Morir en la escuela

|

Por Bernardo Penoucos

   (APe).- La escuela está cerrada, quemada y transpirando abandonos estatales. Por una cuestión de minutos todavía no habían llegado los 400 chicos que concurren a la institución educativa de Moreno. No estaban los niños y las niñas. Pero sí estaba la vicedirectora y un auxiliar. Estaban allí, como siempre y como todos los días. La solución casera para calmar el invierno no alcanzó y entonces explotó la garrafa de gas y en esa explosión murieron la vicedirectora y el auxiliar. La escuela tenía comedor, como casi todas las escuelas. Porque hace rato que a las escuelas también se va a comer y a compartir. La vicedirectora y el auxiliar se encargaban de eso también. Se encargaban de garantizar el derecho a la educación, pero también de generar esa mesa colectiva para que a nadie le duela, al menos por un rato, la panza de hambre. Pero no alcanzó. Tampoco alcanzaron los reclamos y las movilizaciones que desde la institución se generaron para que hubiera gas natural, para que existieran mejores condiciones, para que se escuchara lo que tantas veces se ha venido anunciando.

Los parches y la política corta de lo inmediato que no alcanzan, las reformas estructurales que nunca llegaron y las promesas que siguen descansando, ya olvidadas, en los spots publicitarios de campaña que cada dos o cuatro años se renuevan utilizando lo mejor y lo más perverso del marketing y del clientelismo publicista. Esas son algunas de las causas. En Moreno, en la Escuela N° 49 Nicolás Avellaneda, como resultado de un arreglo provisorio para pelearle al invierno, murieron la vicedirectora de la escuela y un auxiliar. La estufa de tiro balanceado conectada a una garrafa no soportó ni el ajuste ni la desfinanciación de lo público, entonces explotó. Y se llevó la vida de dos trabajadores.

También vienen explotando, y hace rato largo, los programas sociales orientados a los niños y a los jóvenes, vienen explotando los intentos neoliberales de pensar a la política desde la focalización y desde la eficiencia, términos tan militados durante la década del 90, términos y prácticas tan posmodernas que nunca dejaron de irse y que ahora vuelven más fuertes, con más poder, con menos piedad. No hay tragedia en estas muertes, hay Estado ausente. No hay mala suerte que pueda describir la escena, hay muertes de educadores que llegaron tan temprano como consecuencia de un discurso que deslegitima la educación como herramienta y pondera al mercado como proyecto de vida individual.

Los educadores estaban en la escuela, calentando el ambiente imposible de este invierno y de este Estado, estaban aclimatando las paredes para que los pibes, llegados de las barriadas populares, no se congelen como, seguramente muchos de ellos, se congelan en sus casas. Entonces el artefacto atado con el alambre de la desidia explotó. Y lastimó de muerte a los educadores y tiñó de humo la escuela humilde, el lugar de encuentro, el puente cercano para tantas y tantos pibes.

La inseguridad nos ronda, nos amenaza y cumple. No hay turnos en los hospitales, no hay remedios, no hay reinserción en las cárceles ni en los institutos de menores y sí hay tortura y violación de derechos humanos, no alcanza sólo con agua para agrandar la comida del comedor popular, no alcanzan las changas para saciar el hambre de los niños, ni para pagar el alquiler de la casita humilde, no alcanzan las becas que como propinas reciben tantos jóvenes, no alcanzan los subsidios para sobrevivir. No alcanza, no alcanza y no alcanza.

Morir en la escuela. Morir en la escuela como resultado de la ausencia de resultados prometidos, morir en la escuela como imagen y metáfora del abandono más profundo, de la corrupción sistémica arrastrada por décadas y décadas. Morir en la escuela y luchar en la calle como única respuesta ante tanta desidia, ante tanta invisibilidad, ante tanto manoseo y abuso.

La inseguridad ronda, amenaza y cumple. Y dos educadores murieron en la escuela.

Edición: 3672


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte