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Por Alberto Morlachetti
(APE).- Las mensuras nos dicen que sólo el 2,5% es agua dulce, suficiente para satisfacer el consumo de los seres vivientes del planeta. Aunque la mayoría está atrapada en los casquetes polares, en glaciares o en capas subterráneas profundas, espera pacientemente a nuestros niños -en los escondites de su asombro- con sus arroyos de agua fresca.
El uso respetuoso y equitativo de los bienes de la naturaleza serían suficientes, pero su privatización ha transformado en contaminación permanente los bienes necesariamente puros y han pervertido un patrimonio esencial de la humanidad donde sólo abrevan en sus frescos manantiales los ungidos señores de la muerte.
Más de 4.000 niños y niñas mueren cada día en nuestro Planeta Azul ya que no tienen acceso al agua potable. La cifra fue dada a conocer el 22 de marzo por UNICEF con motivo del Día Mundial del Agua. A ver -repito- 4000 niños cada 24 horas se mueren aunque desciendan los labios con toda la luna a los arroyos secos que han abandonado sus viejos caminos de agua.
El saqueo de los llamados recursos naturales -a plena luz del día- “la inmoralidad convertida en naturaleza a partir de la degradación completa de los modos de vida”. Resulta difícil encontrar un tiempo anterior con una mayor acumulación de heridas para los procesos vitales, las comunidades humanas y la naturaleza.
El capitalismo es un continuo de conductas que van desde el egoísmo hasta las masacres colectivas: esa negación del cuerpo de los niños como lugar de humanización, nos rebela. Si el agua es la verdadera base de todo lo viviente y, sin duda, la "sangre de los poetas" y la poesía es ese instante estelar de luciérnagas que cuando se enamoran iluminan como nunca los caminos de la vida. Ríos que cosechan en los deshielos o en las lluvias eternas aguas dulces y azules para llevarlas al vientre suave de los niños. De esos procesos amorosos dedicados a renovar incesantemente el misterio de lo que palpita se alimenta nuestra esperanza.
Sembrar nuestro futuro de un pasado germinal: cuando la bella mujer Inca engendraba a un niño, lo llevaba al arroyo transparente más cercano y le “manifestaba su ternura absteniéndose de sumergir al pequeñito, toma el líquido en su boca y rocía el delicado cuerpo de su hijo” nos contaba proféticamente José Martí.
Fuente de datos: Centro de Noticias ONU 22-03-05
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