Mujeres que se paran en el lugar de la dignidad

Las legendarias madres del barrio Ituzaingó Anexo, de Córdoba, mujeres que luchan contra el veneno y la contaminación del modelo productivo, es el tema de un libro imprescindible. Soledad Iparraguirre es la autora de Pararse en la dignidad, una investigación que va a la médula de esa historia hecha de miedos, batallas, derrotas y también pequeñas victorias.
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Por Claudia Rafael

(APe).- “Nunca, jamás asociamos las fumigaciones. Y daba la casualidad de que el Isaías se quedaba sin poder caminar después de que pulverizaban. Yo juntaba a todos los chicos y los llevaba a una lagunita que había ahí al fondo en patota de diez, quince nenitos que se metían a jugar al campo. Jugábamos a la escondida en el medio de la soja. Y venía el avión y nos escondíamos, nos tirábamos debajo de la soja. Hasta que me doy cuenta”. La que relata es Sofía Gatica. Que empezó esa larga lucha que la transformó en un ícono para no volver a perder un hijo. Ya le había pasado con su bebé, la Nandy, que se le murió por deformaciones embrionarias provocadas por las fumigaciones. Y desde entonces no paró de decir que el temor a perderlo también a él (Isaías) es lo que me hace ver que había algo que nos estaba enfermando.

La historia de Sofía y de ese grupo de mujeres que pasaron a la historia como las Madres de Ituzaingó anexo contra los agrotóxicos está maravillosamente reflejada en el libro “Pararse en la dignidad”, de la periodista María Soledad Iparraguirre. Que logra desentrañar las raíces de un modelo que envenena y mata pero a la vez plasma cómo en ocasiones hay pequeñas victorias que dejan huella. Es posible –a través de la organización social sostenida en el tiempo- correr del propio territorio a ese monstruo grande que suele pisar demasiado fuerte como la multinacional Monsanto. Que fue llevado al banquillo en un juicio histórico que, como era de esperar, tuvo una condena irrisoria pero que quedó como una marca indeleble. Allí se pronunció que fumigar constituye delito. Y eso es un sello de fuego.

Soledad Iparraguirre y Sofía Gatica

Corría 2012 cuando ese juicio se desarrollaba. Y en los mismos días de junio, Cristina Fernández de Kirchner anunciaba con bombos y platillos un nuevo acuerdo con la multinacional: “Aquí tengo –y esto la verdad que se los quiero mostrar porque estoy muy orgullosa- el prospecto de Monsanto (…) Es una inversión muy importante en Malvinas Argentinas, en la provincia de Córdoba, en materia de maíz con una nueva semilla de carácter transgénico, que se llama Intacta”. Son esas perlas que permiten recordar que la contaminación, la transgénesis, el veneno en las producciones son parte sustancial del modelo. Porque, en definitiva, lo que prima es la ganancia frente a la vida. Y esa mirada suele ser transversal.

“Lo que sucede en Argentina es casi un experimento masivo”, decía Andrés Carrasco, aquel científico que luchó contra los molinos de viento y constituyó (y sigue constituyendo) un emblema acerca de cuál es el lugar en que debe pararse la ciencia digna. Soledad elige esa cita para iniciar el primer capítulo del libro que no por azar se titula El infierno. El mismo Andrés Carrasco que un día golpeó la puerta de la casa de Sofía Gatica (escena desarrollada en el capítulo 5 del libro bajo el título de Ciencia digna. Un faro en la oscuridad) y le dijo simplemente: “soy científico del Conicet y vengo a decirles que tienen razón: a través de un estudio de laboratorio comprobé lo que ustedes vienen denunciando”.

Ese experimento masivo del que hablaba Carrasco –recuerda el libro- ya había tenido el aval institucional durante el menemismo cuando en su rol de secretario de Agricultura el luego legislador, gobernador, canciller y productor agropecuario Felipe Solá firmó los expedientes administrativos que bienvinieron la soja transgénica de Monsanto y luego el paquete tecnológico de semilla y herbicida asociado. El año próximo ese aval cumplirá los 30 años, en un tiempo que parece decidido a empeorar la realidad contaminante. Cuando se quieren borrar todas las trabas posibles y ya logradas acerca de la fumigación terrestre y aérea.

Pararse en la dignidad no sólo es un libro imprescindible. Es también un libro que rescata la memoria histórica, la lucha popular de un grupo de mujeres que, como siempre, han marcado los almanaques de un país. Como han sido las Madres de la Plaza, las madres contra el paco, las madres contra el gatillo fácil, las madres de pibas secuestradas para la trata o víctimas de femicidio.

Las Madres de Ituzaingó durante el juicio de 2019 (Foto La Tinta)

¿Que si tenían miedo? Claro que sí, responden algunas en la investigación que da lugar al libro. Como Rita Otero, otra de las mujeres que un buen día decidió dejar Córdoba por aquellos temores. Y dice a Soledad: “Si intento recordar algo que nos una, me acuerdo que ella decía que no tenía miedo y yo sí. Yo tenía miedo de que los chicos se enfermaran, los cuatro míos. Veía peligro alrededor, pero no sabía de dónde venía. Sofía no tenía miedo; creo que fue por eso que me uní a ella (…) Era una madera de dónde agarrarse cuando viene fuerte la correntada”.

Es que Sofía –ícono ambiental en el país y en el mundo (recibió el galardón Goldman, llamado Nobel ambiental)- fue constituyéndose a sí misma como un faro que fue comprendiendo que “los derechos se conquistan, se luchan, se defienden, pero no se mendigan”.

Cada año Argentina utiliza 600 millones de litros de agrotóxicos que contaminan suelo, aire, agua. Y Soledad Iparraguirre se pregunta: “¿Es posible que el Estado siga desoyendo las voces de las víctimas y sostenga –con una necedad rayana en la complicidad- que, con semejante carga química cayendo sobre los cuerpos, nada puede suceder?”.

Fue en el año 2016 en que se logró uno de los grandes triunfos. “Monsanto se vio obligada a emprender su retirada de tierra serrana luego de tres años de bloqueo ininterrumpido en el predio en el que se proyectaba construir la mayor planta procesadora de maíz transgénico de Sudamérica”, recuerda el libro. En la localidad Malvinas Argentinas, Córdoba, a tan sólo 10 kilómetros del barrio Ituzaingó.

Con las madres como emblema de tenacidad. De convicción. De lucha denodada. Por la vida de sus hijos, por la propia, por la de sus afectos. A pesar de las amenazas. A pesar de la represión. A pesar de los intentos de cooptación.

Carrasco es, como el título del capítulo, un faro en la oscuridad. Que demuestra cuál es la postura ética y el sitio donde pararse ante la injusticia, ante el envenenamiento masivo, ante el disciplinamiento del poder.

Y no es casual que a ese mismo capítulo Soledad Iparraguirre lo haya iniciado con esa frase medular de Rodolfo Walsh, frase de la que ella misma se apropia con este libro. Aquella que dice que “el campo intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprenda lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante”. Y el que comprendiendo no actúa no logrará “un lugar en la historia viva de su tierra”.


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