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Por Carlos del Frade
“El flagelo de la droga”
(APe).- Según el diccionario etimológico, la palabra apareció en el idioma castellano en el año 1444 y deriva del latín flagellum que significa látigo, azote. Deriva del verbo flagelar que surgió en 1382. Entre los sinónimos figuran: calamidad, catástrofe, epidemia, vara, verdugo, vergajo, látigo y zurriago. Pero la frase que suele repetirse en los medios de comunicación como también en el léxico cotidiano de dirigentes políticos y sociales, remite al narcotráfico como algo dado, impuesto como si fuera un castigo divino.
Y esa concepción remite a un versículo del Génesis, primer libro del Antiguo Testamento, cuando en el capítulo XVIII, versículo 19, se puede leer acerca de la destrucción de Sodoma y Gomorra: “El sol se elevó sobre la tierra, cuando Lot llegó a Zoar. Entonces el Señor derribó sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y una lluvia de fuego, que era el Señor mismo quien envió este flagelo desde el cielo. Destruyó las ciudades y toda aquella llanura, y todos los habitantes de estas ciudades. La mujer de Lot miró hacia atrás y se volvió estatua de sal. Abraham se levantó temprano y fue a donde había estado delante de Jehová. A partir de ahí, volvió la mirada hacia Sodoma y Gomorra y hacia toda la extensión de la llanura, y vio salir de la tierra humo, como humo de un horno”.
Si algo no es divino en esta etapa de la historia eso es el narcotráfico.
Hay intereses muy concretos, sangre derramada, cuerpos intoxicados, múltiples ganadores y múltiples perdedores. Algo muy humano, muy lejos de ser un castigo de una entidad tutelar más allá del mundo material.
Cuando se habla del “flagelo de la droga” no solamente se está ocultando su esencia por economía intelectual, sino también sus responsables, inmediatos y mediatos, por razones políticas.
El narcotráfico es uno de los principales negocios del actual ciclo capitalista caracterizado por la increíble multiplicación del dinero ilegal y es llevado adelante por bandas que, para operar en gran escala, necesitan del aporte de varios nichos corruptos de diversas instituciones, no solamente las policiales o las fuerzas de seguridad nacionales.
“El estado ausente”
Los barrios en cualquier región de los grandes centros urbanos jamás dejaron de sentir la presencia del estado: allí están las escuelas, los centros comunitarios, los centros de salud y las fuerzas policiales.
El problema es que en las últimas décadas comenzó a verificarse la cada vez más nutrida presencia de integrantes de las policías y otras instituciones dentro de las bandas criminales, ya sea como socias o como partes de las mismas.
Entonces es mentira que existe un estado ausente.
En realidad hay un estado presente pero de forma corrupta.
Y cuando las herramientas del estado funcionan a favor de los negocios ilegales surgen las zonas liberadas y la indefensión ciudadana es cada vez mayor.
La democratización de los nichos corruptos en la mayoría de las geografías provinciales demuestra la necesidad de identificar a los responsables políticos que miraron para otro lado mientras se constituían esas alianzas que derivaron en las “narcopolicías” que hoy están presentes en los conurbanos principales del país.
“Ajustes de cuentas”
Es una frase derivada de la jerga policial al calificar algunos asesinatos.
Una forma de nombrar aquello que no se quiere explicar. Porque, ¿quiénes son los ajustadores de qué cuentas?, en todo caso.
La sentencia oscurece más que esclarecer.
¿Qué cuentas son? ¿De quiénes son esas cuentas? ¿Y por qué esas cuentas deben ser superadas con la sangre derramada, generalmente, de pibas y pibes?
En realidad, los “ajustes de cuenta” parecen remitir a enfrentamientos entre bandas que se disputan diferentes territorios.
Y ambos elementos, las bandas y los territorios, tienen historias y protagonistas atravesados por esa evolución en el tiempo que son conocidos por los funcionarios de las instituciones policiales o estatales.
Por eso la definición y repetición de la fórmula ajuste de tiempo también opera como mecanismo de ocultamiento y desinformación.
Decir ajuste de cuentas salda discusiones y obtura preguntas.
Una forma de construcción, concreta y cotidiana, de impunidad.
“Dejálos…se están matando entre ellos”
Frase que suele leerse en los comentarios de las páginas web de los diarios después de informar sobre asesinatos ocurridos, como suele suceder, en los barrios periféricos, más allá de los bulevares.
Una visión clasista y prejuiciosa que parece ser la perversa versión reciclada del “por algo será” que justificaba la masacre perpetrada por el terrorismo de estado.
Pero además de esconder ese carácter clasista y fascista, la frase naturaliza la muerte, muta el homicidio en una parte del paisaje.
Y he allí, además, el carácter reversible del concepto. Porque creer que la suerte existencial de los sectores medios es diferente a la de los excluidos, es sostener una falsa de conciencia de clase y una hipotética distancia con los habitantes de los barrios donde, efectivamente, se sufren la mayor cantidad de homicidios.
Pero ellos somos nosotros. Porque las grandes mayorías incluyen a los sectores medios y también a los marginales.
En realidad, la idea fuerza es que se están matando entre ellos y gambetea la responsabilidad de enfrentar que una minoría nos está matando a nosotros.
Es ser funcional a las minorías de privilegio que se benefician con el lavado de dinero y a través de los negocios violentos de sus socios menores, los que dominan los territorios más allá de los bulevares.
(*) Anticipo del libro “Ciudad blanca, crónica negra”, del autor de esta nota que se presentará el jueves 7 de agosto en el Sindicato de Luz y Fuerza de Rosario, Paraguay 1135, a partir de las 19.30.
Edición: 2747
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