Para hablar de las mejores

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Crónica de las nuevas familiaridades (Capítulo VI)

    Por Alfredo Grande

    (APe).- En un trabajo anterior comentaba que una expresión muy utilizada en otros tiempos era: “pasa en las mejores familias”. Siempre sentí que era una frase que pretendía disculpar todo lo que entra en la caja que tiene la etiqueta: “de esto no se habla”. Sin saber que lo sabía, descubrí una estrategia de la cultura represora. Hoy la denomino “la banalización del bien”. Porque si la familia era el bien, quedaba banalizado, frivolizado, disfrazado, en el ocultamiento y justificación de sus males. Primer punto: no pasa en las mejores. Segundo punto: cuando pasa dejan de ser las mejores.

Aunque siempre sea triste la verdad, muchas veces tiene remedio. Y el remedio en una cultura no represora no es peor que la enfermedad. Por eso es necesario hablar de las mejores familias. Que son aquellas donde sigue presente, sigue palpitando, sigue propagando el fuego de la familiaridad. En el chaleco de fuerza mental que la cultura represora nos impone, familia es sinónimo de familiaridad.

Me saco el chaleco, o mejor, me lo sacan por las buenas o por las malas, entonces me doy cuenta que no son lo mismo. Incluso pueden ser lo opuesto. Hay familias sin familiaridad. Familias siniestras donde el maltrato, el abuso, la producción de vergüenza, culpa, humillación, son constantes. Crueldad psicológica y crueldad física. Que van construyendo secretos que muchas veces se sostienen por generaciones.

La familiaridad es: ternura, alegría, creatividad, buen y mejor humor, confianza, seguridad afectiva, compañerismo, amistad, coherencia, consistencia, credibilidad, cercanía, intimidad no invasiva, esperanza en el presente, anhelo de futuro, asimetrías que no forman jerarquías, ascendientes que no necesitan autoridad, miradas que lo dicen todo, palabras que acarician aunque no digan nada, cooperación, amable competencia, crítica sin reproche, motivación sin castigo, deseos sin mandatos, convicciones sin dogmas, aprendizaje con letras que sin sangre entran y por eso se quedan, ejemplos sin necesidad de predicar, nutrirse de los sabios pero no de los sabihondos, sostener la bondad con los demás y también con uno mismo, aprender a defender lo propio para después aprender a defender lo ajeno, atreverse a soñar despiertos, conseguir dormir sin miedo, dar siempre una segunda oportunidad al amigo aunque a ese oportunidad la llamen mejilla, tolerar recibir consuelo, dejarse amar, amar sin dejarse estar. Y también practicar la gimnasia de estar contentos, estar satisfechos e iniciar la aventura de un viaje de ida a la felicidad.

La familiaridad es una caja que nunca abrirá Pandora. Quizá haya sido la esperanza de Prometeo, cuando le robó a los dioses el fuego para entregarlo a la humanidad.

Es habitual que en las empresas que dan trabajo, sin aclarar que siempre es trabajo explotado y forzado, se utilice el mantra: “somos una familia”. Como siempre digo: la cultura represora siempre tiene razón, pero es una razón represora. La familia es una masa artificial. Masa porque supone una multiplicidad. Madre, padre, hijas, hijos. Artificial porque todos y todas están cortados por la misma tijera: el terror de dios, del padre, de la madre cómplice del padre. En la familiaridad puede haber miedo, porque el miedo no es sonso. El miedo nos prepara para enfrentar los peligros.

En la familia hay terror. Y el terror paraliza. El promocionado “ataque de pánico” es una inundación de terror sorpresivo. Inesperado. Porque la cultura represora anestesia. La familiaridad nos despierta con dulzura. Pero nos despierta. Nos alerta. Nos pone en la tensión necesaria para enfrentar a cualquier enemigo. En la familiaridad podemos lamer las heridas de la derrota, pero nunca podrá herirnos el fracaso. Porque el fracaso es derrotarse a uno mismo. Y la familiaridad es siempre una victoria sin final.

En la cultura no represora que la familiaridad construye, no hay final de ninguna historia. Todas las historias están para ser contadas, como en la obra de teatro que escribió Osvaldo Dragún. Pero no es lo mismo la historia contada en el “álbum de la familia” que la historia contada en el “álbum de la familiaridad”.

Pero eso es otra historia que será contada a la brevedad porque sin familiaridad, no vale la pena contar historias. Y con familiaridad siempre vale la alegría. Por eso quise escribir de las mejores.

Edición: 4064


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