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Por APe
(APe).- Buen día para preguntarse qué voz tienen hoy los que sufren el silencio. A qué garganta pueden apelar que los pronuncie, a qué tinta, a qué tipografía que los visibilice. No hay mucho en la feria de las vanidades. Pocas, muy pocas son las voces que eligen prestarse a los anónimos, a los que se mueren de frío, a los diferidos del sistema.
Pocas, muy pocas las voces sinceras que denuncian la resistencia y el hambre y la agonía qom, toba, wichi y no la olvidan a los quince minutos. Pocas, muy pocas son las voces sinceras. Las que no hablan forzado de aquello en lo que no creen sólo para atacar a alguien. Tapándose la nariz. Para olvidar a los quince minutos.
Pocas, muy pocas las voces sinceras que oyen a los pueblos que luchan para que no les envenen el agua ni les muelan los cerros. Pocas las voces que no se callan ante la pauta publicitaria o la oferta atractiva.
Pocas, muy pocas las voces sinceras que visibilizan a los campesinos expulsados o asesinados por los sicarios de los agropatrones, a los niños muertos por comer tierra con glifosato, a los pueblos fumigados por la patria sojera. Pocas las voces que no se callan cuando se plantan Cargill o Monsanto.
Pocas, muy pocas las voces sinceras que mantienen vivo a Luciano Arruga y que denuncian el gatillo ligero de la bonaerense y de las policías bravas de todas las provincias. Pocas las voces que no se callan para proteger a uno o demoler a otro. Según los intereses o el conchabo ocasional.
El debate mentiroso, el brutal maniqueísmo que hizo estallar en mil pedazos el sueño de Rodolfo Walsh no tolera otra mirada. Y ahí estamos parados, en el delicado equilibrio de la soledad. Fuera de la manipulación interesada de la realidad, cuando la palabra responde a intereses del poder político o del poder económico. Fuera de la militancia que busca la revolución en la comodidad mensual y presupuestaria del gobierno de turno. Si el periodista se convierte en agente de prensa ya no es periodista. Es agente de prensa. Y mientras haya infancia acorralada por el hambre, el paco y el gatillo fácil a nadie podrá convencer que el periodismo deba ser militante del Estado de inequidad.
Ahí estamos parados. Siempre desamigados del poder. Así lo decíamos el 7 de junio de 2012. Así lo repetimos hoy. Porque nada cambió. Y el periodismo, esa aguja imanada que sólo puede buscar la verdad, se convirtió en el refugio de unos pocos. El resto es hojarasca. Divismo. Poder económico. Disputas de poder. Prostitución.
Nosotros estamos en otra parte.
Con los pibes y la prepotencia de amanecer cada día. Con la obstinación de cambiar las cosas y el capricho de la coherencia.
Militantes de una transformación que ponga patas arriba la injusticia. Jamás propaganderos de nadie. Nunca voceros del poder.
Ahí nos paramos. En las gargantas de los que sufren el silencio. Porque el cambio vendrá de allí, desde los confines. Así lo decíamos el 7 de junio de 2012.
Y no nos movemos ni un pasito de nuestra utopía de la ternura.
Edición: 2471
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