Patoruzú y el déficit fecal

El mítico cacique Patoruzú puede ser un analizador, escribe Alfredo Grande. Y a partir de las características de ese personaje concluye que “empezamos a tragar sapos creyendo que estamos comiendo centolla. Empezamos así y terminamos confundiendo sufragio con democracia”.
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Por Alfredo Grande

(APe).- Una de las numerosas contradicciones lógicas de mi infancia fue intentar entender la vida del cacique Patoruzú. Cómo el indio tehuelche podía vivir en un hotel en la ciudad de Buenos Aires. De dónde tenía tanta plata, que administraba en forma arbitraria entre su familia. Isidoro Cañones, Upa, la Chacha eran parte de un universo rarísimo (hoy diría bizarro) que intentaba “naturalizar”.

Supongo que la contradicción principal era la apariencia de indio bondadoso y la vida dispendiosa del estanciero. Nunca resolví en mi cabezota esa contradicción y lo que puedo decir, casi confesar, es que leía la revista Patoruzú y esperaba ansioso su número especial de fin de año.

Hoy creo que Patoruzú -con la súper fuerza, súper velocidad y al ser súper millonario- es un analizador de muchas cosas. Tentado estoy -y suelo ceder a toda tentación, o a casi todas- a delirar con esta democracia Patoruzú.

O sea: la contradicción es obviada, no es analizada, y empezamos a tragar sapos creyendo que estamos comiendo centolla. Empezamos así y terminamos confundiendo sufragio con democracia. Como escribí en un lejano aforismo: “es democracia porque se vota”.

Se vota lo malo cuando no hay nada bueno para votar. La única opción es votar sin la menor perspectiva de triunfar. El voto ideológico nos salva, el voto político nos hunde. He cometido ambos pecados. Y lo peor es que lo he escrito. “Votar en Negro” fue un escrito que fundamentaba por qué votar a Scioli en el balotaje con Macri. O me equivoqué o nadie lo leyó. Ganó Macri y muchos creían que era el absoluto mal. Era el mal, pero no absoluto.

La democracia terminó avalando la dictadura. Eso se llama híper presidencialismo. Decir que nuestra constitución es reaccionaria no me hará ganar muchos amigos. Pero, al menos para mí, es así.

El manto sagrado de la propiedad privada está avalado por nuestra constitución. Privada de control obrero sobre las ganancias. El artículo 14 bis avanza tímidamente en ese tema. Muy tímidamente, casi con un retraimiento perverso. Cuando el salario mínimo aumenta seis mil pesos, la perversidad de ese retraimiento parece irreversible. Decir que aumenta ya lo es. No aumentó nada. O sea, lo que aumentó es la letalidad, muerte, asesinatos de guante blanco.

Hoy la gestión es una forma de licencia para matar. Porque hoy gobernar es matar. Por goteo o a chorros.

De Patoruzú se podía decir cualquier cosa. Menos que era un asesino serial.

La cultura represora tiene mil caras. Una de ellas es el libertarismo, otra la de Patoruzú. ¿Quién soy yo para cuestionar a Dante Quinterno1? Me amparo en la quinta enmienda y en la inteligencia artificial. Mientras Patoruzú almorzaba en el Hotel o degustaba las empanadas de la Chacha, una especie de Shakira con repulgue, seguro que no se planteó la diferencia fundante entre gasto e inversión. Por eso el déficit fecal intenta borrar esa diferencia. Intenta y lo logra. La niñez es una inversión, no un gasto. La jubilación la pagaron los jubilados. El sistema previsional es una logística de robo planificado. La lógica Patoruzú, tehuelche millonario, siempre presente. Y vigente. Me aterra pensar y sentir que miramos la democracia que tenemos, con el mismo estupor que yo trataba de entender la vida dispendiosa de Patoruzú.

Obviamente, no pretendo que la consigna Basta de Dante Quinterno Ya sea muy popular.   

Así estamos.

  1. Historietista argentino autor de Patoruzú, Patoruzito, Isidoro Cañones, entre tantos otros personajes. ↩︎


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