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Por Claudia Rafael y Silvana Melo
(APe).- Los trescientos gendarmes, policías federales y prefectos que, con lanchas, helicópteros, drones y motos de agua, llegaron a las puertas del bosque de cohiues para desalojar a treinta mapuche (entre ellos media docena de niños) no tenían razones históricas ni culturales para derramar gas pimienta en la nariz de un bebé de un año. La comunidad Lafken Winkul Mapu necesitó la recuperación de ese mosaico territorial en la inmensidad patagónica porque allí se erigirá la machi. La autoridad sanadora mapuche, inescindible del territorio. Donde están las plantas, las cortezas y el agua. Ayer la búsqueda del territorio para la sanación del cuerpo y el alma terminó con niños presos en una comisaría. Con mujeres precintadas y una nena mapuche de diez años con las manos atadas atrás.
A las 5.30 de la madrugada del jueves comenzó el desalojo que ordenó el juez federal Gustavo Villanueva. Eran más de 300 efectivos de Gendarmería, Policía Federal y Prefectura Naval, con lanchas, semirrígidos y motos de agua en el lago Mascardi, un helicóptero, drones y decenas de móviles. El objetivo eran 30 mapuche con carpas entre los cohiues del parque nacional. La pedagoga Patricia Redondo relató a APe que “reprimieron a familias que eran todas de madres jóvenes con niños. Una de las compañeras que estuvo nos comentó que uno de los nenes respiró gas pimienta, porque estaban en la carpas y los gendarmes la tajearon con un cuchillo y tiraron el gas adentro”.
En medio de la oscuridad, el frío y la violencia desatada “los hombres alcanzaron a escapar hacia los cerros y hubo balazos. Entonces detuvieron a las mujeres con los niños: una mamá también es menor, tiene 16 años y la precintaron. A una nena de diez años le hicieron poner las manos atrás para atarla”. El campamento de la flamante Lof Lafken Winkul Mapu fue devastado. Sobre la banquina de la ruta cortada, algunos colchones, un peluche, ropa y objetos que son la vida y la historia de quienes los perdieron fueron cargados en la caja de una camioneta.
Patricia Pichunleo es maestra y algunos de los niños detenidos van a su escuela. “Antes de las 5 de la mañana ya estaba cortada la ruta, se inicia el desalojo y se le dice a la comunidad que no habría ningún contacto con nadie de afuera”, describe a APe el panorama de la madrugada. En la ruta 40, “diez kilómetros antes del ingreso a la comunidad que está pegada al lago Mascardi, se apostaron la gendarmería y la federal. Cerca de trescientos, un dispositivo enorme para un grupito de familias”. Durante cinco horas “la gente estuvo aislada y a la intemperie, hasta que sacaron a las mujeres y a los niños y se los llevaron”. La crueldad y la ilegalidad fueron denunciadas a través de una presentación ante la procuradora General de la provincia de Río Negro por parte de la Gremial de Abogados, con las firmas de Eduardo Soares y Laura Taffetani.
“Acompañamos este proceso desde que se inició porque acá se quiere levantar una machi. Hay una joven con espíritu de machi que requiere de un territorio urgente para atender y sabiendo que este lugar no estaba ocupado, iniciaron la recuperación”, explicó la docente el motivo profundo del establecimiento de las familias en ese lugar. “Desde la campaña del desierto las machis y los machis fueron asesinados y no las pudimos recuperar. Fue un plan sistemático. Los exterminaron porque las fuerzas de la naturaleza se materializan en ellos. Nadie elige ser machi, sino que la naturaleza elige a quienes van a serlo”.
Dice Patricia: “Es vital para nuestro pueblo y para nosotros la autoridad mapuche que es la machi porque restablece la salud en todas las personas, restablece un conocimiento de las propias fuerzas que viven en este territorio: la fuerza del lago, de la montaña, del agua”. Entonces, “después de cientos de años de no tener una machi, deberíamos haber estado dándole la bienvenida. La respuesta del estado que desconoce todo esto y al que hemos tratado de explicárselo durante toda esta semana para que comprendan la importancia cultural, es el desalojo”.
Patricia Redondo, casualmente en el sindicato docente de Bariloche para dar un curso ese día, revivió horas de extrema intensidad. “Estuvimos hasta las ocho de la noche. Todo es de una ilegalidad enorme. Las madres no querían que los nenes fueran llevados a otro lugar y la defensora decía que no quería alertar al sistema de protección porque si lo hacía los niños terminaban judicializados; con las madres detenidas y los padres que no estaban, no iba a haber familiar directo para intervenir y entraban en un circuito en el que ser madre mapuche empeoraba todo”.
“La escuela es muy abierta, trabaja con la comunidad mapuche y algunos de los chicos fueron a clase. La maestra se acercó varias veces y entró a la comisaría”, relató la educadora. “Una maestra se llevó tres chicos que tenían la madre detenida. Y los tuvo hasta que la liberaron. La tensión fue enorme, todo el día. Y era casi como una provocación, porque no los soltaban y se había generado un clima muy denso afuera”.
El desalojo fue inesperado y, sintieron las familias, artero: “estaban en conversaciones con la fiscal hasta el día anterior y habían quedado con seguir negociando ayer. Pero a las 5 de la mañana reprimieron”.
Patricia Pichunleo habla de “un nuevo puesto de control en la ruta 40, que no existía. Ahí se instalaron, a diez kilómetros de la comunidad. Antes de ingresar cortaron la ruta. Una de las mamás cuenta que les rompieron la carpa con un cuchillo, le echaron gas pimienta, le entró en los ojos a ella, la encegueció y afectó a su bebé de un año. Apenas la sacaron de la carpa le pusieron el precinto. Todos los nenes estuvieron mucho tiempo llorando porque les entró gas pimienta en los ojos. Cuatro horas a la intemperie con las madres y la policía, llorando de frío y de gas, sin que sus mamás los pudieran alzar ni abrazar”.
La detención de los niños hasta pasadas las ocho de la noche fue la cima de un día brutal. “Estuvimos esperando que el juez resolviera y demoró muchísimo con un trámite que debió haber sido rápido”. Patricia habla con su nombre y su apellido puestos en su palabra y en su convicción. “Cómo no voy a dar mi nombre. Si después dicen que nos ocultamos, que escondemos nuestra identidad”.
El operativo represivo desmanteló la vida entre los cohiues una semana antes de que el rostro dorado de Bariloche iniciara las reuniones preparatorias del G20. Los ministros de Finanzas de veinte países discutirán la economía de los privilegiados en el hotel Llao Llao.
En un bosque de cohiues, mientras tanto, la machi intenta su regreso. Entre mariposas y copas altísimas. Entre pehuenes y huemules. La machi sin territorio no es posible. El territorio sostiene la medicina mapuche con las cortezas, las raíces, los árboles sagrados, los minerales y el agua.
Dice Verónica Azpiroz Cleñan que “La figura y el rol de machi es de relevancia central -no por casualidad la campaña genocida de Roca, se propuso como primer objetivo de ataque hacerlas desaparecer-, porque ellas/os mantenían la cohesión comunitaria y la fortaleza espiritual”.
“La machi no puede vivir en el pueblo –dice Patricia Pichunleo-; se traslada con su familia ampliada al territorio” donde se mezcla con la naturaleza. Donde todos –naturaleza y humanidad- vuelven a ser uno solo.
Hasta que 300 efectivos de Gendarmería, Policía Federal y Prefectura Naval, con lanchas, semirrígidos y motos de agua en el lago Mascardi, un helicóptero, drones y decenas de móviles llegan a golpes y gas pimienta, detienen a mamás y niños en una comisaría. Y vuelven a quebrar el equilibrio universal.
Edición: 3491
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