Mesas

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Por Néstor Sappietro 

(APe).- Las reuniones que juntaban a la familia en la casa de la abuela tenían una consigna clara y que nuestros mayores desobedecían puntualmente una y otra vez. El abuelo, desde la cabecera decía: “En la mesa no se habla de política”. Nosotros, los pibes, no sentíamos que la medida nos afectara. Nada decía el mandato acerca de tirar cohetes ni cañitas voladoras, entonces lo tomábamos como otra de las cuestiones de adultos que no llegábamos a entender.

Sin embargo, a pesar de la voz potente y amenazante del abuelo, entrada la noche, cuando el alcohol incorporaba sus efectos a la velada, la desobediencia empezaba a hacerse sentir. Todos sabíamos que en algún momento, por cualquier cosa que no viniera a cuento, la charla amena se convertiría en una sucesión de frases que nos habíamos aprendido de memoria. Todos los años se discutía lo mismo. No había análisis profundos ni discursos; solo frases que se disparaban de un lado y del otro, y encendían viejos rencores que nunca terminaron de apagarse.
- Vos no tenés memoria… ¿Te olvidaste de quién nacionalizó los ferrocarriles?¿Quién fue? Perón fue… Te olvidaste. Lo que pasa es que vos no tenés memoria…
El tío de Arroyito, indignado, respondía:
- ¡Claro que tengo memoria! Sobraba la guita. Les vendíamos hasta el maíz podrido. Con eso compró los ferrocarriles. A los ingleses les vino bárbaro, en un año los tenían que devolver y nosotros se los compramos. No contés la historia por la mitad que los pibes escuchan y aprenden mal…
Entonces, saltaba el otro tío…
- ¡Callate gorilón!, ¿gracias a quién te compraste una casa?, ¿gracias a quién tenés un oficio?... ¡Gorilón! ¡Desagradecido!…
Y la cosa seguía con las mismas sentencias que terminamos aprendiendo de memoria, que a uno lo rajaron de la empresa porque no se puso el brazalete negro, que se construyeron un montón de escuelas, que hacían asado con el parquet, que estadista, que demagogo, que nacional y popular, que fascista… Hasta que el tío de Arroyito se levantaba de la mesa, llamaba a sus pibes, a la tía Ñata y decía: “Mejor me voy a mi casa, por respeto al abuelo”, “Pero sí, tomátelas…”, se escuchaba del otro lado a modo de despedida, y después la mesa se hacía toda silencio.
Aquella mesa terminó de despoblarse con los años. Nosotros fuimos creciendo, las discusiones políticas pasaron a la clandestinidad, se trasladaron a mesas más pequeñas. Vinieron días en los que decir lo que pensabas podía costarte mucho más que el enojo del abuelo. Después llegó la democracia, se exhumaron algunas de las viejas pasiones y las mesas transitaron tiempos de ilusión, desencanto, esperanza y apatía.
Llegué a extrañar las reuniones en la casa de la abuela…
Hoy, más allá del lado en el que uno esté (siempre se está de algún lado) volví a escuchar algunas de las frases que amenizaban aquellas reuniones. Me ha tocado estar en mesas donde aparecieron los duendes del tío de Arroyito, la tía ñata, mi abuelo, mi viejo y los tíos peronistas. Reuniones donde parecería que se está discutiendo el futuro del país mientras que el hombre común y su escasez solo aparecen en los discursos. Escucho a unos y a otros mencionar a los que menos tienen, sin que los que menos tienen sean la esencia de lo que se discute ni de lo que se vota… todo en una extraña mezcolanza que el tiempo terminará acomodando, o tal vez no.
Y a pesar de tener una opinión sobre la rentabilidad y las deudas inmorales (que en esta crónica no viene a cuento) juro que muchas veces escuchando a los analistas y a los protagonistas de esta discusión, vuelvo a sentirme como aquel pibito que al ver enardecerse a los adultos en la casa de la abuela terminaba solo, sentado en el umbral de la vereda y sin entender qué era en verdad lo que se discutía.

Edición: 1693


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