Niños explotados y fumigados en campos de California

Muy lejos de los campos de Entre Ríos o Santa Fe, los niños campesinos de California trabajan desde los 11 o 12 años, explotados, mal pagados, en territorios fumigados con agrotóxicos y con el terror de ser deportados junto a sus familias de migrantes.
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Por Silvana Melo

(APe).- Entre cinco mil y diez mil niños de familias migrantes recogen en los fértiles campos de California frutillas y verduras de hojas, que después disfrutarán en sus platos los consumidores norteamericanos. Tienen entre once y diecisiete años, lo hacen a pleno sol, con temperaturas extremas, soportando peso que los dobla, encorvados durante horas, expuestos a los agrotóxicos que los aplicadores pulverizan sin verlos. Viven con sus familias en asentamientos a la vera de los cultivos, aterrados por las redadas del gobierno trumpista que amenaza con expulsar hasta el último migrante de su territorio. Aunque luego debería pensar quién hará el peor trabajo, el más sacrificado, el más cruel, el peor pago, el que se niega a hacer el norteamericano blanco medio. Aquella película de 2004, “Un día sin mexicanos”, pensaba en pasos de comedia un escenario embrionario que creció cuando la decisión política de deportaciones imaginó a Estados Unidos sin migrantes.

En California los chicos de doce años puede trabajar legalmente en agricultura. Un ámbito donde trabajo y explotación tocan un límite muy fino. Las condiciones en las que trabajan los niños fueron expuestas en Los Angeles Time a través de una investigación de Capital&Main y deja en carne viva la cara más cruel del capitalismo: los niños de familias migrantes condenados a un trabajo peligroso, extenuante, sin ningún tipo de seguridad, con la salud expuesta todo el tiempo, a espaldas de las leyes laborales y de uso de pesticidas y con inspecciones someras cuyas infracciones no se concretan en multas para los empresarios.

Capital & Main entrevistó a 61 chicos y chicas que trabajan en los campos californianos, de entre 12 y 18 años. “Muchos describieron haber sufrido dolores de cabeza, erupciones cutáneas o ardor en los ojos mientras trabajaban en campos que olían a productos químicos. Otros dijeron que fueron contratados para trabajos a destajo con salarios inferiores al mínimo. Muchos recordaron haber trabajado bajo el sol del verano sin sombra ni descansos adicionales para beber agua. Algunos hablaron de usar baños portátiles sucios y sin jabón para lavarse las manos”, describe Los Angeles Time.

Algunos de los niños y adolescentes cruzaron en soledad desde México. Pero la mayoría nacieron en tierra norteamericana y trabajan en el campo con sus padres migrantes mixtecos, llegados de Oaxaca, Michoacán y Guerrero. Muchas de estas familias son indocumentadas y además de las condiciones de vida tremendas temen amanecerse un día con las autoridades migratorias que se lleven a una parte para deportarlos y la familia quede separada, herida, partida en dos. Por eso, además no se quejan de sus padecimientos laborales. Y por eso, además, sus patrones aprovechan más su fragilidad y su terror.

En la mayor parte de los campos de California familias enteras han sido explotadas durante años sin que la agencia estatal inspeccione las condiciones de trabajo de la infancia trabajadora. Dice Los Angeles Time que durante ocho años el estado emitió apenas 27 multas por violaciones al trabajo infantil a las miles de empresas de California. Sin embargo el 90 % de las multas no se pagó jamás.

Los niños y adolescentes sufren consecuencias graves en sus cuerpos por el esfuerzo físico y la fumigación con agrotóxicos

Los campos californianos no difieren demasiado de la matriz productiva extractiva y envenenada que cada vez se profundiza más en la Argentina. La producción de alimentos, además de concretarse sobre los huesos y el sufrimiento de la niñez, se corona con la fumigación indiscriminada con pesticidas cuya peligrosidad (disruptores endócrinos, cancerígenos, etc) está científicamente comprobada y cuesta muertes concretas en las zonas de sacrificio.

Los niños entrevistados en la investigación trabajaban seis días a la semana en verano y en tiempo escolar los fines de semana. Uno de los adolescentes había comenzado a trabajar a los seis años y otro a los nueve. Gran parte de ellos se integró a la explotación laboral entre los 11 y los 13 años.  Suben enormes escaleras para alcanzar limones, no tienen ninguna protección contra un sol avasallante, usan cuchillos afilados para cortar las ramas de los duraznos, cargan tremendas palanganas de diez kilos de tomates y ganan tres dólares por cada una que llenan.

Todos ellos trabajan y gastan sus pequeños cuerpos para una de las industrias agrícolas más grandes del mundo.

Esos niños, que se rompen y se envenenan por un dólar, esclavos en la gran democracia del mundo, no llegarán a viejos. Y seguramente serán echados cuando ya no sirvan, de los campos, de ese país hacia donde migraron con una incipiente esperanza, de la vida misma que nunca les puso una ficha.

De ese país al que esta tierra caída en el fin del mundo se aferra como el que se ahoga a la balsa. Como el esclavo al soberano que lo indultará.

Fuente: investigación de Capital&Main para Los Angeles Time


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