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Por Claudia Rafael
(APe).- En este momento, la vida de Pablo Grillo pende de un hilo.
Que “es un militante kirchnerista”, que se expuso para construir una víctima, que la marcha era parte de un intento de “golpe de estado”, que hubo “un rebote” del proyectil y que “por mala suerte” le pegó en la cara, que “los buenos son los de azul”… Diferentes expresiones de la justificación oficial de por qué aquel miércoles 12 de marzo por la tarde Pablo Grillo resultó gravemente herido mientras intentaba registrar la represión a la manifestación de jubiladas y jubilados. No pasaría demasiado hasta que fotografías y videos en tiempo real mostraron cómo el cabo de gendarmería Héctor Jesús Guerrero se parapetaba y disparaba su arma calibre 38.1 milímetros en línea recta e impactaba –como en una suerte de tiro al blanco- en ese joven reportero gráfico de 35 años. Y cómo otros gendarmes palmeaban en señal de felicitación al cabo al que catapultaban así como héroe. Como tantos otros héroes que el estado represor sigue construyendo a fuerza de disparos y golpizas.
En este momento, la vida de Pablo Grillo pende de un hilo.
A cinco meses y medio de aquel miércoles de marzo Guerrero todavía no declaró. Recién lo hará el próximo martes en Comodoro Py. Durante todo ese tiempo, la vida de Pablo sigue pendiendo de un hilo demasiado delgado que, a lo largo de 169 días, hora tras hora, minuto a minuto, decayó, mejoró, dio señales de aliento, índices de desesperación, momentos de ilusión. Hasta este presente en que, según el parte médico familiar- está “clínicamente estable en terapia intensiva. Neurológicamente, está en una meseta. No está teniendo la evolución que se espera”.
En este momento, la vida de Pablo Grillo pende de un hilo.
Cinco meses y medio en los que la vida de Pablo sigue en vilo no bastaron, sin embargo, para que el Congreso obligara a la ministra todopoderosa de Seguridad a sentarse a explicar con lujo de detalles qué ocurrió aquel día. Cinco meses y medio no parecen haber sido suficientes para insuflar de coraje a quienes tienen que reclamar por los motivos de esa crueldad que se ensañó en el cuerpo de Pablo. Cinco meses y medio no constituyeron razones de fondo para mirar a los ojos a los afectos de Pablo y explicar aquello que no tiene explicaciones. Y tratar de decirles (no hay perdones posibles) por cuáles razones de seguridad nacional el líquido cefalorraquídeo (LCR) no es hoy suficiente para cubrir todo el cerebro. Por qué, como dijo su hermano Emiliano, “es él, pero no es él”. Por qué “es otro Pablo”, que “hace todo muy lento”, que “le cuesta sostener la atención” y que “si escucha música, no puede comer”.
En este momento, la vida de Pablo Grillo pende de un hilo.
No hay certezas hoy en la vida de Pablo Grillo, el fotógrafo de sonrisa fácil que trabaja parquizando los espacios verdes del Hospital Lanús. No hay certezas en los afectos más rotundos de Pablo Grillo cuyas vidas también mutaron definitivamente aquel 12 de marzo. No hay certezas tampoco para la reacción colectiva que aún no salió masivamente a las calles a gritarle a Pablo que la esperanza es bandera con su nombre, para que pueda volver, quien sabe, alguna vez, cámara en mano, a congelar la imagen de la dignidad hecha fotografía.
Porque en este momento, la vida de Pablo Grillo pende de un hilo.
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