Para boxear la propia sombra: otro mundo posible

Quiénes son parte del 56% de la población que abrazó y bienvino premisas conocidas, anunciadas a los gritos, con palabrotas y raros peinados nuevos. Apoyar la SUBE y pensar cuántos de los que se arrumban en los vagones van a poder viajar a sus trabajos.  Quizás la mayoría tampoco tenga un trabajo al que asistir.

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Por Martina Kaniuka

(APe).- Groguis, cansados, abatidos después del cross certero que nos rompió la mandíbula, sin tiempo de anticipar el próximo golpe, sabiendo que van a buscar que larguemos la toalla o suene la campana agitando el knock out.

Subir a un colectivo, tomar el tren y jugar a encontrar a quién votó a Javier Milei y la libertad “novedosa” que promete caos y apocalipsis. Mirar a quienes colaboran con la nena que reparte estampitas de santos que no la ven ni escuchan, la cara cansada de vendedores ambulantes arrastrando bultos, alzando canastas de chipá y cajas. Estudiantes jugando jueguitos en el celular, aislados del mundo, trabajadores con el cargo chorreado de pintura seca, durmiéndose parados.

Preguntarse quiénes son parte del 56% de la población que abrazó y bienvino premisas conocidas, esta vez anunciadas a los gritos, con palabrotas y raros peinados nuevos. Privatización, ajuste, recorte del estado, achique del gasto público.

Apoyar la SUBE y pensar cuántos de los que se arrumban incómodos en los vagones del tren van a poder viajar a sus trabajos. Imaginar que quizás la mayoría tampoco tenga un trabajo al que asistir.

Preguntarse por el motivo que los llevó a tomar esa decisión: ¿son todos jóvenes ignorantes o partidarios del genocidio? ¿Todo el resto es sabihondo? ¿Quién tiene razón? ¿Importa tener razón ahora? ¿Por qué no alcanzó? ¿Alguna vez lo hizo?

Recordar la campaña electoral y la mentira del debate televisado. Preguntarse a quiénes le hablaron al decir “Clase Trabajadora” con más de 7 millones de trabajadores precarizados. Preguntarse de qué derechos hablaron con un 60% de la población infantil bajo la línea de pobreza y más de un 150% de inflación reduciendo al polvo ese bolsillo de quienes buscaban seducir. Recordar categorías que ya no explican, pero se nombran y las promesas de penar la explotación de bosques y humedales mientras hacen estallar el océano y la cordillera en pedazos. 

Entrar en el túnel y divisar los separadores de asientos que el Gobierno de la Ciudad colocó para evitar que la gente duerma en ellos. Pensar en la inmensa cantidad de almas que ya habitan la calle, con la certeza de que van a multiplicarse. Sentir la impotencia hecha nudo en el estómago. 

Mirar las caras de los pasajeros y preguntarse si el “otro” de esa “patria” alguna vez fue ellos. Pensar en qué significa “Patria” cuando gobiernan corporaciones y capitales trasnacionales que ponen a dedo funcionarios que compran con el vuelto del capital amasado en los pueblos que explotaron y sometieron.

Viajar mal, incómodo, repensando qué vendría a ser la democracia cuando una opción partidaria finiquita los mínimos pactos y consensos que permiten la paz.  Leer las noticias de un portal en un celular ajeno. Leer la palabra Guerra al lado de publicidades de lavarropas, pañales y celulares.  Pensar en Gaza y en un presidente electo que flamea en un acto la bandera de Israel. Recordar que el otro candidato firmó tratados para que, como en Palestina, Mekorot administre el agua.

Escuchar los anuncios, sentir la ansiedad y la impotencia de los 17 días. Saber que nada es posible boxeando con la propia sombra. Buscar refugio y contención entre sombras ajenas hasta hacerlas propias. Esperar, escuchar, cada uno vistiendo la propia oscuridad hasta iluminar otro país, otro mundo posible.


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