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Por Alfredo Grande
(APe).- Hace tiempo que no separamos a la democracia del Estado Represor. O sea: el fundante represor de la democracia puede estar oculto o puede asomarse a la superficie. En los domingos de urnas, ese fundante represor queda sepultado por los votos, los cómputos, las declaraciones de los candidatos, las bocas de urna, los devaneos de los politólogos. La jura de los nuevos cargos electivos es otra muestra del carnaval de la representación.
Ya he dicho que cuando Menem muera, si eso es posible, seguirá siendo senador. Como Mío Cid, que aun muerto lo subieron al caballo para espantar a los sarracenos, el turco que hizo volar una ciudad, seguirá desde su banca para espantar a las nuevas generaciones de demócratas. Su inmortal declaración: “si decía lo que iba a hacer no me votaban”, lo convierte en el heraldo y profeta de la post verdad. Todos los demás son los salieris de Menem. El hecho maldito del país peronista.
La revolución de la alegría está a pleno, ya que nunca se aclaró quiénes iban a ser los alegres. Los grupos de entusiasmo que coordina el inefable Alejandro Rozitchner deben nutrirse de jubilados que están muy entusiasmados por el proyecto de ley que aprobaría su exterminio. Cobrar la mínima: o sea, son mínimos, no son vitales y además quedarán inmovilizados. Cualquier movimiento podría desequilibrarlos. Asi no es la vida, así es la muerte.
Por eso este gobierno de la cruel figura, nos da una oportunidad: interpelar y subvertir al orden represor que el Estado sostiene con el disfraz del cordero democrático. Si apenas luchamos contra un gobierno, y no es seguro que esa lucha sea mucha, aunque con certeza será cruel, entonces otra oportunidad histórica será vencida. Ya sucedió en el 2001, cuando pasamos del “que se vayan todos” al “bueno, pueden quedarse algunos”. Y algunas.
La ministra de seguridad, fuente de toda razón represora e impunidad, lo ha dicho para que no tengamos que analizar demasiado. La presunción de inocencia es del victimario, no de la víctima. En principio, el violador fue seducido e inducido al acto carnal. Demuestre la violada que no lo sedujo, demuestre que no es pasible de generar oscuras pasiones, demuestre por el amor y terror de dios que no ha realizado actos lascivos.
La impunidad, como ya hemos dicho anteriormente, pasa de ser un acto jurídico para ser una doctrina de la cultura represora. Pero no debemos enojarnos, aunque si indignarnos, que son cosas diferentes. No me enoja porque a confesión de parte, relevo de sutilezas. Me alegra verla tan transparente, tan diáfana, tan elemental.
Las tortugas ninjas luchando contra 2 mapuches con piedras, palos y gomeras. Gloriosos combates que ni Homero pudiera contar. Cobardía, Crueldad, Cinismo. La triple C de la ministra y del Presidente que la nombra. Santiago se ahogó. Ahora bien, o mejor dicho, ahora mal: ¿Qué hacía Santiago en el río ese día que se ahogó? Si huyendo de las tortugas ninja tropiezo y me caigo en un precipicio, que dirían: ¿se precipitó? Poco me importa los 55 peritos, perito más, perito menos. Sin contexto, el texto pierde su sentido. ¿Estaría Santiago entrenando para rafting? Los presos muertos en tortura tenían certificados que decían: “paro cardio respiratorio”. Pero no era la causa: era la coartada. Pero así es la cultura represora. Pura abstracción, puro texto de ambiguo sentido, pura muerte camuflada de vida. Hemos pactado con el diablo y ahora no podemos recuperar nuestra alma.
La Vicepresidente apela al contrato social. Pobre Rousseau. ¿Qué contrato social hicieron los mapuches con la Gendarmería? La Vice Presidenta mezcla, confunde, apelmaza. Del contrato social al pacto perverso. Cuando hay abuso de autoridad, abuso de posición dominante, total disparidad entre las partes que “contratan”, no hay contrato que valga. El pacto perverso es una estrategia del represor, del victimario, para que la víctima se someta a las condiciones de explotación y sometimiento sin chistar. Propietarios e inmobiliarias contra inquilinos. Contrato social. Pero cuando el pacto perverso lo realiza el Estado, entonces invocar al contrato social es otro ejemplo de la triple C (cobardía, cinismo, crueldad).
El 2001 denunció ese pacto. Intentó superarlo, pero fracasó. La democracia representativa tuvo otra oportunidad. Y la aprovechó. Tuvo que avanzar bastante la década ganada para encontrarnos con la desaparición de Jorge Julio López, de Luciano Arruga, el proyecto X, la ley antiterrorista, y la continuidad del imperio de la ley de entidades financieras. El derrape final fue entregarle la república a una derecha sedienta de venganza. Pero eso sí: limpia y con urnas. No se golpearon la puerta de los cuarteles. Apenas se abrieron las ventanas de los cuartos oscuros.
Ahora el fundante represor de la democracia está en la superficie. Es suicida que no lo enfrentemos. El monopolio de la fuerza pública del Estado debe ser interpelado. Si la fuerza es pública, no puede haber monopolio alguno. Si hay monopolio, entonces la fuerza no es pública. Es una guardia pretoriana que defiende al César, porque es el César quien le paga. Con plata nuestra, obviamente. Pagamos para que nos peguen. Masoquismo democrático que seguirá arrasando vidas. Incluso de los propios que detentan el monopolio.
El submarino desaparecido, explotado, tumba de más de 40 soldados, muestra que los daños colaterales aumentarán. No estoy tan de acuerdo como escribía Nicolás Guillén “no sé por qué piensas tú, soldado que te odio yo, si somos la misma cosa, tú y yo”. Creo que no somos la misma cosa, pero en todo caso, en su extremo límite apenas somos cosas para la cultura represora.
Expreso mi repudio total al monopolio estatal de la fuerza pública. Y mi humilde intento para que la única fuerza de la que no habrá monopolio, es la fuerza del pueblo. Que podrá ser vencido, pero que al desatar su fuerza, nunca fracasará. Y la historia siempre lo absolverá.
Edición: 3499
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