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Por Alfredo Grande
(APe).- La bestia debe morir es una película argentina dirigida por Román Viñoly Barreto a partir de la novela The Beast Must Die, de Nicholas Blake protagonizada por Narciso Ibáñez Menta. No la vi en el cine, pero sí varias veces por televisión. Blanco y negro y antena mediante. Como es sabido, mi pasión son los títulos. Siempre los comparé con la leche condensada. Con el calor pasa a un estadío diferente, llamado dulce de leche. O sea: de la condensación a la dulzura de la ampliación creativa. Condensar es diferente a resumir. Más bien es lo opuesto. Las consignas que se sostienen en el tiempo son condensadas y con fundante de lucha. “Proletarios del mundo uníos” “Sean realistas, pidan lo imposible” “El pueblo unido jamás será vencido”. Mi adicción a los aforismos implicados tiene la misma motivación.
Ayer, en una encendida discusión entre amigos SUM mediante (salón de usos múltiples digital), sobre las limitaciones para tolerar intervenciones grotescamente disonantes, para contestar a los cultores de la “amplitud infinita”, mi intervención fue: “en alcohólicos anónimos nadie puede entrar con una cerveza”. Como es sabido, el número del nombre de la bestia es 666. Alude en general al imperio romano, y en particular al emperador Nerón. Un antecesor directo de Trump. El título de este artículo amplifica muy poco. Desliza el singular al plural. Pero el énfasis está puesto en una decisión política y ética. Esas bestias deben morir. Y no pocas veces para que mueran hay que matarlas, que es diferente de asesinarlas. Matar siempre es en defensa propia. Asesinar es matar en ataque ajeno. La defensa propia y la defensa de los más propio que tenemos en común, exige matar a las bestias que pretenden y lamentablemente han logrado, asesinar adultos, niños, ancianos.
El anatema de la violencia es una estrategia de la cultura represora para dejar impune la crueldad. El mandamiento “no matarás” es una traducción errónea de “no asesinarás”. Deslizamiento nada casual para anestesiar víctimas. Las bestias necesitan discursos justificatorios, racionalizaciones, intelectualizaciones, cosmovisiones delirantes, para sostener todas las formas de la impunidad. Recordemos que la impunidad no es la falta de castigo al delito, sino que hay delito porque hay impunidad. La premisa de la “inmunidad/impunidad” es necesaria para habilitar delitos de lesa y no lesa humanidad. Aunque todos los delitos que vulneran la vida de las personas a mi criterio son de lesa humanidad. En dictadura y en democracia. Es necesario conocer el rostro de las bestias. Que no incluye al virus Covid 19, que obviamente ni es invisible ni tiene rostro. Las bestias modifican su rostro a medida que el proceso de transformación reaccionaria avanza. El caso emblemático es Menem que pasó del look gauchesco, al look primer mundo con la avispa y el peluquín.
Hoy el podio de las bestias que deben morir es el fiscal Fernando Rivarola, autor de una figura jurídica funcional a la impunidad de los que debería acusar. “El funcionario de la justicia chubutense que justificó la violación en patota de la adolescente al asegurar que se trató de una necesidad de “desahogo sexual” de los varones que la atacaron, se desempeña en la fiscalía de la ciudad de Rawson. Además de la evidente falta de perspectiva de género que demostró con su dictamen firmado justo al cumplirse cinco años del primer Ni Una Menos, sus antecedentes demuestran que se trata de un representante más de la Justicia patriarcal, del poder económico y del statu quo de las clases más acomodadas de Chubut” (Página 12. 5/6/2020).
Pensar la sexualidad como desahogo es discutible y habla de la miseria sexual del fiscal. Pero el tema es si el desahogo implica una asociación ilícita para violar, entonces el fiscal bestia está haciendo apología del delito. Porque la victima ha tenido un ahogo sexual. Y ahogarse es lo contrario a lo placentero. En su pensamiento bestial, el fiscal niega el delito. Supongo que robar lo llamará “desahogo económico”. La contaminación por agrotóxicos puede caratularse como “desahogo ambiental”. Las masacres cotidianas, sin ir más cerca en el Chaco contra los más vulnerables de los vulnerables, se puede rotular como desahogo de Estado.
Una forma que me parece apropiada para enfrentar a las bestias es tomar su reducido y acotado pensamiento, y amplificarlo. Usar el microscopio del pensamiento crítico. En tiempos de aislamiento social obligatorio la receta del fiscal bestia es: desahogarse no es delito. Seguro estoy que si el fiscal tuviera que caratular un saqueo a un supermercado no pondría: “desahogo alimentario”. La bestia no es neutral. Está infiltrada por la ideología de algún imperio. Con rostros conocidos y otros no conocidos. Imperios cuyos poderes ante los cuales el Covid 19 es un vuelto. Una propina. Las bestias financieras, militares, eclesiásticas, sindicales, partidarias, culturales, patriarcales y políticas también deben morir. Sin ponerle ese nombre, muchas organizaciones sociales, populares, de lucha cotidiana, con heroínas y héroes que no permitiremos que sean anónimos.
Mientras escucho la publicidad de una jugadora de futbol que explica como su pelo sufre y recomienda una crema reparadora, siento y pienso, pienso y siento que mi aislamiento no sólo es una necesidad. En este mundo con millones a la intemperie termina siendo un privilegio. Quizá haya que pensar que también los privilegios están atravesados por la lucha de clases. El privilegio de los derechos de los niños es lo opuesto al privilegio de los adultos transformados en bestias impunes sedientas y hambrientas de toda destrucción posible. Mirándome en el espejo de Emilio Zola, yo acuso a todas las bestias. Con el número del nombre de la bestia que hoy es Fernando Rivarola. Y el más profundo dolor y frustración de no tener el poder, quizá el coraje, de matarlas. Antes que nos asesinen.
Edición: 4019
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