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Por Silvana Melo
(APe).- Los trabajadores atestados en los colectivos y en los trenes, el gentío de los barrios populares, los rehenes de los narcos en el gran Rosario, los desempleados crónicos del sistema, los planeros demonizados y la clase media que se aferra del borde de su abismo lo supieron de reojo, desde la TV que les habla en su piso de barro o en el PH de Palermo, igualadora: Elon Musk compró Twitter por 44.000 millones de dólares. Apenas unos centavos menos de la deuda que tomó Mauricio Macri con el FMI en 2018. Legitimada por su sucesor, condicionante del futuro y de los niños que nacen con más de mil dólares de deuda debajo de sus brazos, en reemplazo del pan mitológico.
Icono rabioso de la desigualdad, Elon Musk tiene 282 mil millones de dólares; unos 126.000 más que un año atrás. Los 44 mil millones de la deuda externa argentina son para él poco más del 15% de una fortuna que jamás podrá gastar. Un vuelto. Una propina entre los propietarios del mundo.
Entre 2019 y 2020, cuando los multimillonarios duplicaron sus riquezas –Marcos Galperín, el dueño de Mercado Libre, amasó su fortuna más inmensa durante la pandemia- el hambre en América Latina y el Caribe aumentó en un 30%. Lo dice la ONU mientras la Oxfam asegura también que los ricos son doblemente más ricos en ese mismo tiempo. Y Unicef, otro programa de la ONU que cuenta la pobreza y el hambre, revela que los 25 países más pobres “asignaron mayores partidas presupuestales al servicio de la deuda que a la educación, la salud y la protección social juntas en 2019”.
Elon Musk solo, un hombre entre los casi 8.000.000.000 de habitantes del planeta, podría pagar la deuda argentina con el 15% de su fortuna. Con el porcentaje con el que compró Twitter, la red social predilecta de las dirigencias políticas que tiene 217 millones de usuarios. Diez veces menos que Facebook, Youtube o Instagram pero con un poder de imposición de agenda pública e ideológica mucho mayor. Lleno de bots y de trolls, es decir, robots y call centers entrenados como haters. Odiadores seriales.
Todo esto en manos de un solo hombre. Que es dueño de Tesla, la empresa que fabrica autos eléctricos, que quiere vivir en Marte, que dice que es un “absolutista” de la libertad de expresión y que puede profundizar la actividad cloacal que suele tener la red social algorítmica, sin ningún tipo de regulación. El odio y las fake news –noticias falsas creadas para perjudicar a otros- reinarán libremente en el amplísimo País Musk.
El mismo Musk que lanzó al espacio un Tesla con un maniquí de un astronauta solitario, el mismo que asombra al cielo planetario con la hilera de satélites que de vez en cuando desfila en las cabezas del mundo como una demostración de poder inabarcable. Dos muestras apenas: en febrero, Musk anunció que su empresa Tesla invertiría en Bitcoin. La moneda se disparó en un alza récord. Después decidió rectificarse porque la creación de la moneda digital (lo que se llama minado) necesita de un consumo astronómico de energía eléctrica. Y el hombre (un “Troll Filantro”, como lo llamó el New York Times) dice que cuida la naturaleza. Inmediatamente después de esa decisión, el Bitcoin sufrió un desplome, también récord. Una palabra tuya bastará para sanarme, le dice a su mesías la cultura cristiana.
Una palabra de Musk bastará para un derrumbre o una gloria.
Para pagar una deuda externa o para adueñarse de la opinión global.
Mientras millones de anónimos sobreviven apenas en territorios sacrificados o sacrificables. Mientras sus gobiernos siguen honrando deudas fraudulentas e ilegítimas. Que mantienen en el poder a esos gobiernos y como rehenes perpetuos a sus pueblos.
Edición: 4101
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