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Crónica de las nuevas familiaridades (tercer capítulo)
Por Alfredo Grande
(APe).- La cultura represora se construye con prisa y sin pausa como una forma de producción, circulación y consumo de poder. Poder que es la capacidad de imponer los mandatos de una clase como si fueran los deseos de todos. Coerción exterior y coerción interior mediante, se construye lo que denomino “el deseo del mandato”: el siempre recordado “le pertenezco”. Formas actuales de la esclavitud y la servidumbre conscientemente asumida e inconscientemente inoculada.
El Patriarcado es un instituto jerárquico, absolutamente vertical, donde se siembra terror y se cosecha sometimiento. Es el Orden del Padre Represor. El Pater Familias. Represor de los deseos de mujeres, niñas y niños. Todas las religiones en sus versiones fundamentalistas o descafeinadas, sostienen este orden represor.
Cierta actualización es haber tolerado, permitido, resignado, o todo eso junto, que ciertas modalidades de las diversidades de género compartan los privilegios de pertenecer a este orden represor. De la misma forma que no todo anti capitalismo es feminista, no todo feminismo es anti capitalista. Empate técnico. Y la cultura represora se mantiene porque tiene más de mil caras y mucho más de cien mil máscaras. Varias de ellas, demasiado atractivas para resistirlas mucho tiempo. Y el cuerpo no siempre aguanta. Y la mente menos.
Por eso es necesario que la tarea de enfrentar a todas las formas de la cultura represora no sea ninguna excepción, sino que sea otra “ley primera”. El gaucho Martin Fierro nos habla de una “unión verdadera”. Unión y no unidad. Verdadera por ser fundante. “Los hermanos sean unidos”. Unidos en la lucha contra el padre represor. Embajador plenipotenciario de la cultura represora familiar, vincular, grupal y social. La familia sacramental no puede tolerarlo. Lo que Dios une en el cielo, el hombre no puede separarlo en la tierra. Mandato de todos los mandatos. Moral del conquistador.
La ley primera de la cultura represora y el orden patriarcal es que los hermanos no sean unidos. Y va por más. Además de no ser unidos, sean rivales. La rivalidad consiste en destruir al rival. Puede haber sana competencia, pero no hay sana rivalidad. El extremo límite de la rivalidad es la masacre y es la guerra. Caín mata a su hermano no por deseo, sino por mandato. “Para redimir los pecados Dios exigía el sacrificio de animales y no de frutos de la tierra, "sin derramamiento de sangre no hay remisión". Esta visión retrospectiva interpreta que cuando Adán y Eva pecaron fueron sacrificados animales, pues fue así Dios proveyó las pieles para hacer la ropa para que los cubrió. Abel cumplió con los deseos de Dios, pero Caín solamente ofreció frutos.”
Si el cumplimiento del deseo es obligatorio, no es deseo sino mandato. Abel sacrificó animales para agradar a Dios. Y fue el elegido. Dios de los hermanos hace rivales. Y Caín sacrifica a Abel. El Dios Represor consigue ahogar en sangre esa “unión verdadera”. “Cuando Dios pidió explicación a Caín por la muerte de Abel, Dios le maldijo diciendo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano”.
La marca de Caín es en realidad la marca de la cultura represora que aniquila el deseo de hermandad. Hoy las modalidades de adopción destrozan los lazos fraternos y continúa el sacrificio para satisfacer los mandatos de un Dios – Estado represor.
La sangre de Abel mancha las manos de Dios.
En el origen y en el destino, la cultura represora exige el sacrificio de la alianza entre hermanos / hermanas. La película “Imperdonable”, describe como el castigo más cruel es prohibir que dos hermanas puedan encontrarse. Las formas actuales de la adopción, sacrifican la hermandad y privilegian a la “nueva familia patriarcal”.
La lucha contra la cultura represora es también la lucha para que Caín y Abel vuelvan a ser hermanos. Para que otra familiaridad sea posible.
Porque otra familiaridad es necesaria.
Pinturas: Caín y Abel, Marc Chagall
Edición: 4053
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