No hay cuentos de hadas

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 Por María Adelaida Vergini

 (APe).- Es introvertida pero tiene mucho para decir. Busca la forma, y la encuentra. Guarda el silencio de los que tienen temor, de los que viven como no quieren. O como pueden. Su mentón casi siempre está más cerca del pecho. Y en la mirada, que debería ser la inocente de una niña de 12 años, hay un halo de esperanza, una luz que sigue brillando por la ilusión de ver, alguna vez, otra realidad, una distinta a la que le toca vivir. Porque sabe que existen otras formas posibles de vivir.

Florencia tiene casi la misma edad que el kirchnerismo, pero no sabe de décadas ganadas. Sólo una vez ganó. Fue un concurso de cuentos. El suyo se titulaba “Así es mi barrio”. Y ganó. Una vez ella supo hacerse escuchar, y alguien supo escucharla, y su historia se oyó. 

“Hace poco, hubo muchos allanamientos. Los policías se metían en las casas sin permiso, golpeando y rompiendo todo. Fue muy feo. Siempre pasa eso, pero esta vez eran muchos milicos y se escuchaban tiros todo el día. Hasta disparaban contra el paredón de la escuela, pero igual había clases”.
Su texto, con expresiones simples, se hacía carne en las imágenes más variadas de la cotidianeidad de su barrio, el barrio Las Flores, ubicado en la zona sur de la ciudad de Rosario. Un relato sin príncipes ni princesas, ni hadas, ni historias de amor.
Drogas, búnkers, allanamientos, milicos, disparos. Un nene de la misma edad que ella vendiendo droga durante todo el día a cambio de $30. Con 12 años describió lo mismo que cuentan las páginas de policiales de los diarios. Y como en esas noticias, también en su relato se hacía palpable esa mezcla tan pensada de ausencias y presencias del Estado.
Porque Florencia y su barrio forman parte de esa porción de la sociedad que el Estado abandonó a su suerte, y, como supo pasar en la Colombia de Escobar, empujó a que muchos extrañen hoy a uno de los líderes narco asesinados el año pasado (el Pájaro Cantero, líder de la banda los Monos) y hasta le rindan un tributo pintando en una pared su rostro sonriente que sobre un fondo celeste supone haber llegado al cielo.
Pero Florencia siente otras cosas. Se anima, y dice cosas. Y escribe sobre una computadora lo que siente cada vez que va a la escuela, que camina esas calles. Sabe lo que es vivir entre la violencia, las faltas, y la ilegalidad de un Estado paralelo que le ha devuelto a una porción de su vecindario la satisfacción que otorga el poder del tener.
“Yo quiero que no se droguen más y que no vendan más. Que los padres no dejen solos a sus hijos y se fijen con quiénes se juntan. Que se den cuenta antes que lo hagan. También deseo que todos podamos soñar y tener proyectos, pero para eso tiene que haber trabajo que paguen bien y más escuelas donde haya doble jornada. Así, creo que no necesitarían drogarse ni habría violencia. Trabajando o estudiando no andás en la calle y se puede pensar en “ser alguien”, porque ellos no son nada”.
Ella quiere ser. Desde su silencio pide a gritos que la escuchen. Sólo hay que darle una oportunidad. Ella y los suyos no recibieron los coletazos de la bonanza económica de la última década.
A Florencia no le pueden contar otra historia, un relato diferente. Ni con números ni con palabras. Porque su relato es una pieza fiel de la realidad, una copia casi perfecta de lo que vive la mayoría de los 10 millones de argentinos (25%) que se encuentran dentro de la línea de pobreza, según cifras del Observatorio de la UCA. Su relato no aparece en las cifras oficiales aquellas que quieren convencernos de que la pobreza en realidad abarcaba para el primer semestre de 2013 sólo al 4,7% de la población. 1.700.000 no puede dar lo mismo que 10 millones, porque no es lo mismo.
Florencia tiene derecho, como todos los niños, a la verdad. Quizá no sepa de cuentos de hadas ni de décadas ganadas, pero quiere por una vez sentirse parte. No quiere ser una más de los 4 millones de argentinos que mal viven entre la violencia y la ilegalidad. No quiere que su gente viva así.

“Mi deseo es que en el barrio no haya más muertes ni sufrimientos. Que podamos tener una vida sana y sin peleas. También que el gobierno haga algo porque no es justo vivir así y que a veces nos discriminen por ser de este lugar”.

Pintura de portada: Michael Cheval

Edición: 2625


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