Pandemia, infiernos y esperanzas

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Por Claudia Rafael

(APe).- Entre las cuatro paredes de una casa los miedos suelen insuflar el concepto sartreano de que el infierno son los otros. Miedos que, después de todo, han acompañado a la humanidad desde sus orígenes y que históricamente abrevaron en las aguas del temor al otro.

Temores que irrumpieron de la mano de cada peste, epidemia o virus que atravesó a la condición humana.

De los tiempos de la pandemia 2020 Norma salta hoy a los confines de los años 50 y la polio que irrumpió en su casa y dejó huellas en el cuerpo de su hermana. “En la manzana tapiaban las ventanas. Y había mucho miedo al contagio”, recuerda hoy desde la calidez de la cocina en Pelota de Trapo. Era en los días de aquella dictadura encabezada por el ala dura de los militares representada por Pedro Eugenio Aramburu. Y faltaba una década y media aún para el secuestro y ejecución que reivindicaría poco después Montoneros.

Como escribió a mediados de marzo en esta agencia Alfredo Grande son muchas las memorias visitadas hoy por aquellas imágenes de mitad de la década del 50 (la suya entre otras). Fueron 6500 los contagios pero el gran detalle es que aquella epidemia irrumpió, sobre todo, entre las niñas y niños de menos de tres años. Argentina tenía en aquel tiempo cuatro millones de menores de 9 años. En contraposición a esta pandemia que irrumpe y estalla en el rostro (inicialmente, sobre todo) de personas mayores de 60.

Alicia Pattacini, sobreviviente de la polio, recordaba seis años atrás en entrevista con Télam que se contagió a los 20 meses en un pequeño pueblo cordobés. La trasladaron a un hospital de niños en capital y permaneció cuatro años internada sola, hasta los seis años, en que le dieron el alta. Su madre (a quien ya casi ni recordaba y llamaba tía) no pudo acompañarla porque tenía otros hijos por cuidar.

En su nota del 18 de marzo, Alfredo escribe que “también recuerdo que una de las leyendas urbanas de la época es que la epidemia era un castigo por el derrocamiento de Perón. A ese tipo de construcción colectiva la he denominado alucinatorio político social. Es una compleja trama de ideas delirantes. Lo que no implica psicosis, pero sí derrapa locura”.

Pero, como contrapartida, la dictadura de Aramburu también hacía uso de las voces mediáticas cooptadas para culpabilizar al peronismo de todo mal sobre la tierra. Escribe la investigadora Daniela Testa que “la actuación de la prensa escrita reflejaba la ofensiva contra el peronismo, al que culpabilizaba de la epidemia a causa de ´la desidia, la falta de higiene y la administración ineficiente y corrupta´, argumentos mediante los cuales golpeaba dos de los ámbitos de actuación más caros a la política social peronista: el sistema sanitario y las medidas de protección a la niñez”.

Y ante cualquier duda, se puede revisitar la edición del 14 de marzo de 1956 del diario Crítica para acercarse a entender ese aprovechamiento político de la polio que hizo aquella dictadura: “la política totalitaria del régimen depuesto jugó cobardemente con la salud del pueblo. Jugó, también, con la vida de los niños, esos a quienes se concedían en la propaganda unos privilegios que jamás disfrutaron. Faltaban pulmotores, faltaban camas, faltaba higiene y hasta los mejores médicos habían sido separados de sus puestos por razones políticas”.

Esta vez es una pandemia y el virus se despliega por todo el mundo casi al unísono. No se trata ya del peronismo o del antiperonismo. Esta vez un virus repta y envenena en tiempos en los que el miedo al otro es sistémico. El mismo de ayer y hoy. Un miedo que se traducía como terror en los días de la peste negra en Europa (que implicó la desaparición de la mitad de la población del continente), de la polio en los 50, de la gripe española a inicios del siglo pasado, de la fiebre amarilla en la segunda mitad del siglo XIX.

Pero en este 2020 un virus irrumpe en tiempos en que la tecnología ofrece imágenes vía televisores, redes sociales, medios digitales casi al instante. Si en 1991 se vio en el mundo la primera invasión bélica televisada esta vez llegan a través de las pantallas de tv, de la computadora o del celular las fotografías en movimiento de una pandemia caracterizada como temible. E ingresan en nuestras casas y se sientan a nuestra mesa las muertes como moscas en Guayaquil mientras las calles estallan de cadáveres, los anuncios de Estados Unidos con retrasos de hasta 12 días para el retiro de cuerpos de las casas, los suicidios de trabajadores de la salud en Italia. Y se conoce al instante cómo en ciudades conservadoras de medianas dimensiones muchas vecinas y vecinos juegan al juego de quién corre con amenazas y escraches al primer contagiado de Covid 19.

Y se multiplica el terror nunca mejor caracterizado como terror al otro, al que tiene la enfermedad en su cuerpo y al que se constituye como el espejo a destruir. Porque en ese espejo se representa aquella frase de Sartre en A puerta cerrada de que el infierno son los otros. Siempre el infierno serán los otros en una búsqueda de salida individual, que termina donde concluyen las cuatro paredes de nuestra propia mirada, en el limitado baldosón que pisamos a diario, en la cara que se voltea ante el padecimiento de la condición humana.

El miedo puede cohesionar o desintegrar. Puede lastimar o cobijar. Puede destrozar o ternurar. El miedo está ahí. Al alcance de la mano. Y puede asomar de los cielos como un Leviatán sucio de ira y portador de destrucción. O puede acompañarnos en la construcción de una brújula colectiva que nos conduzca a otros puertos.

Quizás sea hora –como escribió Gelman hace casi sesenta años- de quemar el miedo para mirar “frente a frente al dolor antes de merecer esta esperanza”.

Edición: 3977


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