Morena y la deuda histórica de un estado roto

A tres días de unas PASO desangeladas, un robo violento que provocó la muerte de una nena de 11 años puso sobre la escena la pintura contundente de una historia de décadas. El rol del Estado en cada uno de sus estamentos, la desigualdad, el combo política-policía-pobreza. Una historia trágica que quedó al desnudo ayer por la mañana en el Conurbano Sur.

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Por Claudia Rafael y Silvana Melo

 (APe).- La campaña para unas PASO desangeladas se cerró abruptamente, con el rostro de una nena de once años. Caída a las 7,30 de la mañana en el cordón de una vereda donde ladrones en moto le arrancaron la mochila y la golpearon antes de escapar. Caída, Morena, en las ruinas de un estado que ahora la ve, rutilante en los carteles que piden justicia por ella. Por ella, que temprano estaba muerta de sueño yendo a la escuela cuando todavía era de noche, con la cara lavada a las corridas, sintiendo el frío en las mejillas, por ella, que empezaba un día como tantos otros que vendrían en esa vida que tenía por delante, tan larga.

Morena cayó a los once años en Lanús. Sur del conurbano, donde siete de cada diez niños y niñas son pobres. Y varios de ellos indigentes. Es decir, con hambre continuada. Son hijos y nietos de familias quebradas. Desechas en los años 90, cuando el trabajo sucumbió, explotó el narco y los vínculos sociales comenzaron a ser muy otros. Entre barrios cerrados y villas, la desigualdad abrió fosas infranqueables.

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Durante algunas horas –por alguna filtración malintencionada- se instaló el protagonismo de un chico de 14 años como victimario. Se publicó su fotografía e inclusive, en algunos medios periodísticos, su nombre y apellido. Finalmente, se desmintió la versión aunque nadie reconoció “el error” que, por cierto, servía en bandeja de plata la posibilidad de reclamar sin discusión alguna la baja en la edad de punibilidad.

Morena cayó tres días antes de una elección que no convoca a nadie. Cuando le mandaba un mensaje a su abuela, al bajar del colectivo. “Llegué bien”, quiso decirle. No pudo. Su celular fue el encantamiento fatal de los motochorros. Que minutos después trataban de venderlo en Pompeya y en Once. Eran, parece, dos hermanos de 25 y 28 años. Que, según Diego Kravetz –intendente interino de Lanús porque Néstor Grindetti quiere ser gobernador- “son gente que no piensa en robar un banco. Sino que busca robos chicos para inmediatamente volcarlo en la compra de drogas”.

El estado municipal lo sabe y reivindica saberlo al dedillo. El estado provincial también conoce la trama profunda de esa realidad. Una realidad que desde cada uno de sus estamentos institucionales se fue fecundando a lo largo de las décadas en las que se construyó una marginalidad inexorable. Los 40 años desde la recuperación de la democracia constituyen a esta altura la prueba irrefutable del triunfo de los planes económicos impulsados durante los tiempos del terrorismo de Estado. Varias generaciones devoradas por el individualismo atroz, por la pobreza creciente, por la disparada aluvional en el consumo de drogas, por la falta de empleo pero a la vez, donde hay empleo no alcanza para sobrevivir más que unos días (el salario mínimo es de 112.500 pesos mientras que la canasta básica es más del doble). A lo largo de las últimas cuatro décadas los vínculos sociales fueron crujiendo hasta dejar destrozados sus entramados más amorosos y hondos.

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La radiografía feroz que ofrece hoy Lanús a partir de la muerte violenta de Morena Domínguez, de escasos 11 años, es una pintura compleja que nadie está dispuesto a desarmar. No es producto del azar lo que ocurre.

Diciembre de 2022 rozaba su final cuando la Justicia condenó a 12 policías bonaerenses de la zona sur del Conurbano que integraban la banda conocida como “los recaudadores”. Habían llegado a alzarse con unos 100.000 dólares mensuales por coimas a puesteros de la feria La Salada, hoteles alojamiento, fábricas, agencias de automóviles y talleres mecánicos. Varios pertenecían al partido de Lanús. Y ese ejemplo, que no es más que un botón de muestra, permite configurar parte de la fotografía que confluye en la muerte de Morena.

El combo política-policía-pobreza imparable queda al desnudo una vez más. Y de alguna manera permite dar explicaciones para acercarnos, al menos, a los insoslayables porqué.

Hacía unos pocos meses desde que Cristina Fernández de Kirchner había asumido su segundo mandato con más del 54 por ciento de los votos cuando llegó a la vida Morena Domínguez. La niña creció a lo largo de los mandatos de Cristina, de Mauricio Macri y de Alberto Fernández. Y vivía en una villa de Lanús, cercana a su escuela. Morena integraba esa estadística dolorosa que da cuenta de 7 de cada 10 chicos y chicas por debajo de la línea de pobreza. Ninguno de los gobiernos que atravesó su corta crónica de 11 años modificó los rumbos de su historia que concluyó fatalmente a metros de la Escuela Almafuerte Nº 60.

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Como ninguno de esos mismos gobiernos y los anteriores cambió los rumbos de quienes arrebataron su vida por los 3.000 ó 5.000 pesos que le lograrían sacar al celular que le robaron. Los parches con que se vienen tapando huecos desde hace décadas no modifican sustancialmente la vida de los nadies, en aquella vieja definición de Eduardo Galeano. Los rumbos socioeconómicos del país, agudizados desde los años 90, terminaron por perfeccionar el plan vilmente diseñado por Martínez de Hoz a partir de 1976.

Y cuando el desempleo fue avanzando como la lava de un volcán, con particular énfasis sobre las zonas más populosas y pauperizadas, fueron asomando también los cantos de sirena destinados a captar las voluntades de jóvenes marginados. No hay empleo capaz de competir siquiera con esos falsos universos de cartón que les prometen el mundo a sus pies si se enlistan para ser transas o para prostituirse, en modo virtual o presencial. Poco a poco, en un paulatino rumbo hacia la destrucción, la vida los va poniendo al borde de los acantilados de la violencia más atroz.

Estas elecciones sin esperanza, entramadas en un estado roto, que no responde casi a ninguna de las necesidades básicas de la ciudadanía que debe ir obligatoriamente a votar, se mancharon de sangre niña. Y de repente una nena irrumpió en las agendas de candidatos y candidatas que hasta el momento habían ignorado sistemáticamente a la infancia. Y los descolocó. Hasta que la bandera de la mano dura y la reducción de la edad en que los adolescentes son punibles los volvió a acomodar en su zona de confort.

Ninguna plataforma habla de cómo evitar el camino de un niño desde la pobreza, la indiferencia de todos los estamentos estatales, la familia quebrada, hasta la llegada del consumo y la necesidad desaforada de tener con qué. Nadie vocifera en los escenarios de cierre que el piberío desgraciado que vienen desamparando desde hace décadas termina en la cárcel por cadenas de robos y sale de la cárcel convertido en lo que el servicio penitenciario y el contexto carcelario saben construir. Nadie grita en un estadio que es posible evitar esa edificación infeliz y no tomar las riendas del problema en su última etapa, cuando no queda otra que mandarles la policía, matarlos en una villa o dejarlos que se destruyan en una sobredosis de lo peor.

Dentro de tres días, el sistema seguirá igual. La política dará sus pasos por los mismos caminos. La democracia será la estructura legitimada cada dos años y un voto apático. Apenas consolidando la misma premisa: un país para pocos. Honrando una deuda ilegítima que hipoteca la vida. E ignorando la verdadera deuda. La que se derrama en la calle día tras día.


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