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Dante Canteros tenía 14 años. Fue asesinado el sábado en la madrugada, en la plaza del barrio, donde junto a pibas y pibes escuchaba música. Una movilización nutrida de adolescentes cortó la avenida Mitre, a los pies del Puente Pueyrredón. Detrás, se esconden los entramados de violencia en sociedades en las que el mundo narco intenta denodadamente marcar los ritmos vitales.
Por Claudia Rafael
(APe).- ¿Qué se juega en una esquina conurbana donde los pibes respiran al ritmo de la música que los convoca? Los sábados la plaza de Villa Tranquila se viste de quincho. Así llama el grupo de adolescentes a ese lugar del que se apropiaron –“porque, más allá de ser chicos, plata para ir al boliche no tienen”- y se mueven al compás de las notas que salen del parlante que se llevan. Rap, RKT, hip hop, música urbana.
El sábado que pasó, Dante Canteros estaba ahí. Como siempre. Con su grupo de amigos. Con sus sueños de futbolista a cuestas. Con sus 14 años.
Había dejado a su novia en la casa, cuentan los pibes y se instaló, como de costumbre, en la plaza. Horas más tarde, ya la historia era otra. Se escribió con sangre el final de su crónica vital, como les pasa demasiadas veces a los pibes de las barriadas más vulneradas y ya no hay modo de girar ninguna manivela para que el tiempo vuelva atrás.
La vida y la muerte se cruzaron por una nimiedad. Un hombre disparó con balas de plomo y arrebató la vida de Dante.
El conurbano se viste de sur profundo entre las calles poceadas de Villa Tranquila, en Avellaneda. Muy cerca, unas cuantas viviendas nuevas municipales. Algunas cuadras más allá, las aguas del riachuelo, la velocidad sobre ruedas de la autopista y sobre la calle Levalle, el club en el que desde hace tiempo –por más que lo quisieron seducir desde algunos otros- Dante jugaba futsal con la camiseta roja y blanca. Sus 14 años lo hacían moverse detrás de la pelota con sueños de futbolista pero también le daban la madurez para hacer de profe de los de 6 y 7, que aprendían a patear.
Las estructuras sociales, en los territorios en los que reina la inequidad, se ven atravesadas por múltiples violencias. Hoy –analiza Alejandro Lucero, referente de Fogón, una organización que tiene trabajo territorial en Villa Tranquila- en muchos barrios del conurbano “el modo de exclusión social ya no utiliza los tanques, como en la dictadura, sino con narcos. Que ocupan los territorios, facilitan créditos, dan posibilidad de trabajo o captan a quienes están entrampados en el consumo de sustancias. O bien, todo junto”.
Dante era hijo de María, que trabaja en una carpintería recuperada en Gerli, dentro de Fogón. Día tras día, junto a un grupo de 35 trabajadores (en el que el 80 por ciento son mujeres), María desarma pallets, selecciona maderas y las cepilla. De lunes a viernes, desde la mañana hasta la tarde. Allí –cuenta Lucero- “siempre hablaba de su hijo Dante. Que jugaba en el Club Levalle, a unas cuadras de Tranquila, que soñaba con llegar a Primera. Y la respuesta de los pibes en el hospital donde fue llevado Dante ya herido y el domingo sobre avenida Mitre da cuenta de quién era él. De cómo lo querían. Los pibes del barrio, del club y cortaron la calle como si tuvieran sobre sus hombros 50 años de militancia”. Desde la barriada salieron con banderas hacia esa avenida central de Avellaneda. Las remeras rojiblancas eran mayoría en los pibes de rostro casi niño vivando el nombre de su amigo que horas antes les habían arrancado definitivamente.
Son infinitos los dantes de los territorios populares. Donde demasiados han recibido en sus espaldas o en el pecho los trozos de plomo de una pena de muerte planificada. “No queremos más esto. Los pibes y la gente del barrio, María y sus comadres, caminando por las calles es la demostración de que esto no puede pasar más. Todos tenemos muertos que nos han entristecido. Y la prueba concreta de lo que ocurrió es la cantidad de pibes que corrieron a ver qué estaba sucediendo cuando se escucharon los disparos en la plaza de Tranquila”.
Esta vez fue Dante quien estuvo atravesado por esas balas feroces. Y fue un hombre de algo más de cuatro décadas al que los pibes reconocieron y vieron levantar su arma y disparar. Por una nimiedad. Con una ira que nace de las entrañas de quien tiene la cabeza fisurada por sustancias que le carcomen los días desde hace años. Salido hace poco más de un mes de la cárcel. Y regresado de lleno a mundos oscuros donde las vidas valen menos que unos centavos. “Tenemos que frenar entre todos a este ejército irregular de ocupación que son los narcos que trabajan para que los poderosos nos echen de nuestros barrios”, dijeron los compañeros de María.
Dante es el hijo de María y es miles. Los pibes de 12, 13, 14 ó 16 que van a ranchar a una plaza con un par de parlantes que emiten rap o hip hop. Donde danzan mientras ríen y sueñan que el futuro es mañana mismo. Y tal vez lo sea. En parte. Aunque el verdadero sentido del futuro es inevitablemente una construcción humana donde la infancia sea amasada y cuidada. Donde el destino de cada niña y cada niño sea perfilado colectivamente como un sueño a construir.
Cuando el poeta Jorge Enrique Adoum repetía que la abolición del futuro es el síntoma de una grave enfermedad en donde el tiempo no existe y da lo mismo hoy que mañana hablaba, en definitiva, de un país que se destruye cruelmente a sí mismo. Porque permite esa sucesión de perversidades que concluyen con la vida de nuestros pibes. Y, por tanto, ponen fin a los horizontes de un país con cimientos sólidos y compactos. Dando rienda suelta al individualismo feroz y al afán de construir una cruel utopía en la que la humanidad se fagocite a cualquier precio.
A contramano de esa cruel utopía están los pibes. Que salieron a las calles con el nombre de Dante como bandera. Que de a decenas y decenas se plantaron sobre la ancha avenida Mitre a los pies del mítico Puente Pueyrredón. Y desde donde deberá salir la savia para desandar tanta crueldad.
Foto de apertura: corte de avenida Mitre, en Avellaneda. FM Riachuelo
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