Negacionismo y niñez

Si el negacionismo fuera un discurso ya sería grave. Pero lo realmente grave es que la práctica negacionista es letal y no le importan las leyes. Las leyes que tienden a proteger derechos son fácilmente obviadas. Hay Imperios más fuertes que el de la Ley. El Imperio del Poder, sin ir más cerca. El negacionismo abarca mucho y aprieta más.

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Por Alfredo Grande

(APe).- Está circulando con cierta insistencia el pedido de firmar para un proyecto de ley contra el negacionismo.  Hago una cita breve del documento: “Para enfrentar dichos paradigmas negadores de la realidad, que al mismo tiempo auspician la amnesia social y habilitan la contingencia de potenciales crímenes futuros, se hace ineludible legislar sobre los discursos negacionistas”.  Una de las características de lo que hace años en esta misma Agencia definí como retroprogresismo, es la afectación y predilección por los discursos. Mucho menos por las prácticas. Una nueva versión de que lo que importa no es hacerlo, sino decirlo.

Sigmund Freud fue expulsado de la Sociedad de Médicos de Viena por decir, y además en clave científica, lo que la cortesana sociedad de Viena hacía con la cobertura siempre eficaz de la hipocresía política social. Si el denominado negacionismo fuera un discurso ya sería grave. Pero lo realmente grave es que la práctica negacionista es letal y no le importan las leyes. Las únicas leyes que tienen efectos son las represoras. Las leyes que tienden a proteger derechos o al menos no vulnerarlos en forma sistemática, son fácilmente obviados. Hay Imperios más fuertes que el de la Ley. El Imperio del Poder, sin ir más cerca. Firma más, firma menos, el negacionismo abarca mucho y aprieta más.

Leemos a Carlos del Frade: La explotación de las pibas y los pibes en el submundo de las bandas narcopoliciales no suele tener el desarrollo necesario en los grandes medios de comunicación, ni locales ni nacionales. Sin embargo, es una demostración de la ferocidad de un negocio que no duda en secuestrar y torturar mientras el dinero acumulado de esa manera se lava en el centro de las grandes ciudades.

Esta política privada y pública que es también un genocidio por goteo de las infancias y adolescencias, es objeto de un negacionismo absoluto. Obviamente no en el discurso, siempre atento, siempre sutil, siempre citando leyes y tratados internacionales. El negacionismo es de las prácticas que, lejos de ser la excepción, son una regla siniestra. Incluso el negacionismo de los crímenes de la dictadura tiene su equivalente especular en el negacionismo de la lucha revolucionaria de los combatientes que fueron no solamente aniquilados en combate, sino que en su mayoría fueron masacrados en la tortura y en vuelos de la muerte. Y eso no es guerra, ni siquiera sucia.

El denominado gatillo fácil no es una política de seguridad. Es un plan de exterminio sistemático de las otras disidencias: las económicas, sociales, políticas. Y obviamente, los mayores disidentes son niñas, niños, adolescentes que no encuentran su lugar en el mundo. Y cuando lo encuentran es  un lugar miserable y aterrador.

El combate contra todas las formas de la cultura represora nos obliga, éticamente obliga, a desarrollar un afirmacionismo político. Y lejos de obsesionarnos con determinados candidatos, retomar la frase que popularizó Bill Clinton: Es la economía, estúpido. El afirmacionismo combativo y militante señala: es el capitalismo, estúpidos. Vamos contra ese letal producto, no solamente contra sus marcas ocasionales.

Las infancias y adolescencias sufren y mueren por el producto (el capitalismo) y no por las marcas de ocasión (esas que se muestran en los debates).

El camino del infierno está sembrado de los mejores discursos de amor y de bienestar general. Pero siempre lo supimos: hay amores que matan.

Imagen de apertura: Martha Toledo (Perfil)


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