Obscenidades y privilegios

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Por Silvana Melo
(APe).- Las pirámides tienen bases anchas y populosas. Multitudes anónimas que sostienen a cúspides que aspiran a tocar el cielo. Que lo tocan, lo provocan, negocian con él. Y se le sientan a la par. Dieciséis millones de cuerpos, historias, presentes, vejeces, frustraciones, infancias, rabias, promesas, son pobres en esta tierra. En 850 mil casas (*) se pasea el hambre, como la carroza trasnochada de estos carnavales donde el festejo es tan falso como las máscaras que no terminan de caer.

En la cúspide, tocando el cielo y negociando con todos los dioses están ellos. Cobran entre 280 mil y 700 mil pesos de jubilación. Son los jueces del sistema. Los que sentencian y determinan. Los arbitrarios. Los que tienen la última palabra. Los que se sacuden la solapa y tiran las migas hacia abajo. Los que arrojan la colilla en el piso, giran la punta del pie y la apagan sobre las cabezas de la base de la pirámide. La clase intocable. La protegida por sus empleados, legisladores de la república. La clase por la que se rasgan pantalones y faldas los cruzados de esa república, comparsas desacreditadas que pierden las lentejuelas en el callejón infranqueable donde acecha la verdad.

A ellos, un puñado de la clase privilegiada que decide quién es culpable y condena y siempre la culpa es de la base multitudinaria de la pirámide que jamás podrá escalar, a ellos les quieren rebanar la punta del haber jubilatorio que es diez, quince, veinte veces más que el de la mayor parte de los viejos que cobran 15 mil. Y que se mueren de faltas de servicios sanitarios y alimentarios básicos.

Entonces ellos despliegan todo su poder de resistencia. Son un puñado pero tienen armas de destrucción masiva. Tienen la justicia y el ministerio público en sus manos. Timonean un poder crucial del estado. Amenazan renunciar en masa para no perderse vivir veinte años cobrando 300 mil pesos sin trabajar.

En el norte anónimo y profundo la infancia indocumentada se muere de hambre y de sed. Son niños y nacieron acá.

En los hospitales del conurbano los viejos se mueren de una tos o de un hueso que se quiebra. No comen porque no tienen qué o porque no tienen dientes. Les prometen turnos a un año. Prótesis a dos. Viven meses. Les robaron los juicios y les mintieron reparaciones adjetivadas históricas.

Pero el poder político cómplice se encolumna detrás del puñado que toca el cielo, en defensa del privilegio que paga. Como no paga la infancia indocumentada que muere de hambre y de sed. Por la que a esos mismos no se les movió un pelo.

El día que la base de la pirámide saque fuerza de la tierra misma y la dé vuelta, el día que al cielo tengan acceso esas mayorías de los confines, habrá que ver quién sostendrá en la cúspide a la base ancha y populosa. Para que la Justicia ponga las cosas en su lugar.

(*) Flamantes números del Observatorio de la Deuda Social de la UCA

Edición: 3948


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