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Por Claudia Rafael
(APe).- La marca en su piel le recordará cada día de su vida esa historia que el universo adulto la obligó a vivir. Esos 10 ó 12 centímetros en su abdomen que forzaron la salida del bebé de su cuerpo de niña serán su propia huella imborrable. Que seguirá estando a pesar de que la sutura vaya haciéndose más imperceptible con los años. Y la podrá tocar con la punta de sus dedos y saber que estará allí. La que le asestaron cuando los representantes de cada uno de los poderes del Estado en su vida cotidiana decidieron que su vida fuera la que es. A los 9 ó ya sobre los 10 la pancita se le hizo bulto y hubo una vida que creció dentro suyo y que su mundo vio, supo, intuyó, provocó. Es la historia de una niña tucumana que a los 10 años fue llevada al hospital Eva Perón con siete meses de embarazo y a la que se le practicó una cesárea, se derivó al bebé a neonatología y se determinó que luego será dado en adopción.
En ninguno de los acontecimientos de su historia tuvo decisión. Llegó a la vida al mismo tiempo que un hermano mellizo que luego murió y le dibujó las ausencias. Eran seis hermanos en una casita apretada donde la pobreza marcaba con cincel los espacios reducidos, el hacinamiento y las fragilidades. Y fue el mismo Estado, con sus múltiples brazos, el que determinó que esa pobreza extrema no habilitaba a su madre para que creciera con ella. Fue el mismo Estado el que no la cuidó cuando decidió que una vecina la criara y que no la cuidó cuando un hombre de 54 años –pareja o ex pareja de esa mujer- la violara. Fue el mismo Estado el que no detectó las señales extrañas en su cuerpo cuando una vida comenzó a latir, cuando su pancita niña se comenzó a curvar. Cuando algo raro se movía dentro de ella. Fue el mismo Estado el que no actúa ni interviene para que desciendan las cifras de embarazos entre los 10 y los 14 años.
Ella tiene 10 años y algunos le ponen el mote de “madrecita”. Sus días, sus emociones y su cuerpo no estaban listo para la maternidad. Son dos infancias en desamparo la suya y la del niño que nació. Con apenas diez años de distancia entre una y otro. Sin decisiones.
En 2020 la sala V de la Cámara Penal de la provincia de Tucumán condenó a 18 años de prisión por abuso sexual al hombre de 67 años que violó a Lucía, otra nena a la que, a los 11 años, también le practicaron una cesárea en el mismo hospital. El sistema de salud público tucumano, con el actual jefe de gabinete de Nación en la gobernación, dilató e impidió el aborto. Y el mismo Juan Manzur y sus autoridades sanitarias fueron denunciados por la ministra de Mujeres, Elizabeth Gómez Alcorta, “por obstaculizar el aborto legal de la niña Lucía, quién había sido violada”. Menos de dos años más tarde, pusieron a denunciado y denunciante a convivir en armonía dentro del mismo gabinete. Hay hipocresías de las que no se vuelve.
Tal vez, cuando el hombre de 54 que violó a la niña de 9 ó 10 sea detenido (sigue prófugo) será también condenado a una pena de varios años de cárcel.
Son los monstruos muy humanos y reales que acechan cuando la vulnerabilidad y la fragilidad se cargan desde el primer vagido sobre los hombros. Que toman por asalto el cuerpo de una niña y hacen y deshacen a su antojo. Y le marcan la historia para toda su historia. Y sin que los poderes del Estado hayan intervenido a tiempo para torcer el rumbo de sus días.
Edición: 4052
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