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Por Sandra Russo
(APE).- La beba murió en Córdoba la semana pasada. En su certificado de defunción figura el nombre de María del Carmen, pero eso fue un requisito burocrático y el nombre, antojadizo. La beba no se llamaba de ninguna manera.
Murió desnutrida. Sus hermanos le decían “bebé” y sus padres no se sabe cómo la nombraban. Había nacido con un buen peso, pero a los tres meses pesaba menos que cuando nació. No presentaba signos de violencia. Aunque puede admitirse que la indiferencia es una forma de violencia cuando el otro es un ser indefenso. La beba coronó la historia trágica de su madre, una chica de 27 años que aparenta el doble, y que según un empleado de la fiscalía que lleva el caso, está abstraída y no parece tener conciencia de la realidad.
Los otros hijos evidencian también señales de desatención marcada. La hija de 10 años estuvo gravemente infectada de sífilis. Repitió tres veces el primer grado. No sabe leer. La pericia indica que su edad mental no supera los 6 años. La hija de 5 años, interrogada por la psicóloga de Tribunales, dijo que tenía sólo 2 años.
La madre está detenida. Por abandono de persona. Cobraba un Plan Jefes y ese magro dinero le era arrebatado por su compañero. Fue violada cuando tenía 13 años. Está con el padre de sus hijos desde los 17. El es alcohólico. La muerte de esta beba pone sobre el tapete una historia lumpen, una biografía desordenada y terrible que no se pudo enderezar y que costó una vida. Ahora el Código Penal caerá sobre ella. Y por un delito atroz, que es abandonar a un hijo hasta dejarlo morir. Pero el Estado, ¿no hace lo mismo? ¿No abandona a sus hijos hasta dejarlos morir? ¿Qué pena cae sobre un Estado que desatiende, desnutre, desprotege?
El mal individualizado, puesto sobre la figura arquetípica de la madre que abandona al hijo hasta su muerte, es un blanco móvil para que los dedos acusadores se alcen y señalen. Pero habría que preguntarse qué entiende del mundo y de la vida y del cuidado y de la salud y del dolor alguien que ha vivido esa vida y que ha sido privada hasta de su mínima dignidad, que es la de amar.
Fuente: La Voz del Interior – 16/1/06
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