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Por Silvana Melo
(APe).- El AMBA, como termina llamándose a la ampolla viral del corazón de esta tierra, concentra en apenas un mosaico a poco menos de la mitad del país. Muy lejos de la oficina central de dios, en un barrio de Formosa ciudad, a las cuatro y media de la madrugada vagaba por la calle un niño sin nombre. No alcanzaba a cumplir dos años. Iba descalzo, en pañal abultado por la carga y en llanto inflamado por frío y desconcierto. Lo encontró la policía, en patrullaje nocturno pos noche del amigo. En el hirviente hacinamiento del AMBA, diciembre acabó con 7 de cada 10 niños en la pobreza. Tres de cada 20 en la indigencia. Y nadie imagina lo que quedará cuando todo pase. Acaso la foto sea la del niño sin nombre, solo y sin rumbo, en una calle desierta y nocturna de Formosa.
La policía lo encontró y el estado, en su brazo uniformado y en el otro, el administrativo, actuó con rapidez. Sancionó a su familia y puso al niño en abrigo. Alguna vez se mirará el estado al espejo para golpearse el pecho y admitir que no lo vio antes. Al niño antes de que caminara de madrugada en la calle, a la familia antes de que, en su historia descarnada, dejara al niño solo.
Diciembre dejó en todo el país 6 de cada diez niños en la pobreza. Y nadie imagina lo que quedará cuando todo pase. Pierden no sólo una alimentación segura y nutriente. También la educación en colectivo con la curva de la desigualdad aplanada por la escuela y no disparada brutalmente por la condiciones de vida de casa. Sin servicios ni conectividad ni tecnologías a mano. Pierden también la nutrición social, el crecimiento con pares, la calle y la pelota, el amor etáreamente agremiado. El cuento a la noche. El cumple a gritos y piñatas.
Puede haber transferencia de ingresos del estado. AUH. Alimento más o menos malo. Pero faltará el sueño construido de a pasitos cotidianos entre todos, el presente que transforme los futuritos cercanos y urgentes en un porvenir macizo, con músculo de lenteja y espinaca.
Serán siete pibes y pico de cada diez los que queden pobres después de la pandemia. Un después repleto de otras pandemias. Endemias. Y epidemias. De las que ellas y ellos serán las principales víctimas.
La foto del sinrumbo de la infancia será, tal vez, el niño sin nombre de un año y once meses caminando a la madrugada por una calle del barrio San Roque de Formosa. Solo y descalzo.
Tan lejos de la ampolla viral del AMBA. Tan cerca de esta desigualdad que iguala tanto.
Todas las cifras surgen del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA)
Foto ilustrativa
Edición: 4047
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