Pongámonos el alma

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Por Alberto Morlachetti

(APE).- Lafuente y Pergamino en Avellaneda es una esquina olvidada debajo de las estrellas temblorosas donde los pibes distraen sus angustias en el sabor de esperanza que tiene la cerveza. Un presagio de aullido de perros y una muerte que pone lágrimas a las constelaciones y un chico que perdió para siempre la palabra. Miguel Hernández diría con pluma mayor “Niño dos veces niño: tres veces venidero. Vuelve a rodar por ese mundo opaco del vientre. Atrás, amor”. Pero todos llegamos demasiado tarde. Los testigos quedaron expuestos a una rápida ceremonia de exterminio.

 

El 18 de marzo 3 policías un Chevrolet Corsa gris y el ritual que precede al horror. Uno de ellos bajó y exigió a los diez jóvenes que estaban en el quiosco que le entreguen la marihuana que no tenían. Los pibes le dijeron que se fueran. Le dijeron no. Simplemente no.

No resultó: los balazos horadaron la recién estrenada juventud. Uno de los chicos, Hugo Krince (19), “recibió dos balazos en el pecho, dos en el brazo y dos en la espalda cuando ya estaba tirado”. Murió a los pocos minutos. Otros cuatro tiros le dieron a Javier Escobar (20). No lo mataron, pero estuvo 5 días en la celda de una comisaría. En su declaración denunció que le apretaron "reiteradas veces en las heridas para que perdiera más sangre". Sobre estos hechos había caído el agua de otoño, la helada de invierno, hasta convertirlos en abono, como el sueño de la vida resbala por el alma transformándose en su alimento.

Los tres acusados del crimen pertenecen a la llamada “Nueva Policía” de Buenos Aires. Son el sargento Claudio Carabajal, los oficiales Leonardo Bravo y Gisele Barboza. Todavía no hay ningún detenido.

Un mes después de la muerte del pibe “aquella noche” tocó las noticias: por la familia, algunos vecinos, por algún periodista que no se vende ni se compra, hermoso oficio caliente de saber para contarlo. “De decirle a la gente lo que pasa cuando el resto del mundo está durmiendo. El periodismo es de insomnes”.

El padre de Hugo Krince sale a pedir que alguien les tenga las penas -por un rato- para ingresar al oscuro laberinto de los tribunales, y a encontrar testigos en las lenguas muertas de la calle, buscando ese puñado de voces anegadas aunque la noche del 18 de marzo aún está escrita con letra clara en las paredes: “más de 15 tiros se cuentan en el quiosco, en una casa y en la persiana de un garaje”.

Disparan sobre los “tallos tiernos” de la vida. Las palabras de los vecinos “los ojos claros de la muerte” dan testimonio de un tiempo que no es humano todavía. Como tantos otros, murió Hugo Krince, apenas 19 años, en el agua de los charcos donde se avergüenzan de verse las estrellas en la curva de una noche.

A veces, como sucedió esta semana, el cascarón del ocultamiento se agrieta y la verdad como un pájaro vuela la vida de los pocos días. Entonces la realidad se mete en primera plana para expresar el latido de nuestros pibes. Voces o lamentos, manantial de aquellos que pensamos un país para todos. Vallejo nos alienta: “Ya va a llegar el día: pongámonos el alma”.

Fuente de datos: Diario Clarín 15-04-06


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