Más resultados
Por Claudia Rafael
(APe).- No les creas, escribió Ariel Dorfman como una suerte de testamento. Cuando te digan que estoy enteramente, absolutamente, definitivamente muerto. No les creas. Hace 124 días que desapareció Santiago. 2976 horas. 36 días que lo hallaron como un manojo de vida que ya no es. 51.840 minutos. Y dijeron tantas cosas. Y escribieron tantas otras. E instalaron tantas falsas pruebas. Y omitieron verdaderas. Y escupieron falacias. Y vomitaron crueldades.
Y convirtieron a los mapuche en hacedores del terror. Y a Santiago en un frágil barrilete al que el viento llevó aquí y allá donde todos lo vieron, que decidió entrar a las devoradoras aguas del Río Chubut por la intensa belleza del paisaje. Porque, después de todo, morir de muerte natural suele ser una fatalidad cuando se escapa de la ferocidad del Estado.
No les creas cuando te muestren la foto de mi cuerpo, no les creas.
Dorfman testamenta la muerte de la sociedad que señala. Que endilga. Que acusa. Que aniquila.
Le estampa una lápida que incita a que no les creas cuando te digan que la luna es la luna. ¿Por qué creer tanta mentira dibujada en letras catástrofe que cincela una realidad paralela que no es ni será? Esas letras que, ensambladas y entremezcladas, asoman desde un cóctel feroz para inventar verdades.
¿Acaso hay que creer cuando ayer los títulos detallaban que tres niñas y su mamá murieron en la madrugada del domingo “a raiz del incendio de la vivienda” en el barrio Eva Perón de Formosa? ¿Hay que creer cuando aseguran que “el doloroso episodio se habría originado por un desperfecto eléctrico que desató un incendio de proporciones, consumiendo en cuestión de minutos la vivienda familiar”? ¿Es tan simple y obscena la muerte que nace de un estúpido desperfecto eléctrico y no de una casucha anclada en el sitial de la pobreza, con cableríos viejos, barriadas golpeadas por un modelo cultural y económico parido por la inequidad? Causa, efecto. Simple la historia. Tres niñas y una mamá. En una letanía que repiten los policías y cotorrea el periodismo muerto de muerte innatural. “Desperfecto eléctrico” que no es otra cosa que desperfecto social. Desperfecto sistémico.
No les creas. Tendrán que reconocer que es mentira algún día. Escribe Dorfman.
Y es ésa la verdadera letanía. La que hay que grabar en la memoria con tinta indeleble. La que vacuna –diría Primo Levi- contra la negación y el olvido.
Tampoco les creas si, por el contrario, te dicen que la luna es luna. Si cuentan y aseguran que Melina Romero murió asesinada hace tres años porque era “una fanática de los boliches que abandonó la secundaria”. Una piba como tantas devorada por la desigualdad y la noche. Icono de las chicas víctimas de femicidio porque usaban la pollera corta, el escote marcado, porque no estudiaban o sí lo hacían; porque no trabajaban, porque lo hacían o ni siquiera lo buscaban; porque reían demasiado o casi nunca, porque dijeron basta o porque no lo dijeron. Porque quisieron irse o desearon quedarse un rato más. Porque denunciaron o porque no se atrevieron a hacerlo. Y doce representantes de la condición humana tendrán que mirar por estos días a los testigos a la cara. Observar las reacciones del único acusado que, desde esta semana, está sentado en el banquillo. Escuchar las pruebas reales y las plantadas. Leer en uno o mil papeles que la piba salía mucho. Que era una Ni Ni. Ni esto ni lo otro ni lo de más allá. Tendrán que juzgar a un hombre y decidir si mató o no mató. Y saber que sientan lo que sientan, hagan lo que hagan, piensen lo que piensen y voten lo que voten no habrá justicia. Por eso mismo, no les creas cuando se decida si hay uno o ningún culpable en esta historia más allá de la crueldad sistémica que empuja víctimas y más víctimas a los zanjones y a los acantilados y cocina a fuego lento el olvido eterno para Melina.
Por eso mismo no les creas si dicen que un árbol es un árbol. No les creas, por favor. Porque creer significa avalar. Y firmar colectivamente los petitorios que empujan a más y más pibas a los bordes de otros tantos precipicios.
No les creas nada de lo que digan. Ni aquello que leas. ¿Acaso habrá que creer al Indec cuando nos cuenta que “una familia tipo de cuatro integrantes, con dos personas adultas y dos menores, necesitó en octubre 15.676,6 pesos para ubicarse por encima de la línea de pobreza”?.
Cuando otros números desnudan una canasta básica de jubilados en más de 17.000. ¿Hay que creerles cuando el mismo Indec “nos” advirtió que “ese hogar de cuatro integrantes necesitó 6424,8 pesos para no ser considerado indigente”?. Para no caerse del mapa. Para no estirar la mano en la esquina. Para no sentir la vulnerabilidad que produce desconocer si el futuro mañana seguirá existiendo. Si mañana es una palabra real. No les creas. Ni a unos ni a otros. No les creas. A los que ayer y antes de antes de ayer prepararon el terreno que hoy es prolijamente sembrado para una cosecha que duele más y más. Que fagocita hasta las entrañas.
No les creas nada de lo que te juren. Nada de lo que te muestren.
Exactamente mañana, cuando se cumplan 181.440 minutos desde el instante en que Santiago es ausencia, entregarán el cuerpo a su familia.
Entonces, más que nunca, cuando finalmente llegue ese día no les creas.
Porque existe una única y contundente verdad, que no es precisamente la de los dogmas y las certezas inapelables. Sino más bien la de la utopía cobijada en el nido colectivo que arde en la rebeldía de seguir, contra todos los tsunamis de la historia, creyendo en la vida.
Por eso, tal vez, más que nunca Rodolfo Walsh, bastardeado por el periodismo de confort y falsas verdades, cuando escribía que un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra.
Edición: 3490
Suscribite al boletín semanal de la Agencia.
Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.
Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte