia por mano ajena. Lo que no tolero es que se circule por la banquina de llamar justicia por mano propia a la injusticia de asesinar. Al vulnerar el principio de equivalencia, se está a la derecha de la ley del talión. Que mantiene el principio de equivalencia. Más allá de sus detractores. Los que disfrutan, se benefician, lucran, con la tercerización del poder popular, que algunos llaman gobierno/estado/argentina unida, rechazarán todas estar consideraciones. Me importa, pero poco.

Cuando escucho al Berni y a la Bullrich cuasi coincidir, me doy cuenta de que manejar por la banquina es el modo en que la cultura represora dice: “que malas están las rutas”. Lo que es trágicamente cierto, pero manejar sistemáticamente por la banquina no mejora la situación.

Post scriptum: no escribí hoy sobre Covid 19. Sugiero leer nuevamente “la dimensión viral de la cultura represora” (primera y segunda parte) Y luego, no se archive.

Edición: 4049


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