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Por Carlos del Frade
(APe).- “A partir de una investigación que hizo la secretaría de delitos complejos de la provincia, se realizó un nuevo allanamiento en la alcaidía de la ciudad santafesina de Vera por la venta de estupefacientes en el interior. La Justicia le pinchó el teléfono a un interno sospechado y se comprobó su participación. Rolando Galfrascoli, titular de seguridad del nodo Reconquista, dijo que ´esta persona organizaba maniobras de comercialización de drogas´ y confirmó que es la segunda vez en el año que se tiene que hacer un allanamiento en el lugar. Organizaba, conseguía proveedores, indicaba lugares donde se puede colocar estupefacientes. ´Este sujeto era el eje de esta pequeña o mediana organización´, comentó Galfrascoli”, fue la información que circuló por toda la provincia de Santa Fe a principios de septiembre de 2015. Desde el corazón mismo de la sede policial del departamento más grande del segundo estado argentino, se vendía droga con el servicio de delivery.
En el año 2010, un conjunto de chicas y chicos de Vera decidieron mirar la ciudad con ojos críticos y publicaron sus observaciones en un libro hecho a mano que se llamaba “Diferentes miradas. ¿Cuántas Veras hay en Veras?”.
Escribían esos pibes que hoy enfrentan la vida cotidiana de los adolescentes desde proyectos sociales que intentan construir otra educación: “…Caminamos al corazón de las distintas barriadas, mirando las grandes diferencias y contrastes que existen entre los mismos y el centro de la ciudad, en lo económico, social y cultural”, sostenían al abrir el capítulo “Vera social”.
Agregaban que “en este caminar vimos cómo la gente vive atravesada por una realidad muy dura, notamos además, que en los barrios las personas tratan de sobrevivir, que hay familias numerosas, con falta de vivienda, de trabajo, de servicios públicos, donde hay muy pocas respuestas; la gente solamente recibe ayuda en épocas de elecciones y todas las promesas se convierten en palabras vacías que quedan en el olvido”, decían los integrantes de aquel grupo que se autotituló como “Kinta Frecuencia”.
-Somos jóvenes de distintos barrios que nos juntamos los viernes para formarnos como grupo y los sábados para compartir en la murga “Los sin vereda” y un espacio de cine que se llama “Cine de barrio…todo esto lo hacemos para encontrarnos con otros/as, aprender a compartir, a valorarnos, a aprender a convivir con los demás y crecer juntos, porque nos gusta…-decían los que miraron Vera de una manera mucho más profunda que los que ahora parecen descubrir la profundidad de los agujeros negros.
En el libro hay un registro de murales. En uno de ellos, el recuerdo del tren. “El Ferrocarril: sinónimo de progreso, trabajo seguro y digno. En aquel tiempo los pueblos estaban más distanciados. Nuestra ciudad era un pueblo llamado “la Curva” por la forma que adoptaban las vías del tren. Luego se llamó Jobson en “homenaje” a un coronel genocida que se apropió de estas tierras pertenecientes a los Pueblos Originarios. Luego al pueblo creciente se lo llamó Vera, en honor a un maestro rural llamado Antonio Vera y Pintado. Estas fotos demuestran que ese progreso se perdió y que solo se recuerda al ferrocarril por fotos o dibujos y las vías abandonadas”, sostenían los investigadores de la Kinta.
Y en esas miradas se detenían en los escritos que mencionaban la necesidad de quedarse en “el molde” con el tema narcotráfico. Las chicas y los chicos, entonces, apuntaron que “este mural es una amenaza de muerte hacia una persona refiriéndose al asesinato de un policía que secuestró un cargamento de droga y fue asesinado”.
Cinco años después, mientras esas chicas y esos chicos intentan ser educadores populares para multiplicar esperanzas, aquel libro artesanal, parido de la observación sensible, fue casi un anticipo de las noticias del presente.
Fuente: Diario “Uno”, Santa Fe, 3 de septiembre de 2015; “Diferentes miradas, ¿cuántas Veras hay en Vera?”, del grupo Kinta Frecuencia, Vera, año 2010.
Foto: Artexlibertad
Edición: 3009
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