El Messi prócer o demonio. Y la búsqueda de la felicidad

Paradojas del alma

El pueblo y sus niñeces saben que es posible ordeñar felicidad de un grupo de jugadores en un país extraño y lejanísimo. Pero ya perdieron la esperanza de que sus dirigencias anoten en su agenda abultada la intención, apenas, de una pizca de esa felicidad popular.

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Por Silvana Melo

(APe).- Messi, la genialidad aquella que disparó las lágrimas el sábado. Messi, la cara publicitaria de un régimen que viola los derechos humanos. Messi, el pecho frío. Que en un instante se vuelve el mejor de la historia. Y después otra vez, volvete a Europa. La tensión emocional y la tensión ética en un mismo personaje planetario. El hombre a quien amar y odiar que los pibes heredan de sus adultos. Y que lo hacen, irracionales. Padres, periodistas, hegemonías varias.

Una lluvia torrencial de estímulos rodea sin salida a las infancias de esta tierra. Estímulos mediáticos y digitales imposibles de esquivar. Gestos y palabras colonizados de paradojas y contrasentidos. Que modelan el cuerpo social de un niño. Que le contagian la hipocresía virósica, sin posibilidad de anticuerpos.

La pobreza endémica ya les quitó el agua buena, el alimento sin tóxicos ni químicos, el futuro sin sumisión. El capitalismo brutal –lobos desnudos o con máscara mansa- les ofrece un mundo impiadoso. Y cruel. Les instala ídolos dudosos y estados de ánimo que los obligan a odiar y amar en la misma proporción con diez minutos de diferencia. El mundial qatarí es la posibilidad de disfrutar de una adrenalina devoradora y de sentir, mágicamente, que puede haber una felicidad donde el corazón salte del pecho y se instale en la garganta.

Saben los pibes qué es Qatar. ¿Saben los pibes qué es Qatar? ¿Alguien les explica la riqueza desmesurada, el sometimiento de las mujeres y las minorías, la corrupción que colocó al pequeño país árabe en la lupa del mundo? ¿Alguien se sienta a contarles que se juega en nuestro verano porque el de ellos no es apto para la vida? ¿Y que obligaron a trabajar y a morir a decenas de miles de trabajadores migrantes a pleno sol para construir esta gema de hoy?

En esas canchas juega Neymar, el brasileño bolsonarista que no quiso pagar impuestos y el presidente lo premió. Pero también Richarlison, el otro brasileño parado en las antípodas, de rostro y conciencia humanos.

Juega Mbappé en el país de la homofobia. El, que fue insultado por su novia travesti.

Juega Cristiano Ronaldo, genial y soberbio. Capaz de adueñarse del gol de un compañero para alimentar su ego y su estadística.

Juega Messi. El pibe de treinta y pico humilde, con una fortuna sideral, con tres hijos y la novia de su infancia, con un contrato de más de veinte millones de dólares anuales para ser la cara turística de Arabia Saudita. El responsable del régimen, que observó la apertura del mundial con el emir de Qatar, está acusado –entre otros detalles- de ordenar el asesinato y el descuartizamiento de un periodista.

Juega Messi. Que si gana el mundial será elevado a prócer nacional y santito de las estampas de los barrios y los countries. Pero si lo pierde, volverá a ser el desclasado que se olvidó del origen y sólo juega cuando Europa le coloca euros bajo la nariz.

Messi, héroe y demonio

“Pueblo de mierda que exige más a un futbolista que a sus dirigentes”, dice el político cordobés, escupiendo para arriba con pasión. Es probable que sea así. Pero hay un detalle: el pueblo y sus niñeces saben que es posible ordeñar felicidad de un grupo de jugadores en un país extraño y lejanísimo. Pero ya perdieron la esperanza de que sus dirigencias tengan en su agenda abultada aunque sea apenas una mínima intención de ensayar felicidad popular.

Por eso perdonarán todo de los futbolistas que les hagan estallar el corazón de gozo. Los padres, las madres y sus niños. Y hasta los periodistas mercenarios serán capaces de ocultar su bilis acre por un momento. 

Al fin y al cabo, ninguno de ellos es rico con dinero del estado. Y muchos de aquellos que con su poder político, su mezquindad y su cobardía condenan al hambre a millones de niños, sí.

Hay una llamita de felicidad latente en algún lugar de la tierra. Mientras por aquí el calor en desmesura, la inflación al galope y la ausencia de alegrías genuinas se derraman por cualquier fisura del alma.


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