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Por Claudia Rafael
(APe).- Exactamente un año atrás Danilo, Camila, Gonzalo y Aníbal sacrificaban violentamente su savia a la ferocidad policial en San Miguel del Monte. Cuatro pibes inmolados por la perversidad estatal en una persecución que terminó en ese múltiple homicidio de niños y jóvenes. Danilo Sansone, Camila López y Gonzalo Domínguez, de 13 y 14 años y Aníbal Suárez, de 22. Y Rocío Guagliarello que, desde sus 13, logró esquivar el golpe feroz de la muerte.
La infancia y la juventud han ofrendado su sangre a infinitos tejidos de la crueldad a lo largo de la historia. Masacres que llevan hilvanados los nombres de chicas y chicos. A los que, de prepo, se les apagó el fuego eterno para conducirlos a una muerte temprana. Las masacres de Pergamino, de Esteban Echeverría, de Quilmes, de Bariloche; las masacres de Salta, de Corrientes, de Avellaneda, de José León Suárez, de Once, de Cromañón. Masacres que otoñaron el alma de la condición humana. Masacres que constituyen la cumbre más atroz del disciplinamiento hacia las semillas de rebeldía. Masacres como azotes para quien ose desplegar su grito de belleza creativa y de libertad en ciernes. Masacres dispuestas a aplastar ferozmente los esbozos de futuro que asoman de los cuerpos jóvenes y rebeldes.
Danilo, Camila, Gonzalo y Aníbal salieron a las calles a reirse simplemente. A desplegar sus voces adolescentes entre las estrellas, desde la belleza de la candidez. Exactamente un año atrás. Cuando este presente de aislamientos no estaba en la agenda de nadie. Ellos subieron a un auto sin saber que las bestias feroces que disparan a mansalva en nombre del Estado disciplinador estarían allí.
Al alcance de sus respiros. A distancia de indignidades para destrozarlos y pretender dibujar, entre encubrimientos y mentiras, un accidente allí donde hubo masacre.
Mayo llega una vez e irrumpe en días en que la calle y las pancartas quedan lejos de los tumultos. Están ancladas con los rostros de la ternura con que asoma la niñez desde una fotografía. Para decir aquí estamos y somos memoria. Nadie tiene derecho a hundir esos cuatro nombres –que son fruto y semilla- en los arcones del olvido.
Edición: 4005
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