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Por Claudia Rafael
(APe).- Son ellas. Norita, Hebe, Azucena (ni siquiera hay que decir sus apellidos para saber de quién se trata). Susana Trimarco pero también Marita Verón que quién sabe por cuáles vericuetos del horror fue llevada y estragada. Julieta Lanteri y, más adelante en el tiempo, Evita. Nombres infinitos. Que se renuevan y vuelven una y otra vez en otros cuerpos, en otras historias. Nombres que marcan bandera. Silvia Irigaray, madre de Maximiliano Tasca, asesinado en la masacre de Floresta. Pero también Emilia Vasallo a quien la policía le arrebató a su hijo Pali.
Son las mujeres que marcaron y siguen marcando la historia.
La cordobesa Sofía Gatica que perdió a su bebé Sofía por las malformaciones embrionarias que le provocó el glifosato y la lucha la transformó en una referente medioambiental. Y más atrás en el tiempo Juana Azurduy, mujer revolucionaria de hace más de 200 años, cuya imagen fue acomodada en el tiempo a conveniencia de las miradas populistas. Virginia Bolten, anarquista, luchadora, periodista e impulsora, entre tantísimas otras batallas, de la huelga de inquilinos de 1907. Eugenia Sánchez, la mamá de Kili y Antonella, envenenados en las tomateras de Lavalle.
Son ellas. Porfiadas caminantes contracorriente cuyos nombres se pierden en las barriadas populares. Las infinitas soñadoras que no bajan la cabeza que levantan sus propias banderas en silencio y marcan mojones en la historia. Son las pibas que atisban otros mundos y se atreven a contravenir las reglas que marca el sistema. Son aquellas vapuleadas, golpeadas, masacradas en calles sin nombre. Son también esas mujeres trans que coparon las agendas y enseñan que en un mundo de gusanos capitalistas, hay que tener coraje para ser mariposa, como repetía Lohana Berkins.
Son Andrea, Pamela y Roxana, asesinadas en el lesbicidio de Barracas por un hombre que, como si se tratase de un tronco de madera las prendió fuego. Es Marta Montero, la enfermera a la que le arrebataron a Lucía. Y también Ada Rizzardo, la madre de María Soledad Morales, a la que los hijos del poder se la destrozaron.
A ellas y a todas. A las que revuelven la olla y lloran en silencio. A las que un día gritan basta y a tantas otras que no saben cómo hacerlo. A las que lo aprenden hermanadas con compañeras que marcan el camino. A las que saben, que algún día, en algún momento de la historia, como dice Gioconda Belli, habrá que parir el alba.
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