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Por Carlos del Frade
(APe).- Los males que sufren los pueblos no son consecuencias de castigos metafísicos, si no de la continuidad de los negocios mafiosos que acumulan mucho dinero en el bolsillo de pocas personas.
Los cuerpos de las chicas y los chicos suelen ser la geografía donde se instala el registro de esa acumulación, de esa violenta acumulación, de esa violencia impune.
Las pibas y los pibes del pueblo suelen exhibir en su vida cotidiana la historia en carne viva.
El 24 de marzo se cumplirán cuarenta y seis años del último golpe de estado y siempre es preciso destacar que medio millar de leyes todavía rigen en la democracia argentina que vienen de aquellos días de desapariciones, torturas e imposiciones del Fondo Monetario Internacional.
En abril de 1978 llegó el primer cargamento de cocaína a la zona franca boliviana en el puerto rosarino. Lo fue a recibir, entre otros, el llamado “almirante Cero”, Emilio Eduardo Massera.
Desde entonces el negocio del narcotráfico, paraestatal y multinacional, se fue metiendo en la existencia cotidiana de millones y millones de personas.
El negocio creció desde los nichos corruptos del estado en cualquier punto de la geografía argentina y también en cada provincia y especialmente en las grandes ciudades que dejaron de ser industriales y devinieron en mapas de servicios para acelerar la circulación del dinero.
Como sombra de los negocios, las vidas, las familias, los bebés.
En este caso, once bebés.
El miércoles 16 de marzo de 2022, la Secretaría de la Niñez, Adolescencia y Familia de la provincia de Santa Fe informó que en los últimos veinte días separó a once bebés de sus madres para preservar la integridad física de las chiquitas y los chiquitos.
La información dice que en más de la mitad de los casos se encontró cocaína en la sangre de las niñas y los niños.
“El aluvión de casos fue tal que la Secretaría de los Derechos de la Niñez, Adolescencia y Familia de la provincia debió lanzar una convocatoria de emergencia a familias solidarias que albergaran a estos pequeños, ya que las que estaban inscriptas resultaron insuficientes”, dicen los diarios.
Según confirmó la titular del área, Patricia Chialvo, la situación “es inédita” y los equipos interdisciplinarios tuvieron que actuar “porque había un claro riesgo de vida” para los bebés, todos con menos de 40 días. De los once casos, cinco se registraron en Rosario, tres en San Lorenzo y tres en la capital de la provincia.
“En más de la mitad de las situaciones lo que se detectó fue un consumo problemático de sustancias, por lo que se los separó de las progenitoras para iniciar un plan de acción que busca preservar la integridad física de los bebés y la rehabilitación de las madres”, explicó la funcionaria”, dicen los medios de comunicación del sur santafesino.
Las palabras deben pensarse.
Once bebés son separadas de sus madres porque corrían riesgos, entre otras cosas, por el consumo de cocaína de esas mismas mujeres.
Más allá de las particularidades de cada caso, el negocio paraestatal y multinacional del narcotráfico genera una fantástica acumulación de dinero en pocas personas y el desgarro en familias humildes.
Los once bebés separados de su mamá son la demostración de los costos que genera la impunidad de los negocios mafiosos.
Once bebés que no estarán con sus madres porque corren distintos riegos físicos.
Fenomenal drama existencial que, sin embargo, no es el resultado de misteriosas razones, si no de un negocio que viene creciendo desde hace casi medio siglo.
Las bebas y los bebés crecerán como puedan, sin mayores certezas pero el negocio del narcotráfico avanzará sin importarle la suerte de miles de familias.
Edición: 4082
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