Ni la intemperie

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Por Ignacio Pizzo (*)
(APe).- La vivienda es parte del tejido sanitario, del buen vivir, de la buena salud, del bienestar. Está claro que vivir en una arropada casa no es equiparable a sobrevivir en lo que actualmente se camufla en el eufemismo, falsamente empático, de “barrio vulnerable”. Las villas y la miseria, son proyectos distintos a la vivienda y la vida. La historia muestra que en Argentina alguna vez ser niño fue un privilegio. La vivienda no era un mercancía pasible de ostentación o un lujo obsceno. La necesidad alguna vez fue un derecho y el derecho era ejercido sin letras muertas.

El país estuvo en el umbral de ser una tierra donde se contaran los hogares del trabajo y la belleza. Belleza hecha de niños amparados en el tejido social. Pero no quisimos continuar. Hemos elegido en nuestros días engrosar las estadísticas de las fosas comunes del hambre.

Érase una vez la idea de la salud integral con Ramón Carrillo, quien comprendía la vivienda como sinónimo de urbanismo sanitario, junto a la higiene del trabajo, la alimentación y el deporte. Fue motivo de preocupación de este sensible médico, a cargo de la cartera sanitaria desde 1946 a 1954. Otros tiempos, al lado de Evita. Otro diseño.

Ese diseño, el del único país posible, el del trabajo, era vertido por Carrillo en uno de sus tantos logros: el plan del barrio obrero a construirse en 1947, como primera realización del Plan Inicial de Obras Públicas de la provincia de Buenos Aires, en terrenos expropiados por el estado, en el partido de Berisso. Pretendía dar solución a uno de los problemas sociales, como es del acceso a la vivienda. Los nombres no son sólo nombres, porque llamar Barrio Obrero a un barrio, imprime su identidad , así como la huella impresa del pie pequeño de un recién nacido que se identifica en una sala de partos. Parir infancia para identificarse luego como trabajador o trabajadora y vivir, sí vivir, en un barrio obrero. Muy distinto a hacinarse, mendigar mendrugos y convertirse en sobrante poblacional.
El barrio obrero de Carrillo era una prueba piloto para dar respuesta al problema de la vivienda obrera, poniendo al alcance de la familia trabajadora los beneficios del urbanismo moderno en materia sanitaria.

Al parecer no todos los peronismos son iguales y los libros de Carrillo se cajonean para ser reemplazados por proyectos arquitectónicos de brics inmobiliarios y micro-países bautizados como countries o barrios privados. Para ello, lo que en una época se resolvía con ministerio de obras públicas y salud, en nuestro actual momento histórico, se resuelve con palos y desalojos.

Simplemente porque el inconmensurable comercio del metro cuadrado, facturado en dólares para la venta y en ocasiones en pesos para los alquileres no cede en el apogeo de la cruel concentración, muy lejana al fifty fifty. La regla general es no ceder jamás frente a la turba de inquilinos, ocupantes y desposeídos, quienes con su ñata contra el vidrio leen los labios de quienes improvisan discusiones en paneles televisivos sobre la sacralidad de la santa e intocable propiedad privada. Esa propiedad del propietario, que señala Baratta al referirse al pacto social del estado moderno. “Se trató más que nada de un pactum ad excudendum, de un pacto para excluir, de un pacto entre una minoría de iguales que excluyó de la ciudadanía a todos los que eran diferentes. Un pacto de propietarios, blancos, hombres y adultos para excluir y dominar a individuos pertenecientes a otras etnias, mujeres, pobres y, sobre todo, niños.

Para ellos, para los deportados de toda propiedad, ni siquiera la intemperie. Por eso las tomas de tierra son combatidas por Pro y progresistas, por tirios y troyanos. Comentaristas del partido que ni siquiera están viendo. Funcionarios administradores de las sobras, abolicionistas del derecho que ellos mismos redactan en proyectos de ley que apenas ojean en un escritorio, desde el cual bajan el martillo.

Durante el 2020 pandémico, se produjeron tomas de tierra. Según el registro del Ministerio de Seguridad, en la provincia Buenos Aires, hubo cinco intentos de tomas de tierras cada semana; el propio ejecutor del desalojo emitió los números.

Guernica fue la toma emblema. El rostro de la defensoría del propietario no tardó en bajarse el velo. Las casas quemadas, la policía a cargo de Berni reprimiendo, la selfie del fiscal, la omisión del cuervo Larroque, el gobernador Kicillof sin palabras, la intendenta Blanca Cantero del partido que lleva el nombre de su líder “Presidente Perón”, que quemó los libros de Ramón Carrillo junto con las casuchas improvisadas de los desamparados y la oposición oponente aplaudiendo, son muestra cabal de un sistema que se escuda detrás de la cachiporra, la bomba de gas lacrimógeno o la 9 milímetros. El último relevamiento de Guernica corroborado por el CELS y SERPAJ informó que en el predio había 1.400 familias. De ese total 650 aparecían en el censo del Ministerio. Este informe se opone al de los funcionarios, quienes aseguran que la mayoría de las familias había acordado para retirarse.

La postal no es innovadora, sólo se modifican los listones del marco.

Otro marco, pero más de diez años atrás. En 2010, el parque Indoamericano, era ocupado, en eso tiempos no tan lejanos, en ese territorio, tampoco tan lejano: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Gobernada entonces por quien luego fuera presidente del 2015 al 2019, aquel sparring del kirchnerismo que perdió en el entrenamiento de las PASO pero que ganó en la noche del pugilismo electoral general. Mauricio Macri, su vicejefe Rodríguez Larreta y su ministra de desarrollo social María Eugenia Vidal, conocidos personajes, eran las autoridades visibles de aquel momento.

Como actor de reparto, Sergio Berni se enorgullecía con sus palabras: “me instalé en una carpa con ellos 10 días, viví con ellos, comí con ellos y una noche desalojé a 16 mil personas". Hoy es Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires. Por entonces tenía un cargo en el Ministerio de Desarrollo Social y fue el interlocutor del Gobierno Nacional de CFK ante las familias que trataban de alojarse, si es que así puede llamarse a esa situación humillante, en algún rinconcito del predio de 120 hectáreas. El operativo desalojo y descarte fue codirigido por fuerzas nacionales y de la capital, operativo conjunto entre policía metropolitana y federal. El saldo: 3 personas asesinadas.

En aquel tiempo, hace poco más de diez años, como ahora se hablaba de inmigración descontrolada, de que fue la izquierda, de que es o era un negocio de unos punteros que se aprovechan de la necesidad, de que eran narcos, etc. Repetida excusa de los represores.
El punto es que lejos de los proyectos del urbanismo sanitario, promulgados en tiempos donde los niños eran los privilegiados, la ley de protección y promoción de derechos de niños, niñas y adolescentes, hoy con más 15 años de vigencia, no logró evitar la realidad y la imagen: nuestra infancia desarrapada , corriendo, llorando y abrazando la pierna de sus madres o de algún transeúnte circunstancial, pidiendo explicaciones acerca de la condición humana, en medio del humo, las balaceras y los uniformados.

Tanto en el parque Indoamericano como en Guernica, los accionistas de los niños descalzos se relamían bajo el cómodo y perfumado abrigo de sus oficinas ministeriales. Esos edificios que al día de la fecha esconden tras sus muros los expedientes de la premeditada crueldad.

Apenas dos años después del desalojo del parque indoamericano en 2012, la legislatura porteña fue el escenario donde se presentó el atlas de anatomía en el cuál se mostraron los vasos comunicantes entre kirchneristas y macristas momento que sintetiza que el negocio inmobiliario está por encima del derecho a la vivienda. La imagen de legisladores kirchneristas conducidos por un Juan Cabandié con la cabeza baja para votar todos los grandes negocios inmobiliarios que diseñó la gestión de Mauricio Macri, es la fotografía conmocionante del pacto social de la modernidad. En aquellos tiempos la indignación de retroprogresistas en defensa del Borda, quedó sepultada bajo el voto obsecuente a la venta del edificio del Mercado del Plata. Es así como el entretejido de la política cierra la grieta a la hora de poner el sello que marca el fin del sueño de la casa propia para la mayoría.

Mientras, las otras tomas vigentes, las más de 4000 villas y asentamientos, donde resisten cerca de 4.000.000 de nuestros hermanos, siguen aumentando su caudal, y el margen cada vez se ensancha a tal punto que ya no es un margen. Según el último censo, el del 2010, en esos años la población en las villas había aumentado más de un 50% y eso impulsó el negocio del alquiler informal”, señala Jaime Sorín, arquitecto e investigador de la UBA. Y agrega: “La situación era explosiva y la gente no tuvo más remedio que salir a tomar tierras para conseguir un lugar donde vivir”.

El AMBA, que posee una superficie de 13.285 kilómetros cuadrados (menos del 0,5% de la superficie del territorio nacional), es habitado por el 37% de la población total del país, más de quince millones de personas. Este monstruo metropolitano descabezado, constituye la segunda región más pobre de la Argentina después del Noroeste, aunque genera el 48% del PBI nacional.

La casa parece ser un sueño eterno, y la propiedad privada es la pesadilla del que no la tiene. Pero la casa no es sólo la casa cuando se trata de que cuadre, en alguno de sus ángulos, la cuna que se cubrirá de ropaje de invierno y ositos de peluche para dar abrigo a la única propiedad que debiera ser la más defendida, la del hijo o hija de todos y todas. Porque si decidimos sacralizar la propiedad privada y enviar a un exilio horroroso a nuestra crianza, hemos pisoteado la brújula que nos marca el Norte. Hemos sacado de la lista de nuestros anhelos la imagen de aquel puerto donde desembarcar y abrazarnos a cada uno y a cada una de ese grupo de compañeritos heroicos, que renuevan día a día la épica alegre de la lucha por la otredad.

La casa no es la casa, sino el hogar donde invitar amiguitos en una ronda de chocolate. Así la propiedad privada pasa a ser colectiva. Y la calle es la otra propiedad colectiva que no pueden quitar los propietarios del pacto social espurio. Porque la ternura política rompe con el encierro previo al COVID-19.

Quienes sostienen a punta de resolución y pistolas la propiedad privada no defienden solamente su balcón francés con macetas. Defienden la continuidad cultural del individualismo, decisión política si las hay. Sin embargo, es más temprano que tarde para que el desentierro del carnaval abra paso a los exiliados de toda tierra que darán el presente. Así los tibios tendrán que ser vomitados desde la boca del dios que crearon.

(*) Médico Generalista – Casa de los Niños, Pelota de Trapo – CESAC N° 8, Villa 2124.

Edición: 4165

 


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